Antes del reciente anuncio de Hipolito Mejía de que buscará su nominación presidencial, el proceso de formación y consolidación de lo que es el PRM había  discurrido en una atmosfera de tranquila incertidumbre, producida por la indefinición de Mejía y la esperanza de Luis Abinader de que aquel no buscaría esa nominación. Con el referido anuncio, cambia ese ambiente y se inicia una delicada fase de cuya definición dependerá no sólo el futuro inmediato del PRM, sino de toda la oposición.

Es natural que Mejía inicialmente se mantuviese dubitativo sobre si renunciaba o no a una nueva intención de repostulación presidencial; incluso podría comprenderse que se haya tomado tanto tiempo en definirse al respecto, lo que es incomprensible e inexcusable es que durante todo ese tiempo haya sido tan reiterativo en diversos círculos y con diversas personas, en decir que no lo haría. Con esa actitud repitió esta vez la que asumió en el 2004, decir que no se repostularía, terminando con desdecirse.

Podría reconocérsele el derecho a desdecirse, pero su activismo en negarlo y en dar señales contrarias, creó incertidumbres, falsas expectativas  y pasos inciertos al interior del PRM, en los aliados de esta colectividad en la llamada Convergencia y en Luis Abinader y su grupo. Que asumir estas expectativas, en última instancia, es responsabilidad de este último?, es cierto. Pero los yerros de este en ese sentido no pueden ser desvinculados políticamente de la reiterada promesa de que sería el ungido.

Es comprensible que en la construcción de su proyecto, las actuaciones de Abinader hayan sido esencialmente condicionadas por la promesa de  unción, pero es incomprensible que haya iniciado una campaña electoral prematura y un activismo en la búsqueda de apoyo que lo han inducido al error de aceptar la  candidatura presidencial por un partido aliado y de figuras de otras colectividades, agudizando fisuras en el PRM y en esas colectividades. Esto, sin haber definido claramente su proyecto político y soslayando las indefiniciones organizativas, programáticas y de opción ideológica/política en que discurre  ese partido.

El relativo retardo que ha tenido el PRM en su proceso organizativo, para diferenciarse sustantivamente del  antiguo PRD y en la contribución a la formación de una sólida convergencia de fuerzas aliadas y/o opositoras, se deben a esos pasos inciertos de Mejía y Abinader. Afortunadamente, sin irremediables ofensas públicas, ambos han manejados adecuadamente sus diferencias, por lo cual podrían reencausar la nueva situación y superarla sin perder lo esencial: la unidad de su partido, una referencia fundamental para constituir un bloque opositor con perspectivas de éxito en las próximas elecciones.

Juntos a otros dirigentes de ese partido, deben pactar una salida urgente a la nueva situación y examinar los escenarios que inevitablemente se les presentaran una vez definida la candidatura presidencial. Indudablemente que el escenario en que discurrirá el proceso de construcción del PRM estará marcado en un sentido u otro por el desenlace de la puja por quien será el candidato entre de estos dos dirigentes y marcará las mayores o menores posibilidades electorales de esa colectividad política. Ese desenlace determinará la naturaleza y amplitud de los criterios para la selección de las candidaturas congresuales y municipales, porque de ellas dependerá la amplitud y solidez de las alianzas internas que hagan, con las organizaciones convergentes y con la sociedad civil.

Ojalá que a pesar de los pasos inciertos de Hipolito Mejía y de Luis Abinader, no rebrote la cultura del desencuentro que signó la vida del antiguo PRD y logren un pacto para que por lo menos la oposición puede pensar y obtener unos resultados electorales de los cuales se pueda sentir más que satisfecha.

Sin ese pacto, las oportunidades electorales de la oposición serán irremediablemente nulas.