Durante décadas, Miami ha sido el destino preferencial de miles de cubanos que huían de la Revolución. Luego, con cada trauma político o económico, una ola de recién llegados latinoamericanos claramente identificable. Venezolanos huyendo de la inestabilidad política antes y ahora del modelo bolivariano, miles de colombianos dejando su patria a causa de la violencia de narcos y paramilitares, otros tantos nicaragüenses que dejaron la guerra civil detrás, haitianos despavoridos por el terror, la desesperanza, el terremoto y varias oleadas de dominicanos tratando de escapar de las devaluaciones, la pobreza,  el desorden. De todas partes han venido y cada uno tiene una historia de horror supuesta o real que contar.

Miami, por los cubanos que desde el siglo XIX establecieron su presencia en Tampa y luego en gran medida por la llegada de cubanos a partir de 1959 fue la única ciudad en acoger una cantidad apreciable de profesionales en diferentes áreas, gente con experiencia política y administrativa, con conexiones, ambiciones y unida por la imposibilidad o por la decisión de no volver a su país de origen. La idea de que los latinos podían disputarle el control de la ciudad o de la región de Miami a los “anglos” debe haber nacido entre los cubanos por ese nivel de formación profesional, la estabilidad económica del primer exilio, las conexiones con el establishment y sobre todo por las circunstancias de una emigración masiva, politizada en la que echó raíces temprano la sospecha de que jamás regresarían a  Cuba pese a la promesa de ese mismo exilio de lograrlo.

Los braceros mexicanos de Texas y California nunca hubieran podido ni siquiera imaginar lo que se planteó y logró el exilio cubano en Miami. Las obreras dominicanas de Massachussets, los salvadoreños de Washington, ni en sueños podían haberse planteado metas semejantes. Miami, pues, ha ido forjando una personalidad sui generis en el entorno urbano de los Estados Unidos y no precisamente por la presencia masiva de latinos condición que, en todo caso, está presente en numerosas ciudades de California, Texas, Massachussetts y otros estados.

Toda esa enorme población latina asentada en Miami hoy tiene un fuerte rechazo al país y al entorno que dejó atrás como un factor común de unificación que es, generalmente, más fuerte que la visión a futuro. El habitante promedio de Miami no se define por el amor a la ciudad ni al país de acogida sino por el desamor por su país, ciudad  o región de origen.

Una de las características que mas claramente diferencia la población latina en el área de Miami de la que reside en Boston o Nueva Yorkes la nostalgia o ausencia de ella. Los latinos del norte de los Estados Unidos, en su mayoría gente de origen mas humilde y con escolaridad o formación profesional inferior es mas propensa al recuerdo, la evocación. Sufren resignados el desajuste  ambiental permanente de vivir en un lugar que asumen de antemano que no pueden cambiar (aunque en esto están equivocados porque si que lo han cambiado) y con el cual, aunque logren adaptarse nunca llegan a establecer una relación de identidad y pertenencia. A diferencia de Boston, por ejemplo, una parte de cuya población se identifica con la historia de la ciudad y al menos de palabra comulga con los valores que profesa, nada de eso sucede en Miami, ciudad donde no hay otro Dios que el proyecto individual de cada cual. Para el habitante promedio de Miami, la famosa frase de J.F. Kennedy: “No preguntes que puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país” es, en el mejor de los casos, un mal chiste.

Lo que sucede en Miami es singular también porque:

1.-Cada nacionalidad ha construido o ha tratado de construir su propio ghetto definido, con fronteras, comidas, olores, conductas y una versión propia del pasado que desató la decisión de emigrar. Naturalmente, ahora, este no es un rasgo exclusivo de esta ciudad pero si lo fue el esfuerzo intencional de sustraer influencia a los “anglos” para favorecer a los latinos como en efecto sucedió.

2.-Cada nacionalidad y dentro de esta, cada generación u oleada de emigrantes ha traído a la ciudad, y allí los ha implantado, cierto número de vicios de manejo vial, conductas sociales, prácticas de negocio, niveles de ruido, manejo de basura etc. con lo que, una parte del proceso de “americanizarse” los individuos se mezcla con la “latinoamericanización” de la ciudad como entidad. Los dos procesos convergen y actúan en paralelo.

3.- Una parte no pequeña de la cultura de la trampa, la informalidad y el desorden como se practica en Latinoamérica aparece incorporada a la vida política y a las prácticas de negocio en Miami; una gran ciudad que contiene a todas las ciudades del continente mas con sus defectos que con sus virtudes.

4.- A pesar del efecto causado por los factores anteriores y en parte debido a esos mismos defectos, Miami es también una ciudad de gran vitalidad que se nutre constantemente de recién llegados de clase media, profesionales ambiciosos, resueltos y capaces, aventureros modernos y también, aunque enmucho menor medida, mafiosos, corruptos, torturadores y asesinos.

Miami ha sido una ciudad Republicana, adherida a las posiciones mas conservadoras del espectro político norteamericano  donde la sagacidad y posicionamiento del exilio cubano original, consiguió para sus nacionales, condiciones únicas de acogida y trato migratorio. Miami chantajeó con éxito y secuestró parte de la política exterior de los Estados Unidos nunca a la escala de Israel pero ciertamente de forma notoria y por un largo periodo. Ahora, cuando empieza la etapa de normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos una parte de la ciudad se lanzará con indisimulada voracidad a buscar negocios y oportunidades en Cuba mientras otros grupos tratarán de incidentarlo. De todos modos, lo mas importante parece ser la demostración esperable de que Miami, mas que la sede del exilio cubano y de la derecha republicana  que la han definido como ciudad se consagra como la capital comercial de América Latina lo cual la hará menos cubana pero no por eso menos derechista.