El pasado sábado, 5 de mayo, se celebró el bicentenario del nacimiento de Carlos Marx (1818-2018), uno de los científicos sociales más prominentes del siglo XIX, cuyos estudios e investigaciones sobre el funcionamiento de la economía capitalista ha influido en las ciencias económicas, sociales y políticas así como en la articulación de sistemas económicos de corte socialista, durante los últimos dos siglos.

Marx planteó la necesidad de que los trabajadores organizados fueran los protagonistas en la creación de una sociedad en la que se transitara del capitalismo al socialismo y de este al comunismo; con una apropiación de los medios de producción y la administración colectiva de la tierra, las tecnologías y los productos industriales.

M. Bosch señaló con precisión: “Marx nos aportó tres elementos decisivos: 1) Son los seres humanos quienes hacen la historia y, por tanto, pueden transformarla; 2) Las luchas sociales no pueden ser hechas en función de sustituir una opresión por otra. Y 3) no habrá democracia ni prosperidad material ni derechos individuales, allí donde la vida social esté sustentada en la explotación de unos pocos seres humanos sobre otros, y las personas sean cosas, herramientas, en lugar de sujetos libres. Da igual que quienes dominen tengan corona de reyes, títulos de propiedad o rango de patronos”.

El actual Papa Francisco ha sido un crítico de la economía capitalista. Ha señalado: «El principal problema ético del capitalismo es la creación de descartados a los que después quiere esconder». Y en un discurso dirigido a líderes de movimientos sociales en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, el 9 de julio, 2015, afirmó contundentemente: “El sistema capitalista ha impuesto la lógica de las ganancias a cualquier costo, por eso este sistema no se aguanta; no lo aguantan los campesinos, no lo aguantan los trabajadores… no lo aguantan los pueblos”. Francisco propone, como alaternativa, la ‘economía de comunión’,  pues “los seres humanos y la naturaleza no deben estar al servicio del dinero. Digamos “NO” a una economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la madre tierra”.

Jesús de Nazaret, según narra los evangelios, multiplicó el pan para comiera toda una muchedumbre hambrienta y planteó el proyecto social del “Reino de Dios”, una sociedad y un gobierno que priorice lo público, en donde no haya acaparamiento de bienes en pocas manos, sino donde haya unas relaciones fundamentadas en la solidaridad, el amor y el servicio, expresados en el cuidado prioritario de los más débiles.  Por esto el teólogo brasileño Frei Betto ha afirmado que Marx fue el hombre que “dio sustento científico al reino nuevo que Jesús profesó en la Tierra.”

El libro bíblico de los Hechos de los Apóstoles planteó el compartir los bienes como exigencia de la vida comunitaria de las y los primeros integrantes de lo que se ha llamado el “Movimiento de Jesús”. Señala el texto: “Todos los creyentes vivían unidos y compartían todo cuanto tenían. Nadie consideraba como suyo lo que poseía, sino que todo lo tenían en común. Vendían sus bienes y propiedades y se repartían de acuerdo a lo que cada uno de ellos necesitaba. No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que tenían campos o cosas los vendían y ponían el dinero a los pies de los apóstoles, quienes repartían a cada uno según sus necesidades” (Hch 2,44-45; 4,32.34-35).

Las academias, los centros de investigación social y económica, las redes de economía solidaria, orientados a la búsqueda de sociedades equitativas, no dominadas por la imposición de las transnacionales y de las corporaciones económico-partidarias locales, con su propaganda mediática propia del mercado capitalista, tienen el desafío de seguir leyendo e interpretando los escritos de Marx, para entender cómo funciona la dinámica de la sociedad capitalista, y para descubrir los mecanismos y estrategias para su transformación.

Será necesario seguir aportando y fortaleciendo las luchas locales, caribeñas, latinoamericana y mundiales por la implantación de un sistema económico en donde se prioricen los proyectos sociales que anteponen lo comunitario a lo personal, lo público sobre lo privado, sustentado en una ética de la comunión y el servicio. Esto se concretizará en la búsqueda colectiva de la satisfacción de las necesidades materiales de alimentación, salud, educación, vivienda, seguridad social  y servicios de calidad para toda la población y en particular para las y los más empobrecidos y excluidos. Para esto será necesario seguir fortaleciendo los proyectos e iniciativas de economía solidaria,  desde las organizaciones comunitarias, las instituciones educativas, los sindicatos obreros, los gremios profesionales, los partidos y movimientos políticos, entre otros.