Un exabrupto inexplicable el exhibido por el presidente de Venezuela Nicolás Maduro ante el interrogatorio y presentación de vídeos por parte de Jorge Ramos, periodista y presentador de noticias Univisión, una sensacionalista cadena estadounidense, orientada al mercado hispanohablante.

Debió estar bien artillado para soportar la tunda de preguntas venenosas disparadas por un archiconocido parcial del autoproclamado presidente Juan Guaidó. Porque rosas no le lloverían. Detener a medio talle (17 minutos) la entrevista escenificada el lunes 25 de febrero de 2019 en el mismo Palacio Miraflores, en Caracas, nunca debió estar entre las opciones de la casa para contener la embestida del interrogador mexicano. Los asesores en comunicación quizás no se lo advirtieron. O no les hizo caso. https://www.infobae.com/america/venezuela/2019/02/26/jorge-ramos-dio-detalles-de-su-entrevista-censurada-por-nicolas-maduro-me-quitaron-mi-telefono-celular-y-esta-totalmente-en-blanco/.

El gobierno del país suramericano rico en petróleo y otros minerales es objeto de una guerra psicológica, animada desde la mayoría de los medios latinoamericanos, caribeños y algunos poderosos de Europa y Asia, que han considerado ilegítimo y cruel el nuevo mandato de su presidente.

Y Univisión no es la excepción. Delatan su actuación el empeño en destacar a diario aspectos que estima negativos sobre el gobierno y el gobernante, mientras oculta los positivos (inclusión-exclusión).

Se sabía, por tanto, en qué tono iría el periodista Ramos. Y no era para cantarle “Por amor”, de Rafael Solano, sino para provocarle y seguir instalándolo en el imaginario colectivo como un ser demoníaco contrario a los intereses de los venezolanos, y con ello justificar el movimiento de gobiernos conservadores de otros países para apearlo de la silla y subir a la oposición. 

Maduro ha perdido, al menos, este episodio de la cruel guerra psicológica que le han montado. Y lo ha perdido porque le fallaron las inteligencias emocional y política.

A la mano, él tenía varias estrategias para salir airoso en el set una vez sus estrategas aceptaron la entrevista, o mejor: el interrogatorio. Pero las pasó por alto. El gobierno venezolano ha calificado el papel del periodista Ramos como “un show y un montaje de Washington”.

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El rol de muchos medios de comunicación respecto de la crisis económica, social y política que sufre Venezuela desnuda la sustitución del periodismo por la propaganda en desmedro de la información veraz que requieren las sociedades para adoptar decisiones oportunas y vivir mejor. Grave. Fatal. Se trata de una violación al derecho del ciudadano a estar informado con la verdad.

La propaganda, en estos casos, no repara en manipulaciones para emborrachar a los perceptores, implantar la mentira y dominar al adversario. Hay mil maneras de mentir desde un medio de comunicación. Solo algunas: exagerar los hechos, sacarlos de contexto (sustraer información que permita el análisis y la comprensión del problema), ocultar lo bueno del contrario y resaltarle los errores, mientras se presenta como extraordinario lo propio, difundir hechos pasados como actuales (fotografías), ridiculizar al otro, provocar la crisis para luego resolverla.

En este tiempo, la propaganda, tan profusa como dañina, anda elegante, moderna, vestida de posverdad y Fake News.

República Dominicana no escapa a esta ola contaminante. Se percibe más en la televisión y la radio, por el carácter audiovisual de estos medios. Pero en los impresos y en la plataforma digital, el problema tiene igual fuerza. La crisis ética es profunda. Excepciones aparte, los públicos son asumidos como marionetas, se apela a sus emociones y, al mismo, se le miente descaradamente.     

La propaganda se enmascara con el rimbombante término de investigación irrefutable, en la presentación de datos no verificados ni correlacionados. En la presentación de los relatos con una sola versión, la de su conveniencia. En el discurso que prioriza la opinión a la información, y, muchas veces, opina sin que la población haya sido informada previamente con honestidad sobre lo sucedido. Ella, la propaganda disfrazada de periodismo, también subyace en el hablar duro, repetitivo, descalificador.

El periodismo necesita retomar su espacio. Hay que hacer recular a sus aguas la epidemia de propaganda que mata la verdad e impone sus mentiras. Algunos lo hacen sin que ello implique el intento vano de presentarse como asépticos en términos ideológicos. Bien.

Pero se necesita más, y ahora. Urge una avalancha de medios y periodistas que pare en seco la permanente sustracción del derecho de la población a estar informada con veracidad. Es así como se construye democracia desde la comunicación.