“Amor y Lealtad se han dado cita, Justicia y Paz se abrazan; Lealtad brotará de la tierra y de los cielos se asomará Justicia” (Sal 85,11-12).

Ya es una tradición que con motivo de la conmemoración anual del 27 Febrero la Conferencia de los obispos romano-católicos emitan una declaración pública relacionada, por lo general, con un análisis de la realidad nacional y una toma de postura sobre la misma. Este año dicho mensaje se titula “Que la justicia y la paz se encuentren”, tomando dicha formulación del texto bíblico del libro de los Salmos (Sal 85, 11).

Cuando nos referimos a la pertinencia coyuntural de este documento podríamos hacernos algunas preguntas: ¿Qué aporta este documento al debate nacional sobre la necesidad de la transformación económica, ética y política de esta sociedad nuestra? ¿Tiene el episcopado católico calidad ética y política para el análisis y para la identificación de responsabilidades y sobre todo, para proponer los cambios necesarios que necesita una sociedad estructuralmente injusta? ¿Están realmente los jerarcas católicos y sus respectivas comunidades cristianas comprometidos con la causa de la justicia y el mejoramiento de las condiciones de vida en los respectivos territorios?

El documento hace una buena descripción de hechos, valores y actitudes sociales y personales que construyen una vida digna, una vida en paz. Entre las fortalezas que describen los jerarcas católicos están: las actitudes responsables de nuestros ciudadanos y ciudadanas, el crecimiento de las organizaciones comunitarias, los esfuerzos por mejorar la educación pública, el sistema nacional de atención a emergencia y seguridad (911), y las Iniciativas que incentivan la economía agrícola y la microempresa. Del mismo modo hacen una interesante descripción de acciones y actitudes negativas que constituyen situaciones injustas  como son: Irrespeto a la independencia de los Poderes del Estado,  crecimiento del endeudamiento, insuficiente aplicación de una política de inmigración equilibrada, el auge del narcotráfico y el consumo de las drogas, los juegos de azar y exceso de bebidas alcohólicas, la irresponsabilidad y deficiencia de nuestros cuerpos de seguridad, la impunidad y deficiente aplicación de la justicia y el desempleo y empleos de baja calidad.

El documento plantea, en su fundamentación teórica la concepción bíblica de la Paz (Shalom, en hebreo) que es la virtud que incluye el fruto y las consecuencias de la lucha por la justicia, la igualdad y la distribución equitativa de las riquezas. En definitiva la paz bíblica es sinónimo de bienestar colectivo, de Buen Vivir, de Vida Digna.

Varios comentaristas han analizado el documento de los obispos y han expresado diversas opiniones sobre el mismo. J. B. Díaz (Hoy, 1-3-15, Pag. 9A) considera que el mensaje de los obispos es uno de los más progresistas de la historia de la institución episcopal y la compara con la pastoral de enero de 1960, que denunció los excesos de la tiranía trujillista. Miguel Sang Ben (Acento, 23-2-15), por el contrario, ha dicho que la carta de los obispos no refleja el pensamiento profético y comprometido del Papa Francisco. Argelia Tejada, por su parte, ha cuestionado la calidad y la coherencia proféticas de quienes emitieron el mensaje episcopal, porque, según esta socióloga de la religión, “Los profetas del Antiguo Testamento no predicaban desde lujosas residencias construidas por el Estado, ni demandaban lujosas y modernas catedrales, ni sueldos de generales ni túneles privados para llegar al Templo de Jerusalén” (Acento, 3-3-15).

Las principales debilidades y deficiencias del documento episcopal están en la superficialidad del análisis de las raíces y causas de las injusticias que denuncian, así como en la poca consistencia de las propuestas de mejora e involucramiento de las comunidades cristianas católicas y de otras organizaciones de la sociedad, en la transformación de las actuales situaciones de injusticia. Además, el documento tiende a confundir a la población inconsciente cuando iguala la interrupción del embarazo en algunas circunstancias, -tal como fue propuesto en la observación hecha por el presidente D. Medina, en la propuesta de modificación del código laboral- con el aborto puro y simple.

Otra debilidad que se le puede achacar al documento son sus significativas omisiones. ¿Cómo es posible que los obispos hablen de justicia y de paz y no se refieran a la barbaridad jurídica y al drama humano de la desnacionalización de más de 200,000 dominicanos y dominicanas, -la mayoría de los cuales son de origen haitiano- legalizada por la sentencia 168-13 del Tribunal Constitucional? ¿Cómo se entiende que los obispos se opongan tan radicalmente a la despenalización de la interrupción del embarazo cuando está en juego la vida de la mujer, cuando el embarazo es fruto de violación, o incesto o cuando el feto tiene una mal deformación que condenaría a la persona a sufrir toda su vida y a condenar a su familia a cargar con ese peso? ¿Cómo es posible que los obispos y su oficina de abogados, de la ONG CEDAIL, no estén presentes allí donde se está debatiendo la posibilidad real de la pérdida de algunos de los pocos derechos adquiridos por las y  los trabajadores dominicanos? ¿Cómo es posible que los obispos, como cuerpo, no hayan apoyado la ley que declara Loma Miranda Parque Nacional y hayan dejado solo en la lucha ambiental al obispo Antonio Camilo y a las comunidades cristianas de La Vega, comprometidas con la defensa de ese pulmón natural?

De Jesús de Nazaret se decía que hablaba con autoridad, porque su discurso iba acompañado de hechos solidarios y de una voz profética insobornable.  Por eso la sociedad dominicana necesita la voz ética y profética, el análisis y la práctica solidaria de  un liderazgo ético y de unos colectivos religiosos comprometidos con la justicia y la creación de una vida digna para toda la población, pero sobre todo para ese más del 60% que vive en la pobreza y en la miseria. Ojalá que el liderazgo, tanto de la Iglesia Católica como de las iglesias protestantes, se decida a romper su tradicional alianza y complicidad económica, político-partidaria y militar con los poderes fácticos, porque eso les quita autoridad ética y les resta credibilidad a sus declaraciones. Ojalá que se convierta en aliados de las luchas de los más empobrecidos y débiles. Porque de otra manera tendríamos que seguir escuchando las palabras indignadas que Jesús dijo a sus discípulos y discípulas, con relación a los fariseos y maestros de la Ley de su tiempo: “Hagan y cumplan todo lo que dicen, pero no los imiten, ya que ellos enseñan y no cumplen” (Mt 23,3).