En 1992 hice parte de una delegación de unos treinta científicos latinoamericanos invitados a la celebración del 30-aniversario de la creación de la Academia de ciencias de Cuba.
Fue mi primer viaje a Cuba y de esa experiencia me quedan dos recuerdos inolvidables, uno ligado a la motivación de la invitación fue el discurso oficial de Fidel Castro sobre la política científica de Cuba y en general de los países en desarrollo, y el otro fue el encuentro con Eusebio Leal.
El programa social que los anfitriones cubanos nos habían organizado incluía una visita a La Habana Vieja. Lo que muchos pensamos era que era una de esas visitas guiadas para conocer algo de la historia de uno de los centros más importantes de la colonia española y recibimos con atención superficial la información de que nos acompañaría en la visita el ¨historiador de la ciudad”, Eusebio Leal. Todos sabíamos por supuesto de la importancia que la ciudad había tenido durante la colonia, pero nadie sabía de la existencia de un historiador oficial de la ciudad.
Fue una noche inolvidable, no había edificio que visitamos ni ladrillo del edificio del cual Eusebio Leal no nos contara en todos sus pormenores la historia, no como episodio de un pasado lejano, sino como parte de una identidad nacional de la cual ese monumento, ese edificio era símbolo.
Eusebio Leal no fue solamente el historiador de la ciudad. De hecho, fue “EL” embajador de la cultura cubana. Lo comprueba la larguísima lista de los reconocimientos que recibió en varios países.
El impacto que ese encuentro tuvo sobre mí fue tal que, cuando en las diferentes actividades que me han llevado a varios países, me encontré con colegas o diplomáticos cubanos, su recuerdo era uno de los primeros temas de conversación.
No recuerdo ni un interlocutor que, cuando le mencionara esa visita a La Habana Vieja acompañado por Eusebio Leal, no me comentara que no hubiera podido tener mejor guía, y no expresara su admiración por lo que Eusebio Leal había hecho por la restauración y difusión de la historia de la ciudad. Y esto era independiente de las generaciones. Lo mismo me pasó con los jóvenes estudiantes cubanos becarios de mi universidad en Italia.
Él era conocido realmente por todos los cubanos que apreciaban en él su amor por esa ciudad.
Volví a encontrarlo y conversar brevemente con él diecisiete años después con ocasión de una gran conferencia que se realizó en Milán, sobre las relaciones entre América Latina e Italia, país donde había realizado algunos de sus estudios avanzados.
Este recuerdo quiere ser solamente un mínimo reconocimiento a un hombre, cuyo fallecimiento representa una pérdida irremplazable para la cultura cubana y latinoamericana.