En los tiempos de gloria del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) su fortaleza inexpugnable fue siempre la calle y su talón de Aquiles la mesa de la negociación política.
Cuando el otrora partido del pueblo y de la libertad tomaba las calles se tornaba en invensible. Su poderosa voz redentora habría de par en par las puertas de las casas de aquellos que anhelaban la libertad, los cuales inclinados reverentemente ante él salían a apoyar las épicas jornadas de lucha por la democracia.
La muestra más fehaciente de lo expresado anteriormente la encontramos en las históricas convocatorias al pueblo, después de la caida de la dictadura trujillista, para la elección del primer gobierno democrático, así como para luchar por el retorno a la constitucionalidad mancillada por el golpe de Estado de 1963 y para frenar los asesinatos, los apresamientos y las deportaciones que caracterizaron los 12 años de autoritarismo balaguerista.
Como se puede apreciar, el éxito del poderoso partido blanco en la calle fue innegable. Sin embargo, cada vez que se sentó en la mesa a negociar resultó vilmente engañado. Su fracaso como negociador desde la Guerra Abril hasta que se convirtió en visagra del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) fue estrepitoso. Cada vez que se asomaba una crisis interna y su más grande líder, José Francisco Peña Gómez, proclamaba que solo el PRD podía derrotar al PRD, le faltaba agregarle que también la mesa de la negociación podía derrotarlo.
Sin lugar a dudas, la negociación que le puso fin a la grave crisis post electoral de 1994 fue la principal causa que impidió que Peña Gómez ganara las elecciones del 1996. La torpe aceptación de la incorporación de la doble vuelta, con el requisito del cincuenta por ciento más uno para ganar las elecciones, convirtió a Leonel Fernández en Presidente de la República.
En los inicios del régimen autoritario de los doce años de Joaquín Balaguer, el influyente dirigente reformista Adriano Uribe Silva pronunció la conocida frase: “La oposición se escucha, se aplaude y se aplasta”. Precisamente, así fue como Balaguer trató a la oposición mientras gobernó. Y todo parece indicar que de esa misma manera será como el PLD la seguirá tratando.
Retirarse de la mesa de la negociación política nunca es recomendable para la oposición. Fue un error del PRM abandonar el diálogo que encabezaba Monseñor Agripino Núñez Collado, como lo es también mendigar el retorno al mismo después de haberse retirado. El principal partido debe estar consciente de que, como sostiene Giampaolo Zucchini, la oposición es “la unión de personas o grupos que persiguen fines contrapuestos a aquellos individualizados y perseguidos por el grupo o por los grupos que detentan el poder económico o político o que institucionalmente se reconocen como autoridades políticas, económicas y sociales respeto de los cuales los grupos de oposición hacen resistencia sirviéndose de métodos y medios constitucionales legalistas o ilegales y violentos”.
Por lo tanto, después de su retiro del diálogo, al Partido Revolucionario Moderno (PRM), que ahora ocupa el espació que por décadas le correspondió al PRD, solo le quedan las calles para promover los cambios urgentes que requiere nuestra democracia.