Hipócrates (460-370 A.C.) dijo: “Los hombres deben saber que del cerebro, y solo de él, vienen las alegrías, las delicias, el placer, la risa y también, el sufrimiento, el dolor y los lamentos. Y por él, adquirimos sabiduría y conocimiento y vemos, y oímos y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es dulce y lo que es amargo. Y por el mismo órgano, nos volvemos locos, y deliramos y el miedo y el terror nos asaltan. Es el máximo poder en el hombre. Es nuestro intérprete de aquellas cosas que están en el aire”.

En los últimos 20 años la investigación acerca del cerebro ha avanzado de forma extraordinaria. En este período se han obtenido más hallazgos que en los siglos anteriores, conceptos como el de la neuroplasticidad, el desarrollo cerebral del niño y el adolescente, la neurogénesis durante toda la vida, la importancia del sueño para la memoria, etc. han supuesto un tremendo avance en el conocimiento. Sin embargo, respecto a la aplicación de las neurociencias en la educación, estamos en pañales y tratando de ponernos al día respecto a países más avanzados en este ámbito (OCDE, 2002).

A pesar de eso, por muy increíble que parezca, aún no se incluye en la formación de los educadores el estudio de la herramienta que se usa al aprender: el cerebro. Por eso, numerosas voces hablan de la necesidad de mayor formación del profesorado en el conocimiento del cerebro como uno de los pilares fundamentales de la educación, señalando las ventajas de que el docente entienda las particularidades del sistema nervioso y del cerebro para adaptar sus métodos de enseñanza a las necesidades específicas de cada alumno, sus estilos de  aprendizaje, su actitud, el ambiente del aula, entre otros factores, ya que en cualquier profesión es imprescindible conocer las herramientas de trabajo y el cerebro es la de los maestros y profesores.

Expresa Geake (2002), que si el aprendizaje es el concepto principal de la educación, entonces algunos de los descubrimientos de la Neurociencia pueden ayudar a entender mejor los procesos de aprendizaje de los alumnos y, en consecuencia, a enseñarles de manera más apropiada, efectiva y agradable. En ese sentido se entiende la afirmación de Wolfe (2001) de que el descubrimiento más novedoso en educación es la Neurociencia o la investigación del cerebro, un campo que hasta hace poco era extraño a los educadores (citados por Salas Silva, 2003). La Neurociencia es el conjunto de ciencias cuyo sujeto de investigación es el sistema nervioso con particular interés en cómo la actividad del cerebro se relaciona con la conducta y el aprendizaje.

Los avances en Neurociencia han confirmado posiciones teóricas adelantadas por la psicología del desarrollo por años, tales como la importancia de la experiencia temprana en el desarrollo. Lo nuevo es la convergencia de evidencias de diferentes campos científicos. Detalles acerca del aprendizaje y el desarrollo han convergido para formar un cuadro más completo de cómo ocurre el desarrollo intelectual, afirma Salas Silva (2003).

La clarificación de algunos de los mecanismos del aprendizaje por la Neurociencia ha sido mejorada por la llegada de tecnologías de imágenes no invasivas. Se afirma que estas tecnologías han permitido a los investigadores observar directamente los procesos del aprendizaje humano, por lo menos desde un punto de vista mecanicista.

Entre los descubrimientos fundamentales de la Neurociencia que están expandiendo el conocimiento de los mecanismos del aprendizaje humano hay que destacar que: (1) El aprendizaje cambia la estructura física del cerebro; (2) Esos cambios estructurales alteran la organización funcional del cerebro, es decir, el aprendizaje organiza y reorganiza el cerebro; (3) Diferentes partes del cerebro pueden estar listas para aprender en tiempos diferentes; (4). El cerebro es un órgano dinámico, moldeado en gran parte por la experiencia (5) El desarrollo no es simplemente un proceso de desenvolvimiento impulsado biológicamente, sino que es también un proceso activo que obtiene información esencial de la experiencia.

Los estudiosos afirman que la Neurociencia está comenzando a dar algunas iluminaciones (insights), si no respuestas finales, a preguntas de gran interés para los educadores.

El término Neurociencias, afirma Beiras (1998), hace referencia a campos científicos y áreas de conocimiento diversas, que, bajo distintas perspectivas de enfoque, abordan los niveles de conocimiento vigentes sobre el sistema nervioso. Así, en los últimos años se escuchan términos como neuromarketing, neuroeconomía, neuroarquitectura y neuroeducación. Esta última, constituye un movimiento internacional, aún incipiente, de científicos y educadores que pretenden aplicar en la escuela los descubrimientos sobre el cerebro, con el propósito de ayudar a aprender y enseñar mejor.

Es necesario que en educación se reflejen los avances que aporta la ciencia, y actualmente son muchas las teorías y voces que expresan la necesidad de poner juntas neurociencia y educación, no solo para poder ayudar a mejorar el estudio sino además, para que los métodos de enseñanza se adapten a las etapas del desarrollo evolutivo y a las diferencias individuales, partiendo de que para comprender el aprendizaje hay que entender cómo funciona el cerebro. De ahí se deriva la necesidad de un acercamiento a las neurociencias  desde la realidad del aula, y eso solo puede hacerse a través de la experiencia del profesorado, porque no todo el conocimiento que aporta esa ciencia tiene interés educativo.

Según Gamo (2012)  combinar las ciencias cognitivas y las neurociencias con la educación, conlleva métodos educativos más eficaces, pero lo más relevante desde el punto de vista de la neuropsicología es la oportunidad que este conocimiento aporta sobre lo que se debe aprender y cómo aprenderlo, teniendo en cuenta la neuropsicología del cerebro en desarrollo.

Educadores y científicos que habían estado aislados, unos en las aulas y los otros en sus laboratorios, ahora caminan a la par. Por ejemplo, universidades como la Johns Hopkins, en Estados Unidos, ya han puesto en marcha proyectos de investigación en neuroeducación, igual que Harvard, que dispone del programa Mente, Cerebro y Educación, el cual pretende explorar la intersección de la neurociencia biológica y la enseñanza. Todo apunta a que ha llegado la era de la neuroeducación.

A medida que el conocimiento sobre el funcionamiento del cerebro humano vaya siendo más accesible a los educadores, el proceso de aprendizaje se volverá más efectivo y significativo, tanto para educadores como  para alumnos.

La Neuroeducación parece ser una buena herramienta para cumplir los objetivos de la Unesco para 2030, muy similares a los planteados para quince años antes, pero con un agregado fundamental: “Garantizar una educación de calidad inclusiva y equitativa, y promover las oportunidades de aprendizaje permanente para todos” (Pellegrini, 2016). 

¿Está la escuela dominicana participando del nuevo paradigma educativo que marca la Neuroeducación?, pues según Salas Silva (2003) en cada escuela debería existir un núcleo de profesores de ciencias naturales, de humanidades, de artes, etc., que trabajen en equipo en procura de conocer más y profundizar más en la teoría del aprendizaje compatible con el cerebro.

Por último, José Antonio Marina, profesor y filósofo español, en su artículo La Educación del Cerebro, afirma: “Tengo la convicción de que la colaboración entre neurociencia y pedagogía va a mejorar extraordinariamente nuestros sistemas educativos, dándoles mayor eficiencia y profundidad…”.