Desde los primeros poemas, contenido en su libro Esta rosa negra, publicado en 1961, Oscar Hahn, nacido en 1938, es uno de los poetas más importantes de Chile. No sólo por el vasto repertorio de sus temas, sino por el uso del lenguaje coloquial desde una perspectiva maravillosamente cotidiana.
Lo que en verdad particulariza a Hahn es su visión y su tono. Su ambigüedad semántica e irónica. Es uno de los pocos poetas chilenos que ha sabido nutrirse de un intercambio simbólico, entre tradición y clasicismo.
Hahn es una mezcla rara, como ha dicho José Miguel Oviedo (2002), de poeta culto y popular, una síntesis próxima a ciertos poetas del Siglo de Oro Español, como a Quevedo, cuya lucidez y amargura Hahn asume con vigor. Su eclecticismo poético consiste en reactualizar la tradición clásica pero igualmente en contradecirla o negarla, creando un lenguaje que se presta formas de ambas vertientes pero sin ser prisionero de ninguna; en el fondo, su poesía es un gran ejercicio de libertad creadora: ni estéticamente iconoclasta ni servil.
Los lectores encontrarán sus mejores poemas, aparte del citado Esta rosa negra, en libros como Arte de morir (1977), Mal de amor (1982), Estrellas fijas en un cielo blanco (1989), Tratado de sortilegios (1992), Versos robados (1995) y Antología virtual, que reúne en un solo volumen todos sus libros.
Desde la estructura dialógica de sus poemas brota la conciencia moderna del mundo. Conciencia que es crítica de la crítica, que a su vez, se disuelve en sí misma. Lo que Hahn busca es justamente actuar verbalmente contra el conformismo rancio de las formas, para lograr el equilibrio deseado. Poeta pasional y pagano, su dilema siempre ha sido ese. Leamos algunos de sus versos.
Pequeños fantasmas
Nuestros hijos amor mío
Son pequeños fantasmas
Los escucho reírse en el jardín
Los siento jugar en el cuarto vacío
Y si alguien golpea la puerta
Corren a esconderse debajo de mi sábana
Los pequeños fantasmas
Los hijos que nunca tuvimos
Y los que nunca tendremos
Buenas noches
Buenas noches hermosa
Que sueñes con demonios
Con cucarachas blancas
Y que veas las cuencas
De la muerte mirándote
Con mis ojos en llamas
Y que no sea un sueño
Misterio gozoso
Pongo la punta de mi lengua golosa
En el centro mismo del misterio gozoso
Que ocultas entre tus piernas tostadas
Por un sol calientísimo el muy cabrón
Ayúdame a ser mejor amor mío
Limpia mis lacras libérame de todas mis culpas
Y arrásame de nuevo con puros pecados originales, ¿ya?
A mi belleza amarga
No seas vanidosa amor mío
Porque para serte franco
Tu belleza no es del otro mundo
Pero tampoco es de éste
Fotografía
En la pieza contigua
Alguien revela el negativo de tu muerte.
El ácido penetra por el ojo de la cerradura.
De la pieza contigua, alguien entra en tu pieza.
Ya no estás en el lecho:
Desde la foto húmeda miras tu cuerpo inmóvil.
Alguien cierra la puerta.