Alrededor de 1970 aconteció la emergencia de la primera generación de “nuevos ricos”; dominicanos que debían su fortuna rápida a la política y las nuevas oportunidades creadas por la expansión económica; fue por esa época que se acuño el término “Dominican York” en alusión directa a la emigración de retorno de dominicanos que, cada vez mas, viajaban a “los países”; fueron los tiempos de expansión del turismo, del “todo incluído” y del surgimiento de los Sanky Panky una figura derivada de este. Una economía emergente de servicios y zonas francas fue apurando la liquidación del viejo país y sentando por todas partes los elementos del otro que lo sustituía. Surgieron las discotecas en reemplazo de los antiguos bares y night clubs y tras de estas, rápidamente, los moteles para tener sexo rápido que luego algunas mujeres describirían como “un rapidito” porque era una sociedad que se erotizaba, se “liberaba”. Este proceso produjo otra música, otras letras, otras conductas, otras actitudes.
Poco tiempo después, llegaron los “cadenuses” aquellos ejemplares originalmente importados de Estados Unidos que exhibían su riqueza, su irreverencia y su poder portando cadenas descomunales, propias o alquiladas, con las cuales podría haberse estrangulado a cualquier persona. Solamente algunos cadenuses eran delincuentes pero ellos se apropiaron del símbolo, lo ostentaron como marca y lo impusieron a un cuerpo social que, habiendo perdido la ilusión revolucionaria no tenía mas nada en que creer excepto la prosperidad y el bienestar personal y, en el usufructo y despliegue de esa prosperidad, nadie era ni fue nunca mas importante que ellos mismos. Los orígenes de la cultura del ruido, del mal gusto y del desorden como manifestaciones de irreverencia al status quo están asociados a esta época, a los procesos internos de debilitamiento del Estado y a los cambios que desde el exterior penetraban la sociedad dominicana como las pastillas anticonceptivas, las tarjetas de crédito y el radio transistor.
En aras de avanzar en la carrera por la prosperidad la gente fue rompiendo con las tradiciones y atreviéndose cada vez mas a transgredir. Cuando el modelo social aumentó la velocidad del cambio la gente acudió en masa al endeudamiento para sustentar el estilo de vida y así, la corrupción que siempre había existido como aprovechamiento de los que estaban bien situados se convirtió en modelo de los que querían llegar y usufructuar. La publicidad difundió la idea de que todos los bienes y servicios que eran parte de la prosperidad eran asequibles y que cualquiera podía disfrutarlos, pero nunca le dijeron a la gente como hacerlo así que los de abajo siguieron primero discreta, luego abiertamente y en masa, el ejemplo de los de arriba y se lanzaron a su propia versión del todo vale.
La corrupción desatada por la lucha de la gente por su pedazo de prosperidad desorganizó irremediablemente el Estado, transformó la nación dominicana y “sincerizó” la vida política del país mientras un modelo económico neoliberal impuesto desde fuera se implantaba. Lo demás, puede decirse, venía por añadidura y así nació la tolerancia a la homosexualidad, el culto casi religioso a las apariencias, el ¿ y que todo bien? Tanto como “tenga un lindo domingo”, “cójalo suave don” pero también el famoso baile del perrito y con el tiempo –pero no mucho- los miles de embarazos de adolescentes, los feminicidios, las familias deshechas y las abuelas, tías y vecinos criando los muchachos de mujeres abandonadas: el universo de las madres solteras. Se forjó una cultura que se retroalimenta y se reproduce en formas cada vez mas aberrantes
Todos estos cambios vinieron acompañados de ruido no solamente musical, también de imágenes, de ideas o ausencia de estas. La sociedad se erotizó mas de lo que ya estaba, todo giraba y gira alrededor de la propuesta hedonista, la expresión erótica, la sexualidad al desnudo; los bailes de dembow, el regueton y nuevos modales, lenguaje corporal y una grosería tras otra.
La prosperidad impulsada por el narcotráfico, la corrupción política, el tráfico migratorio y la expansión del mundo del espectáculo y los deportes favorecieron con bienestar y fortuna económica a miles de personas que carecían de estatus social, educación formal y tradición familiar pero que pronto – en virtud de la prosperidad económica alcanzada- estuvieron en posición de consumir y de gastar porque podían hacerlo; les habían dicho que debían hacerlo, estaban convencidos de que hacerlo, disfrutarlo y presumir de ello, era al fin y al cabo, la razón última de la prosperidad. Así nació en la República Dominicana una nueva cultura, sistema de valores y conducta.
En todos los países nos creen ruidosos, indisciplinados, vulgares, tramposos y putos. Esa es la verdad y no puede taparse con un dedo. La desgracia de todo esto es que, la responsabilidad de esas inconductas recae sobre una minoría pero, a esa minoría, en lugar de denunciarla y alejarla, la tapamos, la encubrimos y la protegemos porque son “dominicanos como nosotros, de los nuestros y tenemos que defenderlos” con lo cual perpetuamos el error a lo externo y mandamos el mensaje equivocado a lo interno. Lo primero para corregir un error es admitir su existencia. Nosotros la negamos y nos refugiamos, como el avestruz en un discurso que glorifica esas inconductas y difunde de nosotros una imagen con la que los demás no queremos ser asociados. Chusma y grosería, irrespeto y desorden, ruido y abuso son condenables e inaceptables y me importa un carajo si son dominicanos quienes lo hacen pues no por ello se les puede celebrar.