El crédito es un instrumento de poder e influencia política que EEUU y otros países emplean como medio de presión contra gobiernos desobedientes o alineados a otros intereses estratégicos. Cerrar el crédito era a una economía local lo que la prohibición de venderle armas y pertrechos militares a la estabilidad de un gobierno asediado. Ya no es así y lo ilustra a la perfección, entre otros, el caso dominicano.

El disgusto americano con las ejecutorias de Danilo Medina es harto evidente. Las sanciones recientemente aplicadas a Angel Rondón y Félix Bautista así como declaraciones oficiales de la embajada y el papel del Departamento de Justicia en el escándalo Odebrecht corroboran ese disgusto. Sin embargo, este disgusto no ha afectado para nada la capacidad del gobierno dominicano para continuar endeudándonos o lo que es lo mismo, ya el disgusto o la enemistad política de los EEUU con un gobierno extranjero no afecta la capacidad de endeudamiento ni la capacidad crediticia de dicho gobierno.  Los mercados están dispuestos a prestar dinero al margen del interés político. La rentabilidad inmediata está por encima del interés nacional.

A los mercados no les importa la viabilidad política ni la gobernabilidad en ningún país.  Los acuerdos, compromisos y tratados supranacionales impuestos por el sistema global a esos mismos países garantizan que cualquier deuda será pagada si no por el gobierno que la contrató seguramente por uno de los que le suceda.  De hecho, esos mercados extraen beneficios adicionales porque, una deuda en mal estado, obliga al país deudor a pagar prestamos mas caros. Y en caso de que un país quiera o crea que puede deshacerse de la deuda queda preso por la capacidad de los dueños de la deuda para imponerle sanciones, bloqueos, congelamientos, incautación de fondos o activos y demás medidas punitivas.

El único camino para un país que se declare en rebeldía y decida no pagar la deuda es someterse a toda clase de privaciones producto de sanciones y acoso extraterritorial, algo para lo cual ni están preparados los líderes y muchos menos dispuestos los pueblos.

De eso se tratan- prácticamente sin excepción- esos acuerdos, tratados y convenciones que han consagrado una sustracción neta de soberanía a favor de entidades privadas corporativas.  Todo un historial de fallos judiciales adversos a gobiernos y favorables a las empresas demandantes lo atestiguan desde la experiencia argentina con los fondos buitres hasta la renuncia de Syriza en Grecia a todo su programa, promesas y discursos.

Así como a los mercados no les importa la condición política del país recipiente de préstamos, tampoco les importa el impacto que una bancarrota o una crisis política pueda tener sobre el propio país desde donde se emite el préstamo demostrando que los mercados se consideran y de hecho actúan por encima, al margen y en absoluto desprecio del interés nacional del prestamista y del prestatario. Por eso mucha gente no logra comprender que Danilo Medina, y el gobierno del PLD habiéndonos endeudado al máximo, mas allá de la imprudencia, de lo impagable, sigan contratando préstamos y encontrando financiamiento que . . . perdón . . . con frecuencia ni siquiera tienen que salir a buscar préstamos ni compradores de bonos. Vienen y se los ofrecen.  La clase media baila y aplaude hasta que llega la hora de los ajustes fiscales severos y traumáticos para pagar las cuentas.  Aunque uno se queja y lamenta esos ajustes, deberíamos darle la bienvenida porque si no es a patadas puras y duras no encontraremos el camino de regreso a la condición de ciudadanos ni podremos tampoco, llenos de ira, destruir el entramado neo-liberal.