Para empezar, las cajas de Navidad que políticos y empresarios entregan píamente a los pobres serían idénticas, diseñadas por un burócrata del Palacio Nacional o del polo Norte. Todo el mundo tendría la misma festividad sin ningún regalo creativo ni artesanal.
De hecho, ya no habría ningún varón o fémina, todos serían del mismo género o la gran mayoría neutral. Todas las referencias o historias al niño Dios o Santa serían borradas de los archivos para no ofender a nadie, el derecho a la vida y la palabra cristiano serían un anatema en la sociedad progresista.
Se eliminaría la luenga barba blanca de Santa ni habría pelo blanco, para evitar que lo confundan con un reguetonero, un dembowsero o alguna otra especie social. Todo el servicio del concho sería convertido en chatarra, a fin de evitar la diferencia de clases con vehículos opulentos y los que andan en patinetas colectivas.
Los regalos se repartirían a todos por igual, sin importar si fue víctima o autor de corrupción o inmoralidades. La ética y el espíritu de la Navidad no tendrán relevancia y no será importante si cree o no en Santa Claus o los tres Reyes Magos, porque todo el mundo recibirá el mismo regalo sin derecho a la protesta.
La mitad de los contribuyentes pagará por los obsequios de la ocasión. Santa tendría un empleo botella en el gobierno, cobrando sin trabajar ni dar un golpe, y la gran mayoría tendría que pagar impuestos más altos para cubrir los costos de los regalos y los subsidios navideños cada año.
Si Santa fuera socialista, digo, “progresista” –como se denomina hoy día de manera eufemística a la izquierda carnívora de ayer—estaría laborando con la “prisa burocrática” que suelen tener dichos regímenes para ofrecer los servicios esenciales de agua, luz, gas, teléfono, etc. Sus regalos de Navidad le llegarían en el verano del año que viene, si tiene suerte, y menos si está escrito en un contrato colectivo. Habría que decirle adiós a la víspera de Navidad.
Los ayudantes de Santa tendrían contratas en el gobierno y repartirían parte de los fondos públicos entre amigos, familiares y allegados. Nadie los cuestionaría y no serían llevados a la justicia, porque jueces, fiscales, políticos y abogados también estarían en la nómina de los regalos.
Aquellos que osen acusarlos de corrupción, serían encausados de inmediato. Y quienes suelan llamarlos gnomos, serían proscripto del servicio del Metro y acusados de utilizar un lenguaje insensible, peligroso y dañino a la ética y moral progresista. Rudolf y los otros renos estarían prohibidos durante una década según un nuevo plan verde nacional por atentar contra la madre naturaleza.
Como las vacas, ellos y sus pedos, serían eliminados de un plumazo de acuerdo a un plan socialista democrático, por su carácter de animales flatulentos. De igual forma, el corte de pinos para el arbolito navideño, o el guaconejo para producir carbón, o algún otro medio de combustible fósil, sería castigado sin contemplación.
Los trineos y renos de Santa serían sustituidos por motoconchos o las “cuquitas” de Mao, propulsados con combustible de avión, lo que sería un crimen a la naturaleza. Los regalos llegarían por líneas férreas en el polo Norte y el océano Ártico. Los hogares no tendrían chimeneas y el café y el té se colarían con medias, lo que haría más arduo llevar los regalos.
Las luces de Navidad también estarían prohibidas por las autoridades socialistas, y Santa perdería peso como los pobres en Venezuela. Los villancicos y canciones alegóricas serían proscritos de la radio y la televisión nacional, y la celebración del nacimiento de Cristo muy mal visto y “políticamente incorrecto.”
“Él sabe cuándo tú duermes/él sabe cuándo está despierto” tendrían un nuevo significado en la sociedad socialista. Habría que observar a los ayudantes de Santa que utilizan equipos de vigilancia o de generación avanzada para vigilar y dar seguimiento a la oposición potencial y a todo ciudadano sospechoso.
Y Santa tendrá que informar, como todo buen chivato, qué hacemos, con quién andamos y a dónde vamos a cambio de las funditas, cajas, cajitas y cajones de regalos recibidos; y qué pensamos sobre el régimen socialistas-progresista. Se eliminaría el trabajo intenso y el incremento de la producción, y la abundancia material sería un pecado de lesa humanidad, excepto para el beneficio de la élite.
Para no contaminar más el planeta, se prohibiría la producción de juguetes de material plástico, y la basura sería un cúmulo de riquezas. Los servicios de cuidados de la salud serían universales y gratis, y no habrá más feliz Navidad y próspero año nuevo, aunque ahora dicen el híbrido “felices fiestas”, que no es ni fu ni fa, por ser demasiado exclusiva.
Gracias a Dios que Melchor, Gaspar y Baltasar no cayeron en ese gancho de celebrar navidades socialistas, y llegaron a Belén en camellos y no en burros, ni liquidaron la ilusión de los niños. Y Santa, que por suerte todavía no es “progresista”, desea a todos otra Navidad y un año nuevo lleno de más libertad, más derechos y más felicidad.