Somos muchos los que afirmamos que el gobierno del señor Danilo Medina no tiene oposición y somos muchos los que, al afirmarlo, nos equivocamos porque, no es que no haya oposición sino que no entendemos, no nos adaptamos a la realidad de que, como la sociedad entera que vivimos, la oposición, los partidos y dirigencias son líquidos. Guillermo Moreno, por ejemplo, sostiene que el gobierno ha sido el principal promotor y beneficiario del discurso que asegura que no hay oposición puesto que naturalmente reconoce que es un argumento desmovilizador. La única discrepancia que albergo al respecto es que el gobierno no ha creado esa percepción en la gente pero si sabe alimentarse de ella. No la ha creado en el sentido formal, solamente la aprovecha.
Según Zygmunt Bauman el gran pensador polaco fallecido en enero del 2017, vivimos una sociedad líquida, sin forma, como el agua, acomodaticia, complaciente, donde todos los valores, obligaciones, compromisos y derechos son relativos, condicionales y su ejecución o vigencia siempre depende algo. Por lo tanto, el sistema político ha de ser también líquido para estar en consonancia con la sociedad que representa o dice representar.
El mismo Bauman a quien debemos haber acuñado el término de “sociedad líquida”, “modernidad líquida” y “vidas líquidas” entre otros, exploró el vinculo de esta liquidez con la conversión del antiguo ciudadano en moderno consumidor. Esta transformación supone que del pensar en la sociedad y el país, la gente pasara a pensar y preocuparse por si misma de tal manera que ha dejado de interesarnos el país puesto que estamos demasiado comprometidos con nosotros mismos y nuestro bienestar. Hemos asimilado por completo la promesa de la publicidad, nos sentimos realizados cuando adquirimos algún producto, cuando podemos pagar algún servicio, exhibir algún lujo o sorprender con una extravagancia. Si no vivimos al filo de la moda, si no usamos las mejores marcas –aunque sean falsas- si no acudimos a los lugares donde se supone y espera que estemos, si no presenciamos el recital o la presentación de Juan de los Palotes en el teatro o anfiteatro X, si no tenemos el carro que queremos y deberíamos tener y si tampoco podemos tener las mujeres que queremos y pagar para ellas todos sus caprichos, entonces somos una tipos desgraciados, una quedados irremediables. Todo nuestro aspecto, nuestro discurso, atuendo, conducta y comportamiento debe ser “políticamente correcto” en aras de la apariencia y sin importar el contenido ni las consecuencias. Esta es una etapa. El mundo no se ha acabado y en su momento el cuerpo social la dejará atrás.
Mas que quejarnos de la oposición líquida que tenemos, deberíamos conocer su origen, estudiar su comportamiento y evaluar sus consecuencias. Todo ese ejercicio hará que seamos menos duros al juzgar a la oposición porque esta lo que hace es parecerse al país que representa. No queremos ir a las calles a protestar y sufrir como en Nicaragua porque en realidad no queremos parecernos a ese pequeño país; preferimos protestar en forma civilizada, democrática y pacífica o lo que es lo mismo, sin enlodarnos la ropa ni mancharnos de sangre. Entonces ¿de que nos quejamos? Nuestros dirigentes están básicamente a la altura del pueblo. Ni uno ni otro se quiere enlodar. Y ahí está pues, el dilema. Nosotros tendremos líderes capaces, atrevidos, resueltos e innovadores cuando el cuerpo social haya empezado a ensuciarse y enlodarse. Los nuevos dirigentes no saldrán de los estudios de radio ni televisión sino de las calles, plazas, caminos y barricadas si hiciera falta.
El gran significado de la Marcha Verde en nuestra historia reciente es que ha sido el primer ensayo de movilización y organización articulada. Que ahora aparezca dividida, es parte de la historia. Agotó una etapa y no estaba preparada para la otra, pero lo estará quizás como marcha de otro color. No importa, pero esa es la cantera y ese es el camino: no tendremos dirigentes de ciudadanos hasta que el mismo pueblo que ahora es consumidor empiece a buscar el camino de regreso a la ciudadanía.
Otro gran pensador canadiense John Ralston Saul se refiere a la actual como la sociedad de “las estrellas”, del espectáculo, de los “héroes” donde jugadores, artistas, deportistas, criminales y otros encarnan la notoriedad y el estrellato de tal forma y a tal escala que todos los demás –incluyendo los dirigentes políticos- quieren parecerse a ellos. Para Ralston, la sonrisa, el atuendo, el gasto extravagante, las inconductas y sobre todo la deslealtad y la falta absoluta de principios y valores humanísticos definen a estos modelos de protagonistas que nos rodean, usufructúan y gobiernan por doquier. Tenemos pues por delante dos etapas:
Una el renacimiento del activismo, la gente buscando su ciudadanía via el desfile, la movilización y la protesta.
Otra una parte de los nuevos dirigentes entregados al estrellato y otros comprometidos con la lucha de su pueblo.
Los candidatos o aspirantes son la mejor evidencia del empantanamiento de esta sociedad: la misma gente que ha fracasado, los que no tienen nada que decir, los que no aportan ni representan mas que a si mismos como si esta sociedad no fuera capaz de producir nada nuevo. Y la verdad es que no ha sido capaz y no lo será tampoco hasta que no vivamos meses y años de jornadas callejeras, marchas, concentraciones, paros etc; hasta que nuestros activistas encuentren fuentes alternativas de donde nutrirse porque, leyendo periódicos locales, leyéndose a si mismos, oyendo radio y viendo TV criolla no hay manera de educar ni aprender. Nos hemos quedado atrás en el pensamiento, nos hemos africanizado peligrosamente y nos hemos envilecido en la conducta y arriba de todo eso nos creemos la gran cosa: que equivocados estamos.