La educadora Rosa María Torres afirma: “Después de mucha experiencia fallida, mucha frustración y mucho dinero desperdiciado, sabemos que toda propuesta de reforma educativa – más si planteada en el ámbito curricular y pedagógico – debe acompañarse de un esfuerzo grande de información y comunicación social, y de un esfuerzo sistemático de trabajo con los maestros, antes, durante y de manera permanente”.
En la reforma curricular que produjo el primer Plan Decenal de Educación, erróneamente denominada Transformación Curricular, los docentes no se identificaron con sus fundamentos, no operaron en función de ella y fracasó porque careció “…de un esfuerzo sistemático de trabajo con los maestros, antes, durante y de manera permanente”, como dice Torres; y devino en una educación preuniversitaria de las peores del mundo, según reportan mediciones internacionales y las quejas nacionales constantes del bajo nivel cognoscitivo que exhiben muchos de los que ingresan al nivel superior. Tampoco alcanzó la “Mejora de la condición social, profesional y económica de los docentes”, que pretendía como reforma educativa.
Esta reforma curricular, como la mayoría de Latinoamérica en las décadas de 1980 y 1990, fue concebida a partir del trabajo de un conjunto de especialistas —intelligentsia técnica – como la llama Gouldner— que interpreta las características que se derivan de un proyecto político general, y de las directrices que reciben sobre el mismo, como fueron las influencias de organismos internacionales. Por eso, se recomienda buscar “otro modo de elaborar las reformas, en el que se construya un mecanismo donde los docentes participen de otra forma…y construyan paulatinamente algunos elementos de la reforma”, para que no se conviertan sólo en parte de la estrategia de un grupo de especialistas y políticos de la educación.
Es valioso el señalamiento de Coraggio cuando expresa que existe un deslumbramiento y una complicidad de algunos técnicos nacionales hacia las propuestas de los organismos internacionales, y sobre todo la dificultad para proponer alternativas que muestren un nivel de integración y de estructuración como el que proponen tales organismos.
El reto de la reforma debe ser no sólo darle el aula como única forma para que ésta se convierta en realidad, sino de establecer un mecanismo eficiente que permita que cada docente la asuma, la haga propia.
Actualmente se afirma que las reformas educativas que se impulsaron en la región a finales del siglo XX se caracterizaron por un reemplazo de la concepción nacionalista de la educación que había sido sostenida por el Estado desarrollista, por otra que parte de un Estado liberal que funciona de acuerdo con las reglas del mercado, considerando de diversas formas que la educación debe incluir elementos de oferta y de demanda.
Hay que reconocer la “millonada” que invirtió el Gobierno en todo el proceso de reforma, pero sólo produjo buenos documentos curriculares que no impactaron el sistema educativo en general, y las aulas en particular. Y esos diseños curriculares, que datan de 1995, son los que se desarrollan en las escuelas con y sin jornada extendida.
Ante la baja calidad educativa, se intenta una reformulación curricular, por competencias, cuyas versiones preliminares de los diseños curriculares para los niveles Inicial y Primario Primer Ciclo (1ro, 2do y 3ro) puso el Minerd a disposición de las escuelas dominicanas “…para fines de retroalimentación y de validación durante el año escolar 2013 – 2014”, que finaliza. Sin embargo, al parecer se elaboraron bajo la misma óptica y la respuesta no será diferente porque la práctica de los docentes sigue siendo la misma.
Fallon afirma: “La educación impulsa el éxito a nivel individual y nacional. Sin embargo, en lo que respecta a mejorar la educación, con demasiada frecuencia aquellos que tienen el poder de cambiar las cosas trabajan en la oscuridad…”. A lo cual se agrega: muchos docentes asumen su compromiso y responsabilidad, otros no tanto y algunos casi nada. Es necesario asumir estrategias que garanticen un trabajo diferente, partiendo de que los docentes no pueden solos. Un programa de acompañamiento permanente podría ser la clave para mejorar la educación preuniversitaria, pero la lección no fue aprendida: no es posible mejorar la educación preuniversitaria cometiendo los mismos errores.