La declaración/amenaza del Consejo Dominicano de la Unidad Evangélica (CODUE), a través del pastor Fidel Lorenzo Merán, de que hará una lista de los candidatos pretendidamente “pro” gay, “pro” aborto y “contrarios” a la soberanía, para exhortar a sus feligreses a no votar por ellos, coincide en tiempo e intención con un manifiesto/amenaza de un grupo de intelectuales, donde se cuentan confesos ultranacionalistas, racistas y nazi-fascistas, poniendo en evidencia dos de las tantas cabezas de esa serpiente de la intolerancia que lastra esta sociedad.
El caso del CODUE, constituye una demostración de prepotencia de algunos sectores religiosos, fruto del poder que han ido construyendo a la sombra y aquiescencia del poder político. Evidencia, además, una tendencia hacia la intolerancia y la arbitrariedad que impide a determinados sectores religiosos distinguir los linderos que separan la esfera pública de la privada y a separar los ámbitos de la fe de los ámbitos de la política. Esa perversa circunstancia enrarece la práctica política y debilita la religión y su fe, en lo que respecta al respeto, amor y protección al prójimo, sin importar quien este sea.
Muchos dignatarios religiosos se han arrimado al poder político para obtener beneficios materiales para sus iglesias y para ellos personalmente, corrompiéndose en la misma medida e intensidad de los políticos detentadores de ese poder. Borrachos de poder, llegan a la insensatez de negar el derecho a la representación a quienes no piensan como ellos, sin reparar que a nadie se le puede negar el derecho a ser elegido porque tenga determinados puntos de vista. Puntos de vistas que por demás son ampliamente practicados y aceptados en todo este Continente.
Sobre el tema del aborto, la aplastante mayoría de los gobiernos de los países de esta parte del mundo lo aprueban, son muchas las autoridades nacionales y locales que son abiertamente gay o lesbianas, a las cuales sólo ha de exigírseles que ejerzan sus funciones conforme a la Ley y al compromiso que suscriben con sus electores. Es el mundo de hoy, el cual ignoran algunos religiosos y nazi/fascistas, que en nombre de una obsoleta interpretación de la fe o de sus creencias, pretenden negar el derecho a la representación política a quienes no comulguen con sus ideas.
En el caso de los intelectuales arriba referido, es poco lo que hay que decir, la superficialidad y veneno de su manifiesto/amenaza, da la dimensión y significado de la casi totalidad de ellos en esta sociedad. Son portadores del racismo y del nacionalismo cerril que ha lastrado la sociedad dominicana, manteniendo en ella los sentimiento de odio y de violencia hacia el percibido como diferente, sobre todo a lo percibido como no hispano, por oposición: lo negro, lo haitiano.
Manifiestan su fobia contra el embajador norteamericano, porque es activista destacado en favor de los marginados, los excluidos y recluidos, de los cuales forman parte muchos dominicanos descendientes de haitianos. Es por la esencia de esas posiciones, por su condición de Gay, que decorosamente exhibe, que esos intelectuales lo rechazan. No por defender la soberanía de un pueblo que, como cabeza de la serpiente de la intolerancia, en el fondo desprecian.
La totalidad de los firmantes del referido manifiesto/amenaza y de la carta/amenaza saben que este pueblo no es soberano. Saben que la soberanía de este país no descansa en su pueblo, saben que una gavilla de políticos, juntos a los grandes ricos del país y los grandes inversionistas extranjeros son los dueños de los principales recursos del país, de su territorio, que es lo mismo decir: de su soberanía.
Algunos de esos intelectuales son asalariados de esa gavilla en determinadas Academias e instituciones del Estado. Muchos de esos religiosos del CODUE, participan de la repartición de construcción de templos, solares, tierras y demás ventajas y canonjías que durante siglos ha disfrutado el alto clero católico dominicano y latinoamericano. Ninguno tiene calidad para hablar de una soberanía que se la ha robado al pueblo simple. De una soberanía que han secuestrado todos los poderes en todos los países de este continente.
Dejémonos de pendejadas, de hablar pleplas. Esos sectores no son más que cabezas de la bestia de la intolerancia, entronizada en todas las sociedades de esta parte del mundo, por siglos, una pertinaz negadora del derecho a la diversidad, a la igualdad de oportunidades, a la ciudad, al territorio y de los más elementales derechos humanos.
No importan signos ni colores políticos de los grupos en el poder.