Los partidos políticos, diversas organizaciones de la sociedad civil y los poderes fácticos, han expresado la conveniencia de que representantes del movimiento de protestas y de hartazgo político/social que durante los días 17/27 de febrero se materializó en Plaza de la Bandera y todo el país, participen en el diálogo para buscar una salida a la crisis política que sacude el sistema. De ese modo, esos sectores reconocen la fuerza y potencialidad del descontento de la población contra la forma en que se gobierna este país. Independientemente de cómo se siga expresando el movimiento de Plaza de la Bandera, el sistema político no será como por varias décadas ha sido. Las acciones de calles lo han cambiado.
En efecto, a diferencia de la generalidad de los países de la región, hemos tenido un sistema de partido bastante estable y básicamente bipartidista. La abrupta debacle de PLD, que durante más de una década fue el mayor partido del sistema y el inminente ascenso al poder del PRM, indican que en el futuro inmediato y mediato de aquel partido es incierto, posiblemente de sostenido deterioro. Ante esa circunstancia, la referida estabilidad se verá seriamente debilitada y las posibilidades de incidencia del movimiento de protesta en el sistema político podría ser cada vez más determinante. Esperanzadoras, como dice Fernando Ferran en sus excelentes artículos sobre este tema.
Todo apunta a que así será, independientemente de las formas que este movimiento adopte en cada coyuntura. Sin embargo, quedan por despejarse algunas cuestiones, una de ellas es que el movimiento, además de protestas ha hecho propuestas concretas a la sociedad política que, dado los plazos y urgencias de las inevitables fechas del calendario electoral, resulta un tanto difícil a los partidos de oposición poder procesar y asumir algunas de las demandas/propuestas del movimiento, sino al sistema en sentido general. Eso implica unas inéditas negociaciones que requieren inteligencia, flexibilidad y generosidad de parte de los actores que si bien tienen como contexto esta coyuntura puntual, deben discurrir mirando hacia el futuro.
En tal sentido, los partidos deberían ser los más interesados en que las discusiones discurran en perspectivas de futuro, pues todo apunta a que éstos han perdido el monopolio exclusivo de la gestión de lo público. Esta sociedad, finalmente, da muestras de que ha salido del inmovilismo y la postración, situándose a la par de la generalidad de los países de la región donde la acción de masa en las calles es habitual, no como aquí que después de la guerra fría se impuso el perverso sentido común en la clase política de que las acciones de calle eran peligrosas para el sistema, soslayando el hecho que fue precisamente en las calles de este país donde se lograron las más importantes conquistas democráticas que aún nos quedan.
Otra cuestión que queda pendiente a ser dilucidada es el tema de la posibilidad de cambio de contenidos sostenibles en el marco económico/política en que descansa el sistema. Este movimiento, como la generalidad de los movimientos de protestas de las últimas décadas dicen no querer cambiar el sistema, sino que se les gobierne mejor. Creo que sin cambiar la lógica de reproducción del capitalismo como sistema mundial muchas de las conquistas de los actuales movimientos sociales serán insostenibles. No propongo las viejas, y definitivamente fallidas propuestas alternativas al capitalismo, basadas en gobiernos autoritarios sostenidos por las burocracias corruptas del partidos/estados/personas ya desaparecidas. y de algunas que se han llevados a la ruina a sus sociedades.
Creo en la construcción de un modelo de sociedad que garantice seguridad en todo sentido al ciudadano, transparencia en el manejo de la cosa pública, de real inclusión social, de un mínimo aceptable de igualdad de oportunidades y de participación. Para eso habría que crear mecanismos regulatorios al gran capital nacional e internacional y a los poderes fácticos. Es la única manera de que las protestas y propuestas de los nuevos movimientos sociales sean sostenibles y sobrepasen coyunturas puntuales. Para eso son fundamentales dos cosas: un relacionamiento productivo e independiente con los partidos y una plena conciencia de que, como fue en sus inicios, el poder, la política y la democracia se construyen en el Ágora, en la plaza, en las calles.