La primera vez que escuché esa frase todavía ejercía de consultor y asesor independiente. En esos días, ayudaba a una empresa consultora en manufacturas textiles que habiendo obtenido licencia, permisos y equipos se preparaba para entregar a uno de sus clientes una fábrica de ropa llamada Tortoni en la Romana. Hace ya muchos años. No se si la fábrica existe aún.
Llave en mano, en aquel caso, quería decir que la empresa con la cual estaba asociado entonces, hacía todo el trabajo de montaje hasta la puesta en operaciones de dicha fábrica de manera que el dueño de esta solamente tenía que venir con su maletín, instalarse y proseguir con una operación que ya le habían montado. Por eso se llamaba “llave en mano”. Era lo único que necesitaba el dueño y el primer gerente que este designara. Con los años, encontré el mismo concepto en la industria hotelera y me imagino que en otras, pero eso no tiene mucha relevancia sino otro precedente.
Mi gran amigo y maestro de muchos años, el arquitecto y profesor Ramón Martínez solía citar la maestría con la cual Vladimir Ilich (Lenin) había aprovechado lugar, oportunidad y tiempos para pasar del exilio en Suiza a la toma del poder en Petrogrado y Moscú. Ramón decía y, producto de su mentalidad y destreza en matemáticas, también presumía, de que, la evaluación correcta de una realidad determinada permitía a un analista sagaz y un dirigente audaz identificar el momento preciso, la situación única, el instrumental adecuado y la acción concreta que permitiera la toma del poder. Aunque Ramón no usaba el término “llave en mano” su planteamiento lo presuponía. Como el de Lenin, otros casos ilustran el planteamiento y concurren en su veracidad posible.
Durante años he buscado tan afanosa como inútilmente la clave para decodificar la época en general y la situación dominicana en particular y a resultas el evento, el discurso, el hecho, la propuesta, el planteamiento que, formulado en el momento y las circunstancias adecuadas, produzca el milagro de la acción trascendente, el desencadenante de una serie indetenible de acontecimientos. Ese hecho, discurso, consigna o propuesta de todos modos tiene lugar en todas partes pero no es lo mismo acogerse a su ocurrencia aleatoria que ser capaz de predecirlo y anticiparlo.
México está hoy estremecido como quizás nunca antes lo había estado después del estallido de la Revolución de 1910, pero ha sido un hecho casual el que ha desatado la catarsis. El caso de los 43 estudiantes se suma a los miles de casos que vienen ocurriendo, pero esta fue la gota que desbordó la copa. Un ciudadano mexicano que participaba en las protestas por la desaparición de los 43 estudiantes de magisterio aseguraba: “No estamos cansados, estamos hartos”. Otros, muy a sabiendas de que fueron asesinados entonan en todo el país una misma consigna: “vivos se los llevaron, vivos los queremos” y en esa consigna plantean un imposible al poder político y la mafia mexicana porque, evidentemente que esos jóvenes fueron asesinados y lo saben todos, pero el reclamo de que los devuelvan vivos introduce una exigencia con una carga explosiva. Pero, el reclamo que mas me llamó la atención fue el de otro ciudadano que decía: “debemos dejar de pagar impuestos”. Ya lo he considerado para el caso dominicano mas de una vez sin haber encontrado una forma viable de alcanzarlo. No se ha dicho en México ahora pero si lo hemos debatido aquí algunos: la única o acaso la mejor manera de derrotar este sistema es saliéndose del consumo, de la corriente que arrastra dándole en la madre a la estructura de valores en que se sustenta el andamiaje corporativo. Algo me dice que las piedras, las gomas incendiadas, los tiroteos, atentados, guerrillas urbanas o rurales, las acciones puramente militares están, por ahora, muy seriamente limitadas en su efectividad.
Hasta hace muy poco tiempo no se podía ni siquiera hablar de lucha porque la gente, sólo se animaba por algo si era en beneficio propio e inmediato. A medida que la crisis económica se profundiza, que el poder político de desacredita, que las desigualdades se agrandan y que todas las instituciones pierden legitimidad, una nueva hornada de protestas empieza a recorrer el mundo. Millones de personas empiezan a despertar de un largo sueño no para encontrar un paraíso sino para vivir una pesadilla que siempre estuvo ahí pero que rehusaban ver. Esta nueva humanidad no tiene partidos porque los viejos degeneraron y los nuevos no se han implantado; no hay organizaciones ni movimientos estructurados ni liderazgo establecido. Esta es la coyuntura donde podríamos y deberíamos ser capaces de buscar y encontrar el hecho, consigna o discurso que permita a esta humanidad acercarse a la lucha por un mundo mejor “llave en mano”.