El pasado 21 de enero Nicanor Peña, obispo católico de Higüey, en una celebración por el día de la Altagracia señaló que ni el dios cristiano ni María, la madre de Jesús, quieren que en el pueblo dominicano haya diferencias  sociales y pobreza extrema y propugnó para que haya una mejor distribución de los bienes y una disminución de las desigualdades y las exclusiones sociales.  Parafraseando un texto bíblico atribuido a María, la madre de Jesús, (Lc 1,52-53) se atrevió a decir que “Dios derriba del trono a los poderosos y enaltece a los de menos ingresos o a los más pobres”.

En la basílica, mientras el obispo pronunciaba su discurso, estaban presentes los representantes del poder gubernamental (Danilo Medina y Cándida Montilla), del liderazgo político-partidario (Amable Aristy y Luis Abinader)  y el poder económico (Alejandro Grullón y Frank Rainieri). ¿Cómo habrán sonado a los oídos de los poderosos presentes estas palabras bíblicas que hablan de pérdida del trono y del poder a manos de los más débiles?  ¿Les pareció una simple y desfasada utopía, mantenida por el evangelista Lucas y su comunidad, cuando el cristianismo no había perdido el amor primero?

El mismo día de la Altagracia, Manuel Bondelle, un cura del barrio de Cristo Rey, Santo Domingo, tronó contra las desigualdades que existen en la sociedad dominicana. Y “Acusó a los gobernantes dominicanos y a la propia Iglesia Católica de traicionar los principios básicos fundamentales para lograr una sociedad más humana, vivible, solidaria y menos corrupta” (Hoy, 22-1-15).

En los últimos dos años han salido varios análisis sobre el tema de la pobreza y la desigualdad social a nivel nacional e internacional. En el nivel internacional destacan los análisis del economista J. Stigliz (El precio de la desigualdad, 2012) y Thomas Piketty (El capital en el siglo XXI, 2014). El año pasado el Banco Mundial emitió un informe sobre la economía dominicana que título “Cuando la prosperidad no es compartida” (Febrero, 2014). Miguel Ceara Hatton, por su parte, publicó un trabajo (2013) en el que hace un análisis de lo que ha sucedió entre los años 2000 y 2012, cuando República Dominicana estuvo entre los países de mayor crecimiento macro-económico, pero al mismo tiempo de aumento de la pobreza y uno de los lugares de mayor desigualdad  entre 16 países de América Latina. La ONG internacional OXFAM, por su lado, en el lanzamiento de una campaña internacional por la igualdad (2014), ha vuelto a insistir sobre el tema de las disparidades sociales en la sociedad dominicana. Para cerrar la lista de estudios e investigaciones económicas señalamos que la Primera Encuesta de Cultura Económica y Financiera del Banco Central (2014) reveló que el 96% de los hogares dominicanos tienen unas entradas que no les da para cubrir la canasta básica de bienes y servicios.

Recientemente la investigadora Minerva Isa ha escrito una serie de 5 excelentes artículos sobre el tema de la pobreza y la desigualdad social en el país (Hoy, 12-16/1/2015). Los titulares presentados por la periodista son significativos y elocuentes: “Economía de RD crece a la par con la exclusión, atizando la violencia”; “la presión fiscal en clase media sobrepasa el promedio nacional”;  “RD: una fábrica de pobres, subocupados y delincuentes”; “La desigualdad no cae del cielo, deriva de políticas premeditadas”; parasitismo crece con dádivas de políticas sociales sin empleos”.

La mayor parte de los análisis e investigaciones  sobre el tema de la pobreza y la desigualdad social se caracterizan por ofrecer datos, sin presentar las verdaderas causas de la actual situación y mucho menos apuntar hacia verdaderas, reales y adecuadas soluciones. El análisis del obispo de Higüey, por ejemplo, no llegó hasta identificar a los principales responsables de las desigualdades sociales y económicas del país, sustentadas, provocadas y mantenidas por el liderazgo económico, partidario y gubernamental. Ni tampoco señaló qué hacer ante esta situación, dejando en manos del dios cristiano y en manos de María, declarada protectora del pueblo dominicano, la tarea de disminuir la pobreza y la exclusión social.

Se impone una reflexión más profunda sobre las causas que generan la pobreza, la exclusión y la desigualdad social; pero sobre todo se impone un rediseño del sistema económico-político –no sólo mejora del sistema-. Se hace necesario asumir un proyecto país, más allá de la propuesta de la Estrategia Nacional de Desarrollo (2030). Esto solo es posible mediante la formación de la conciencia a nivel social, comunitario, familiar y personal y la re-articulación de fuerzas sociales conscientes e indignadas (sobre todo de los sectores progresistas de clase media y de los sectores  empobrecidos) que se conviertan en opción de poder político, capaces de asumir un proyecto-país que priorice los intereses de las mayorías, y sea capaz de colaborar en la creación de la felicidad colectiva.