Las décadas de 1960 y 1970 fueron de grandes convulsiones sociales y políticas en Estados Unidos y también de reformas para incorporar demandas de diversos sectores sociales, en particular, de los negros y las mujeres.

Pensadores conversadores como Samuel Huntington plantearon que esos movimientos sociales constituían una amenaza para la democracia porque el sistema político no tendría capacidad de acomodar tantas demandas, y esa incapacidad generaría más insatisfacción. De ahí, según él, la necesidad de contener las demandas.

A partir de la presidencia de Ronald Reagan (1980-1988), el Partido Republicano asumió el proyecto neoconservador con tres pilares: económico, sociocultural y geopolítico.

En el plano económico se asumió el neoliberalismo que resaltó la necesidad de reforzar el mercado versus el Estado; eso implicaba, entre otras medidas, menores impuestos y menos gastos sociales. La agenda sociocultural se enfocó en impulsar valores tradicionales religiosos para limitar los derechos de las mujeres al aborto y de igualdad civil para la comunidad LGBT. La agenda geopolítica consistió en restablecer el dominio de Estados Unidos en el mundo, en relación, en aquel entonces, a la Unión Soviética.

Durante el gobierno de Reagan se afianzó la agenda económica-neoliberal y la agenda geopolítica que culminó con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la desintegración de la antigua Unión Soviética. Luego, en los gobiernos de los dos Bush, se impulsaron varias guerras.

La agenda sociocultural ha sido más difícil de materializar por la fortaleza que adquirió el movimiento de mujeres y el movimiento LGBT. De ahí el afán de los grupos religiosos conservadores en colocar en las cortes jueces afines para que legislen a favor de sus causas. Los blancos evangélicos han constituido un bloque electoral vital del Partido Republicano.

El neoconservadurismo ha dominado la política de Estados Unidos en los últimos 40 años, a pesar de que hubo dos presidencias del Partido Demócrata: la de Bill Clinton (1992-2000) y Barack Obama (2008-2016). Bill Clinton pudo llegar al poder por la recesión económica de 1990-92 y la candidatura presidencial independiente de Ross Perot que dividió el voto conservador. Obama llegó al poder en medio de la crisis financiera de 2007-08 y la creciente oposición a la guerra de Irak que debilitó a George W. Bush.

Tanto Clinton como Obama lograron reelegirse porque durante su primer mandato mejoró sustancialmente la economía. O sea que, no es cierto que a la economía de Estados Unidos le va mejor con gobiernos republicanos.

Obama cautivó políticamente las fuerzas progresistas, pero no las movilizó desde el poder. Donald Trump, por el contrario, cautivó y movilizó las fuerzas conservadoras con un liderazgo hiper personalista, y un discurso estridente y divisionista a través de las redes sociales. Así forjó un culto a su persona que le permitió controlar el Partido Republicano.

Durante el gobierno de Trump, los movimientos de derecha se empoderaron y radicalizaron (por eso el asalto al Capitolio) y se amplió el abanico de temas contenciosos. El discurso de nacionalismo económico de Trump, que genera apoyos internos, llevó a una confrontación con China; la antinmigración se fundamentó en una retórica xenófoba, sobre todo, contra los latinos; y el ataque a los medios de comunicación que le adversaron fue sello distintivo.

La forma destructiva en que termina la presidencia de Trump abre al Partido Demócrata la posibilidad de establecer una nueva narrativa política e impulsar políticas públicas más incluyentes que permitan superar el neoconservadurismo predominante en los últimos 40 años, generador de grandes desigualdades. Queda por ver si el Partido Demócrata lo hará.

Artículo publicado en el periódico HOY