Las reformas educativas ocurridas en América Latina y el Caribe en la última década  del siglo pasado, no fueron iniciativas propias de cada uno de los países de la región.  Al respecto, el profesor brasileño Gaudêncio Frigotto señala que a partir de principios de los años 1990 los Organismos Multilaterales (OM) comenzaron a actuar con mayor intensidad, estableciendo objetivos organizacionales y pedagógicos definidos en grandes eventos, reiterados en asesorías técnicas y registradas en abundante producción documental. Uno de estos eventos fue la Conferencia Mundial sobre Educación para Todos, celebrada en Jomtien, Tailandia, en 1990. Esta Conferencia fue convocada por los jefes ejecutivos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), el Banco Mundial (BM) y copatrocinada por 18 gobiernos y organizaciones.

Por tanto, se percibe que los cambios ocurridos en la educación a partir de esos años forman parte de un contexto global de cambios para la educación, a fin de responder a las transformaciones del capitalismo en el mundo. Por eso, Roger Dale (2001), defiende la tesis de que existe una Agenda Globalmente Estructurada para la Educación (AGEE).

Entre los cambios recomendados por los OM para poner la educación en consonancia con el modelo de desarrollo económico y productivo de América Latina y el Caribe está la diseminación del gerencialismo, propuesta ampliamente defendida por estos,  a partir del Consenso de Washington.

Esta nueva concepción de administración gerencial fue poco a poco incorporándose en la gestión de las políticas sociales en los países,  en especial en la educación.

El gerencialismo se entiende como un conjunto de referencias oriundas de la administración empresarial que se adaptan a la administración pública orientando sus actividades para garantizar el control, la eficiencia y la competitividad. La introducción del gerencialismo en la educación ocurre desde el sistema educativo nacional hasta la escuela. En este sentido, algunos autores afirman que el gerencialismo, en el campo educativo, a diferencia de los modelos de administración que le precedieron, "es un movimiento que intenta modificar no sólo la organización de la escuela, imprimir otra lógica al funcionamiento del sistema educativo […], pero también pretende, sobre todo, operar una transformación en la subjetividad de los educadores a través de la implantación de mecanismos bastante objetivos de control que afectan  la organización, evaluación y la gestión del trabajo docente”.

Los términos administrador, gestor y director escolar pueden ser comprendidos como sinónimos, predominando en la mayoría de los sistemas de enseñanza el término director escolar, como el que ocupa el cargo jerárquicamente superior y requiere de ese profesional formación en administración o gestión escolar (Paro, 2015).

Desde hace varios años, en el país los nuevos conceptos de cuño gerencialista comenzaron a formar parte de la cotidianidad escolar con el desarrollo de programas académicos a nivel de postgrado, muchos de ellos compartidos entre universidades nacionales y extranjeras.

A partir del inicio del siglo XXI, en Latinoamérica y el Caribe se introduce el término gestor que trae consigo una serie de nuevos conceptos como eficiencia, eficacia, racionalización, resultados, que empiezan a ser sutilmente introducidos, también, en la organización escolar. En este sentido, Ball (2001) afirma “En el proceso de implementación de un nuevo paradigma en las organizaciones del servicio público, el uso de un nuevo lenguaje es importante: las nuevas organizaciones de gestión pública se encuentran ahora ´pobladas´ de recursos humanos que necesitan ser gestionados; aprendizaje es retitulado ´producto final de políticas rentables´; logros pasan a ser un conjunto de ´objetivos de productividad´, etc”.

Distintos sistemas escolares de la Región han incorporado diversas medidas tendentes a fortalecer el liderazgo de los directores, dentro de las que destacan la  incorporación de estándares de desempeño, la introducción de sistemas profesionalizados y otros. Al mismo tiempo, sin embargo, subsisten desafíos mayores, dentro de los cuales uno central corresponde al ámbito de la preparación y formación de los líderes escolares. En general, los países latinoamericanos tienden a no contar con políticas claras y coherentemente estructuradas, que fijen los contenidos y competencias de base a desarrollar en función de estándares de desempeño preestablecidos, que distingan diferentes necesidades formativas en relación a las etapas de desarrollo de los directivos, y que aseguren la existencia de programas de calidad que logren brindar la formación requerida. 

Durante su gestión como ministra de Educación, Josefina Pimentel anunció en la prensa del 22/12/2011 la creación de la Escuela de Directores para la Calidad Educativa (EDCE), al parecer basada en la filosofía más vale algo que nada, ya que ofertaría, y continúa ofertando,  a directores sin formación específica para  dirigir instituciones educativas, un curso de siete meses de duración. Las clases se impartirían 4 días cada mes. La misma entró en funcionamiento el 17 de enero de 2012. Según datos publicados en los periódicos, hasta el 23 de marzo de 2016 habían recibido el certificado de conclusión  1,961 directores. Una cantidad poco significativa, si se compara con el universo que necesita de formación.

La formación en gestión de centros es un área de la formación docente dirigida a la preparación de personal para gerenciar escuelas. Gerenciar un centro educativo no es lo mismo que la docencia. Por eso, dirigir una escuela primaria, liceo secundario o un politécnico con la ayuda de la intuición, por los años en servicio, o por los consejos de otros colegas y supervisores es un riesgo para un sistema educativo cuya pretensión es ofertar una educación de calidad. Es necesario que las autoridades de Educación presten atención a la formación, que desde hace décadas requiere este personal que incide en los aprendizajes de los estudiantes. Y soluciones como la que oferta la EDCE son insuficientes, ante la complejidad que implican las instituciones escolares en la actualidad y la gran población que necesita recibirla.