La protesta de jóvenes ante la sede de la Junta Central Electoral (JCE) es una expresión legítima de los anhelos de una nueva generación que empuja por cambios en la forma de hacer política en la República Dominicana. Han estado allí militantes y simpatizantes de la más amplia gama de partidos e ideologías. He visto en las imágenes que difunde n los medios y las redes a jóvenes del PRM y del PLD, como a muchos de otros partidos y más que han dicho que no militan o simpatizan con grupo político alguno.
No es una protesta contra el Gobierno ni contra el partido que lo sustenta. Tampoco contra ninguno de los miembros de la junta. En esencia, lo que los reúne en la Plaza de la Bandera es la natural indignación por lo sucedido el 16 de febrero. Muchos de ellos ejercieron ese día por primera vez el más importante y trascendente deber ciudadano, confiados en el sistema. Ahora aspiran a saber qué realmente pasó y si los responsables pagarán por lo que hicieron.
Comprometidos con el futuro de la nación, ansiosos la mayoría de ellos por contribuir al adecentamiento de la vida pública y conjurar los vicios del quehacer partidario, votaron con entusiasmo para impulsar las reformas que anhelan, unos por el PRM, otros por el PLD, y tal vez menos por otras propuestas electorales. Coinciden ahora en un mismo lugar, sin importar por quienes votaron unos y otros, para mostrar su enojo por lo que ocurrió y deseosos de que no se repita.
La protesta es la más clara indicación de que a pesar de los males que rechazan, están conscientes de las ventajas de una libertad que les permite gritar y alzar sus voces y regresar sanos a sus hogares. Protejamos a esos jóvenes, porque en el fondo luchan por lo que se ha luchado siempre en nuestro país. Su presencia estas últimas noches ante la JCE es una auténtica muestra de los valores del sistema en el cual vivimos; una democracia que estamos obligados a preservar a cualquier costo.