La proclamación  de Luis Abinader como el candidato presidencial del Partido Revolucionario Moderno (PRM), este domingo 14 de junio, marcará el inicio de una intensa y amplia jornada de lucha por el cambio político que no se detendrá hasta mayo del 2016.

El estilo abierto y firme de Luis Abinader ha generado entusiasmo e integración en su base política natural, el PRM, y confianza en amplios sectores nacionales que ven en el joven político las cualidades necesarias para presidir un gobierno que enfrente la corrupción, la ineficiencia y la manera arbitraria con que el PLD ha gobernado el país durante más de una década.

Su trayectoria profesional, empresarial y política,  así como su talante ideológico liberal le han  ganado respeto y aceptación de otros grupos, partidos y personalidades políticas  que coinciden en que la prioridad es el rescate de nuestras instituciones, vilmente secuestradas por una secta político corporativa, que ha anulado la separación y contrapesos de los poderes públicos, incluyendo la independencia de la justicia.

Les convoca también, la escandalosa expansión de la pobreza material en que vive la gran mayoría del pueblo y las ominosas manifestaciones por doquier de descomposición social e indefensión ciudadana frente a la violencia callejera. Ese desorden no puede exhibirse como sinónimo de progreso o paradigma a seguir, ni es tampoco el “costo inevitable” de la modernización y el crecimiento económico como pretenden pintarlo algunos comentaristas  paniaguados.

La marcha será dura, pero puede ser victoriosa. Las encuestas hablan del crecimiento acelerado del respaldo electoral a Luis, de la caída gradual de la dupla Danilo-PLD y del auge de la decepción de la clase media, empresarios y el pueblo en general.

Luis y sus aliados deberán enarbolar lo que justamente sienten y creen: una propuesta de cambios políticos y económicos que se convierta en un verdadero parteaguas de la historia política nacional moderna. Jamás deberán permitir que le consideren “más de lo mismo”.

El triunfalismo, hijo de la arrogancia y el egoísmo, no cabe tampoco en estas circunstancias. Obtener el 50% de los votos requiere trabajo, prudencia y humildad.