Disipó incógnitas y dejó fuera de toda duda el cambio de posición asumida en el seno de la OEA por el gobierno dominicano en el debatido caso de Venezuela, el voto del Canciller Miguel Vargas Maldonado sumándose a la posición encabezada por los Estados Unidos y mantenida por el llamado Grupo de Lima.  Este engloba 14 países, que suman más del noventa por ciento de la población continental. 

Con el nuestro y los de Bahamas, Jamaica y Barbados que también se integraron, se lograron 19 votos, uno más de los necesarios para aprobar la resolución que desconoce la validez de la comedia electoral montada por Maduro el pasado 20 de mayo, al tiempo de abrir las puertas para la posible suspensión de Venezuela como integrante del organismo regional, antes de la llegada de la fecha en que se haría efectiva su solicitud de baja.

Al sustanciar su voto, Vargas Maldonado hizo recuento de los esfuerzos desplegados por el gobierno dominicano, sirviendo de intermediario para propiciar  una solución pacífica a la grave crisis por la que atraviesa la patria de Bolívar.  Esta es tanto política, como económica, social y humanitaria.   

En ese contexto recordó el proceso de diálogo que reunió en Santo Domingo, en cuatro laboriosas pero inútiles sesiones, a representantes del gobierno de Maduro y de la oposición.  Un intento fallido, durante cuyo transcurso, Maduro, en una descarnada demostración de su falta de interés en arribar a una salida pacífica, continuó dando pasos encaminados al montaje de la farsa electoral que le permitiera continuar en el poder, por demás  y a todas luces en forma ilegal y de naturaleza ilegítima.

No obstante la postura definida asumida en esta ocasión por el país, Vargas Maldonado volvió a reiterar su llamado para seguir realizando esfuerzos a favor de una salida incruenta a la situación por la que atraviesa la patria de Bolívar.  Es una actitud que refleja el firme deseo compartido del gobierno y el pueblo dominicanos por ahorrarle un futuro de mayor luto y sufrimiento al pueblo venezolano. 

Lamentablemente resulta un deseo reñido con la posición intransigente y obcecada de un grupo obsedido por el ansia de seguir disfrutando de un poder del que han hecho un uso ilegal, concupiscente,  abusivo, aprovechado y dispendioso, y a contrapelo de la voluntad mayoritaria de los venezolanos.

Como cabía suponer el cambio de actitud del gobierno dominicano de una postura equidistante y neutral a una más beligerante y definida por parte de los más suspicaces aunque contados defensores del régimen madurista, es atribuida a presiones de Washington, más después de la visita de Robert Copley al presidente Danilo Medina para tratarle el tema y la posterior del canciller Vargas Maldonado a Washington.  Es lo de menos.  En todo caso, otra expresión de “real politik”. La misma que determinó el distanciamiento de la República China (Taiwán), después de décadas de amistad y ayuda solidaria, para establecer relaciones con China Continental.  Lo que cuenta son los intereses del país y estos giran mucho más cerca de la órbita de Washington que de Caracas.

Desde esa óptica, creemos que el gobierno dominicano ha actuado correctamente en base a la prevalencia de nuestros intereses después de haber hecho esfuerzos ingentes por contribuir a una salida democrática y negociada a la crisis venezolana. Desde ese ángulo,  el voto dominicano no ha sido contra Venezuela, sino coincidente contra un gobierno carente de legitimidad. Ha sido un voto contra la corrupción, la represión y la ineptitud del peor gobierno que ha pasado por el Palacio de Miraflores.   Un voto a favor de un mejor futuro para Venezuela y el  pueblo venezolano con el que nos unen tantos lazos fraternales.  Un voto a favor de su derecho a recobrar y vivir en democracia de la que se ha visto privado en más de una ocasión.  Una amarga experiencia conocida y sufrida también por el pueblo dominicano durante las tres largas décadas del oprobioso régimen dictatorial que padeció. 

Es la misma que luego ha costado tanto esfuerzo, sacrificio y sangre conservar, y que, a pesar de todas sus imperfecciones y desvíos,  sigue siendo el mejor de todos los sistemas.  O al menos, como postuló Winston Churchill, el menos imperfecto de todos.