A partir de la publicación del libro “Negro eterno” (1997), de León Félix Batista (Santo Domingo, 1964), en la historia de la poesía dominicana ha surgido un giro lingüístico vinculado a un neobarroco alegórico, gongorino y sudamericano.
Aparte de este logro de reapropiación poética del nuevo barroco hispanoamericano, hay en la poesía de León Félix Batista una “desobediencia” a la temporalidad del arte moderno definido como un arte que busca crear nuevas formas, “propias de su tiempo”, como ha dicho Eduardo Milán. El concepto de “desobediencia” se refiere al no seguimiento de un parámetro fundamental de la poesía latinoamericana heredera de las vanguardias estético-históricas: la búsqueda imperiosa de nuevas formas poéticas como el deber ser de la conciencia artística moderna en su expresión crítica.
Con “Próximo pasado”, libro publicado en 2018 por la Editorial Praxis de México, estamos frente a un texto que se presenta en “fase de desobediencia” de los lineamientos de la modernidad crítica aplicada al poema: autoconciencia lingüística como dispositivo siempre activado, muestra de un “arte que se sabe” a sí mismo.
Para profundizar en cada tema, Batista adecúa el lenguaje. Lo aplica con detalle, en versos breves y fragmentados, para lograr un alto grado de definición al describir las imágenes y poder registrar las huellas del presente real y próximo pasado, desgarrado y hondo. No hay entonces adjetivos ni palabras que puedan distraernos; la concreción del presente se refleja en el vertiginoso ritmo de sus versos:
“edad de herida/de cimiento mortecino/una vida que uno mida en horas-niebla/esa vida va sumando cataplasmas/que muele el mundo/en su reloj dentado”.
Estos poemas parecen observar muy detenidamente cada acontecimiento desde el paso del tiempo. (“Próximo pasado es la mixtura-excritura de los libros Mosaico fluido del año 2006 y Un minuto de retraso mental del 2014, “ambos galardonados con el Premio Nacional de Poesía Emilio Prud Homme, 2005 y 2013, la primera y la última vez que el certamen fue convocado”, dice el autor al final del libro, bajo el ambiguo lema “Mala práctica poética”).
En uno de los fragmentos del libro el propio poeta dice: “los sucesos lacerados del recuerdo” son fangos psicofísicos, “apuntalados por escombros muertos/vacío vertebrándose/en el filo de lo nulo/ cuyas fechas cosecharon carcinomas”.
A la luz de este sentido del tiempo, la vida cobra los verdaderos relieves que tiene para nuestra conciencia: sus dudas, sus conjeturas, sus incertidumbres, sus miedos. Se trata de detener el tiempo y vivirlo plenamente con el objetivo de abolirlo como anécdota. Las palabras del poeta lo fijan, lo regresan a objetos en lo que su huella subsiste: una mesa, un juguete antiguo, una lanza o remo de tiempos remotos. Nosotros y la materia llevamos hechos olvidados que evadimos, pues es difícil de mirar siempre de frente la vida real.
No aprendemos a morir porque no vivimos el tiempo como el resto de los seres vivos, quienes parecen conducidos por un trayecto aparentemente lineal pues sus probabilidades están hasta cierto punto dadas de antemano. Nuestras conciencias, en cambio, al hacer conjeturas, juegan con las probabilidades de una forma extralimitada puesto que pueden predecir que una serie de acontecimientos conduce necesariamente a un final momentáneo, y a la vez vivir el presente sin preverlo ni predecirlo. Quizá en esto consista el sentido de aventura para nosotros: en saber y a la vez no saber lo que va a pasar.
Nuestra gran conquista como humanidad es, entonces, para Batista la posibilidad de detenernos con el lenguaje en los umbrales del presente, en las puertas que “se abren y se cierran sin irse de su sitio”. Bajo estos umbrales se deja transcurrir el tiempo humano como una serie de momentos que, sin dirección definitiva, se bifurcan, se repiten, retroceden.
Este libro tiene, entre otras virtudes, la de ir un paso atrás de lo repetitivo y rutinario; del deambular diario del ser enloquecido, a un estado de leyenda, como un regreso continuo al presente que quedó atrapado en la memoria.
“materia no mental/de fragmentos deformándose/como ceniza negra/de memoria demolida/ activa un correlato/ soluble en mi cerebro/ ( …) el presente pasa/como punzón tenaz”.
Nuestra naturaleza efímera nos hace huir de los antiguos presentes porque quedarse en ellos es la auténtica locura. Sin embargo, lo es también darle la espalda, no regresar a ellos como lo que realmente fueron. En nuestros tiempos es la narrativa, sobre todo, la que pretende recuperar los momentos presentes y cotidianos, recreándolos, para volver reales a los personajes y así poder percibir la realidad a partir de la ficción.
“La poesía de nuestro autor, ha dicho José Mármol, es un espejo en el que se proyectan estos avatares dispersivos, difusos y contradictorios del sujeto contemporáneo y su cosmovisión. Una poética que alcanza ribetes propios e identidad, justo en el mundo y un tiempo de identidades difusas y esquivas, para hacer del sentido de cada palabra del idioma un desafío léxico de significación”.
La forma en que Batista aborda los momentos presentes va más allá de una simple evocación, es también una nueva forma poética de narrar las reflexiones, sensaciones e imaginaciones momentáneas, que son sustanciales, pero que a la vez son imposibles de recrear sin que se conviertan en algo anecdótico y sin importancia. Aquí las palabras cobran una fuerza inusitada si se les utiliza para darle vida y organicidad a la materia, para que fluya por ella la capacidad de ensoñación. De allí surgen sorprendentes metáforas que hacen resonar las palabras de todos los días de manera diferente y ambientes distintos. Las palabras van montando los escenarios de esa voz desdoblada de Batista que va viajando por el tiempo insomne que duerme. Muchos de sus poemas parecen ser dichos en un espacio imaginario en el que sus palabras adoptan los matices y los silencios de la voz dramática que ha desarrollado y después disuelve y evapora como trampantojo de la enunciación poética.
La memoria, por cuanto no es sólo olvido: pone en juego el presente, no como acto involuntario, sino como experiencia del acto que no tiene lugar. El acto incapaz de reponerse en el instante (aun móvil) o de darse en algún punto de incandescencia del que no señala más que la exclusión, destituye cualquier olvido, le quita la autoridad, está velando sólo cuando la noche vela y no vigila.
Estos pensamientos y sensaciones, en donde nos proyectamos sobre la materia con la imaginación, son la naturalidad de los vínculos humanos. Ese ser que somos, que razona lógicamente a partir de nuestras circunstancias, no sería nuestro fondo, sino la forma que hemos adoptado para vivir.
Desde el fondo del tiempo que nos revela el poeta, todo se vuelve más visible, real y relativo. Podemos sentir lo que pensamos y no sólo ser el pensamiento, sino percibir la dimensión liberadora del poema. La palabra de la locura y la palabra del poema coinciden en este extremo.
Estas reflexiones, sensaciones e imaginaciones momentáneas son nuestra relación inmediata y verdadera con el mundo, todo lo demás son conjeturas. Al fijarlas en sus poemas, León Félix Batista logra rescatar la vida de las sombras del tiempo.