En un artículo anterior afirmé que Platón mantuvo una relación paradójica con la tecnología de la escritura. Usé la expresión “tecnología de la escritura” parafraseando el libro de Walter Ong (1982) titulado en español como Oralidad y Escritura. Tecnologías de la palabra. El título original en inglés es Orality and Literacy. The Tecnologizing of the Word. Ocurre lo de siempre: no se pueden traducir literalmente ciertas expresiones en bien de una mejor comprensión en la lengua receptora; al menos eso es lo que cree el traductor. Dejemos de lado esta problemática y el libro y concentrémonos en Platón y su paradoja con la escritura.

En la carta séptima es donde Platón expone sucintamente su diatriba con la escritura. Luego dedica un mito y habla de forma extensa en su diálogo El Fedro. El mito que recupera es sobre el origen de la escritura por Theuth. Una clave de lectura de este filósofo es que, si coloca un mito en su proceso argumentativo, estamos en terreno movedizo sobre una cuestión importante para él.

Theuth en el Egipto mitológico de Platón representa el dios del conocimiento de la época (inventor del número, del cálculo, geometría, astronomía), pero también el dios que había creado el juego de dado y damas; también descubrió las letras. Platón coloca en boca de este dios una explicación de las ventajas de la escritura: sería una especie de fármaco de la memoria y la sabiduría. Con este fármaco se harán más sabios los egipcios. El rey le responde que no, que las letras harán todo lo contrario en cuanto que se descuidará la memoria de quien la aprende. La escritura será un fármaco del olvido ya que, al fiarse de lo escrito, esta funcionará como un “simple recordatorio”; esto es, una apariencia exterior de lo que debió interiorizar como verdad. El problema de la escritura en el Fedro es que aleja de la verdad y de su capacidad de ser memorizada-contemplada interiormente; funciona como un simple recordatorio de aquello que dice, pero no es lo que dice. La lógica del ser (no visible) y la apariencia (lo visible) se impone en el razonamiento platónico.

En la carta séptima Platón tiene la experiencia amarga del fraude a través de la escritura. Un amigo publica una serie de consejos para la vida después de una conversación con el maestro filósofo, sin darles los debidos créditos y otorgándose la creación de aquel discurso escrito. Luego, el amigo coloca el escrito para el consumo masivo, lo que molesta a Platón en vista de que aquellas verdades estaban destinadas para la contemplación y la conversación; no para ser entregadas como “huérfanas” a expensas de ser malinterpretadas. Dice Platón que “Dionisio hubiera respetado lo que yo mismo respeté; no se hubiera atrevido a entregar estas cosas santas a la ignorancia y a la necedad”.

La cuestión es que Platón entendió que la filosofía, como saber verdadero, debe realizarse a través del diálogo socrático, la discusión heurística para llegar a la contemplación de la verdad. En este diálogo el maestro conduce al discípulo por grados de acercamiento al ser. El solo enfrentamiento con la “letra muerta”, con el texto, es como hacer preguntas a quien no puede responder. Frente al texto es el lector quien tiene el poder; en el diálogo el poder de la verdad está en el maestro.

Platón supo, en su vejez, que sus ideas debían ser conservadas y que la oralidad era excesivamente frágil para ello. La nueva tecnología de la escritura, si bien era un fármaco del olvido, permitió grabar el discurso sobre una superficie, lo que garantizó su duración en el tiempo, pero no su fidelidad interpretativa. Sus escritos en diálogos es el modo bizarro que empleó para aquilatar entre la duración de lo escrito y la espontaneidad del diálogo heurístico, aunque esta vez representado; como se hacía en el drama. La literalidad (la letra fijada) salva el discurso del terrible Chronos. La forma dialogada de los textos salva el discurso de la letra inerte.

Los diálogos platónicos son el vivo ejemplo de una solución dialéctica a un problema. Las contradicciones entre la oralidad y la escritura, entre autor y lector, mediadas por el texto.