El poeta y crítico José Mármol, líder natural de la generación ochentista, ha dicho: “Si el poema es un hecho de lenguaje y el lenguaje es inseparable del pensamiento, entonces, el poema es también objeto de pensamiento o conocimiento.  Este conocimiento es particular, en el sentido que no tiene que representar conceptos o cosas, es decir, referirlos, sino que el lenguaje poético tiene la facultad de fundar conocimientos”. La escisión entre poesía y conocimiento sólo tiene validez en el umbral de las abstracciones y de la retórica tradicional. El poema se revela  como entidad armónica y compleja, y por cuanto es un concreto de lengua, lo es también de  pensamiento, finalmente dice Mármol.

La del ’80 es una de las décadas más ricas en aciertos y en errores de la poesía dominicana. Llena de matices, de búsquedas muy personales. Una década que abandonó a sus padres en vez de matarlos y que indagó por otras disciplinas y otras ramas del conocimiento, no sólo por las pertenecientes a la poesía. Desde la filosofía hasta la historia, la búsqueda incursionó por todas partes.

Una posibilidad concreta para reseñar las características de los ochenta sería basarnos en las publicaciones de la época que albergaron a poetas con alguna afinidad de estilo, aunque como lo indica la marca de la generación, los logros en cada caso fueron bien disímiles. Con el transcurso del tiempo, la mayoría de los autores reunidos en un mismo grupo, generalmente con una revista o suplemento literario como portavoz, acabaron adquiriendo cierta envergadura y posición de sus dominios estéticos cuando abandonaron aquello que los convocaba detrás de un aparente lenguaje común.

En oposición a estos grupos se hallaban los independientes. Si bien sus nombres aparecieron en diversas revistas y suplementos culturales, desde los inicios el abordaje de sus respectivos discursos poéticos tuvo como gran meta la búsqueda de un estilo personal. El fenómeno no es nuevo, pues son numerosos los casos de autores dominicanos que han publicado y aun ejercido influencia sobre sus contemporáneos sin adscribir nunca detenidamente a ninguna tendencia específica. Verbigracia, Carlos Rodríguez, Adrián Javier, José Alejandro Peña, José Acosta, Martha Rivera,  Odalís G. Pérez, Marianela Medrano, Amable Mejía, Médar Serrata, Manuel García Cartagena, Víctor Bidó, Pastor de Moya, Rafael Hilario Medina, Basilio Belliard, Sally Rodríguez, Fernando Cabrera, Julio Adames, Pedro Ovalles, entre muchos otros.

Este breve análisis procura enmarcar el complejo movimiento al que denominamos poesía de los años ochenta como un fenómeno singular que merece ser estudiado por sus contribuciones a la literatura nacional. Asimismo considero necesario hacer la salvedad de que los autores antes citados están –en su afortunada mayoría- en plena producción, dado que son contemporáneos nuestros y nada hace pensar que la fluidez de sus discursos poéticos vaya a detenerse próximamente. Lo que se abre a partir de ahora es la posibilidad de que esta reseña despierte en los críticos dominicanos el deseo de extender la investigación acerca de la poesía  de los ochenta.