Admitamos que en el Caribe tenemos un ejemplo interesante. Nuestros países fueron colonias de imperios que se lucraron con el secuestro, el trabajo forzado, la tortura y el dolor emocional de millones de personas arrancadas de África. Las consecuencias derivadas de ese negocio redondo para los imperios y estéril para nuestros pueblos, la seguimos sufriendo hoy.
Esa es la historia de las haitianas que dan a luz en la República Dominicana. Y esa es la historia de las dominicanas que usan su visado norteamericano de turismo para dar la a luz en EE. UU. Podríamos afirmar que tanto haitianas como dominicanas aspiramos a dar a nuestras hijas e hijos un pasaporte que goce de un color más llamativo a la hora de repartir oportunidades en el entendido de que -en nuestros países de origen- no tenemos las mismas condiciones de vida.
Según publica la Organización Panamericana de la Salud, ya antes del terremoto que destruyó gran parte de las instalaciones sanitarias en 2010: “Haití era un país peligroso para las embarazadas por el riesgo de muerte materna a lo largo de la vida relacionado con el parto que representaba para 1 de cada 44 parturientas, en lugar de la razón de 1 en 4 300 en la mayor parte de los países ricos. De cada 100 recién nacidos, más de seis no lograban sobrevivir su primer año de vida”. Pero, si en la República Dominicana, no tenemos la misma situación política, económica y sanitaria del país más pobre de América, ¿por qué tantas dominicanas viajan solo para dar a luz en los Estados Unidos? Y no solo las dominicanas. El negocio de “turismo por maternidad” lleva a territorio estadounidense a personas de Latinoamérica, África y Asia.
Hablemos de números. En 2014, por ejemplo, 26 201 embarazadas dominicanas cruzaron el charco para dar a luz en Estados Unidos. Allí, estima BBC News, para la fecha un parto natural ascendía a US$30 000 y, por cesárea, US$50,000. Eso sin mayores complicaciones. Pero, para que la calculadora no explote, supongamos que las 26 000 dominicanas dieron a luz sin cesárea. El costo ascendería a 780 000 000 de dólares. Calculado a peso –a los RD$44 que costaba un dólar al 30 de diciembre de 2014-, podríamos afirmar que ese año las dominicanas le chapearon al gobierno norteamericano la friolera de RD$34.320.000.000. Eso es mucho dinero, pero en R. D. nadie protestó por eso.
Lo que sí ha escandalizado al país es el tema de las parturientas haitianas. Según informó el actual ministro de Salud Daniel Rivera, en lo que va de 2021 los partos de las madres haitianas que reciben atenciones de salud en los hospitales del Estado dominicano asciende a la suma de RD$10 mil millones. En el artículo que hemos revisado, no se especifica si ese 40% del total de partos en hospitales dominicanos de madres haitianas, se corresponde a residentes o visitantes. Sobre este “dilema”, ya lo explicaba a BBC Mundo -en 2015- el economista dominicano Miguel Ceara Hatton, hoy ministro de Economía, Planificación y Desarrollo: "Habría que diferenciar entre el migrante que reside en República Dominicana y trabaja aquí y la persona que viene, por ejemplo, a buscar un tratamiento médico".
Veamos lo que registró el Ministerio de Salud Pública (entonces dirigido por la Dra. Altagracia Guzmán Marcelino) en el informe Situación de la mortalidad materna en la República Dominicana (2016): “un 27% (49) de las muertes maternas corresponden a mujeres de nacionalidad haitiana, solo en una muerte se evidencia que no residía en el país, el resto refiere que su domicilio habitual es en República Dominicana”. ¡Oh mai-gá! ¿Con este dato se podría inferir que el porcentaje de parturientas que viajaron expresamente a parir es, estadísticamente hablando, bajo? No lo sabemos. Como no lo sabe el actual director de Migración, Lic. Enrique García, quien reconoció (ver entrevista del pasado 29 de marzo): “No, para serle sincero no hay ningún estudio así, imagínese. No sé cuántos hospitales habrá en el país, son tantos hospitales que hay, no sé ese dato, pero no tenemos nosotros un control de saber cuántas”.
¿Y qué pasó con el patriotismo? Según nuestro director de Migración: “el dominicano es celoso de su nacionalidad”; la frase es linda, pero esta afirmación no tiene mucho sentido al constatar que en cuanto un dominicano emigra a Estados Unidos o a España, ¿acaso no solicita la ciudadanía del país que le acoge? Tan celoso no es, entonces. Para colmo de males, también afirmó que lo que valía para admitir a un venezolano, no valía para admitir a un haitiano, argumentando: “Lo que pasa es que, cuando vamos a hacer ese análisis, tenemos que recordar la historia dominicana con Haití […]. Fue en el año 1844. Entonces, es una historia que tenemos de conflicto con Haití. Esto no fue hoy ni fue ayer, es desde nuestro nacimiento”.
¿Tenemos a un conflicto con Haití desde1844 o el discurso oficial durante el siglo XX no ha hecho otra cosa que fomentar el miedo y el odio hacia los ciudadanos del país vecino? ¿Hubo en 1937 una matanza de dominicanos en Haití o la hubo de haitianos en territorio dominicano? ¿En serio, es que tememos a una invasión? Habría que tener sus dudas porque los estadounidenses invadieron a la República Dominicana en 1916 y en 1965. Para mayor exactitud, apuntemos que, entre abril del 1965 y septiembre de 1966, Estados Unidos desembarcó 12 439 soldados, 6 924 marines, 1 100 aviadores y 10 059 marineros. ¿Se imagina usted esa fuerza militar para combatir menos de 4 000 civiles dominicanos agrupados en dos o tres barrios? Tomando en cuenta que Estados Unidos sí invadió dos veces a República Dominicana en el siglo XX, ¿qué nos hace pensar que no querrá hacerlo nuevamente en el siglo XXI? Y qué paradoja: aquí es raro quien no speaking un chin de inglés ni se muera por una visa norteamericana.
Las madres haitianas y dominicanas tenemos algo en común: haber nacido en un país con una enorme desigualdad social. ¿Y si nos enfocáramos en crear las condiciones para que nadie tenga que aspirar a irse a parir a ninguna parte porque en su propio país estas garantías les sean legítimas desde el nacimiento? Salud. Libertad. Seguridad. Techo. Educación. Futuro. Dignidad. No nos tenemos que preguntar solo cuántas de ellas vienen o cuántas de nosotras van, sino por qué. Ahí deberíamos enfocar nuestros esfuerzos para lograr cambiar el curso de la historia.