Es de mañana, el calor del verano se ha ido y sopla frecuente y del norte una brisa ligera que refresca sin ofender. Mi esposa y yo discutimos los detalles de la ruta que planeamos seguir para andar cerca del cementerio a contratar la hechura de un molde metálico experimental para prensar queso, luego hemos de cruzar por la calle Barahona donde debo cotizar cables y abrazaderas eléctricos y desde ahí avanzar hacia la parte oeste de la ciudad a un trámite legal. Es toda una travesía que estamos por emprender y que se planifica con sumo cuidado para, considerando horario, direcciones y tráfico tratar de llegar en una sola pieza.
El día anterior a mi esposa la han chocado en la avenida Bolívar a la altura del pantalón con la José Contreras. Tuvo la suerte de que quién la chocó resultó un hombre decente que no se dio a la fuga, no la insultó y prometió y cumplió pagar el daño infligido al vehículo. Nada de eso impide que todavía esté medio histérica viendo un agresor, un choque inminente, un atrevido, otro estúpido en cualquier esquina.
No soporta ni entiende que los AMET interrumpan los semáforos en lugar de asegurar su cumplimiento y que en su presencia –sin ellos inmutarse- irrespeten la luz roja, cambien de carril indebidamente, recojan pasajeros, se estacionen en violación al sentido común por no decir ni a la ley, en fin, el desorden y la colección de atrocidades cotidianas a las que antes suele referirse José, un taxista que las vive todos los días. Justo en el instante que atravesamos estas reflexiones convertidas en comentario, un camión enorme, blanco como una ballena pero menos inteligente que aquella se lleva la luz roja en una intersección importante y ambos nos miramos como quien dice: “hablando del rey de Roma”.
A pesar de todo logramos avanzar. Nos ha tomado 90 minutos un recorrido que bien podía haber consumido 15 pero considerando el caos, queremos creer que no está mal aunque claro que lo está pero nos consuela el temor de que pudo ser peor. Ya vamos a atravesar Naco donde debemos dejar un paquete que he traído de Puerto Plata el día anterior y cuando entramos a la calle San Martín de Porres el gentío aglomerado y una luz azul intermitente advierten que algo ha sucedido. Despacio y con sumo cuidado avanzo. A mi izquierda, tendido sobre el pavimento yace el cadáver ensangrentado de un hombre que mi esposa prefiere no ver. El sereno de la empresa de enfrente responde la pregunta que ella no llega a formular: “Lo apuñalearon hace menos de cinco minutos”. El acaba de impartir el parte informativo que asume todo el mundo requiere cuando al pasar, contempla la escena y luego lo miran a él.
José, un taxista independiente y pobre que opera desde la acera de mi propia casa me dijo ese mismo día, sin asombro, sin pretensiones y mas bien resignado: “el tráfico en esta ciudad y la inseguridad en la calle tienen a este gobierno en el suelo”.
¡Que Dios te oiga José!