En momentos en que la Junta Central Electoral, JCE, aprobó el cronograma electoral que deberá ejecutarse en 66 días previo a las próximas elecciones presidenciales y congresuales. Cuando los partidos políticos han sido convocados para “hablar” de comicios y analizar el “protocolo de salud” para el próximo certamen electoral, preocupa sobre manera el verdadero estado de “salud electoral y democrática” de la Junta Central Electoral (JCE) y de la Organización de Estados Americanos, OEA, que ha sido “reconocida”, “adoptada” y “acogida” por la JCE como su asesora, su mentora, su supervisora y su “auditora” pagada.
En medio de la pandemia de COVID-19, preocupa grandemente el hecho de que la JCE se venga comportando sorda, muda y ciega ante la campaña electoral desautorizada y “fuera de tiempo” que realizan algunos candidatos. También preocupa el “manejo y uso de los fondos” entregados a los partidos para esta campaña, que en febrero y marzo rondaba entre los 300 millones mensuales para cada uno de los cuatro partidos mayoritarios. Fondos públicos que, al no ser usados, bien pudieron ser redirigidos para la creación un Fondo Solidario para afrontar el COVID-19 en el país. La JCE también tendrá que rendir cuenta de su presupuesto extraordinario y de los fondos no ejecutados. ¡La “salud económica” del organismo electoral también es importante para la salud de la democracia!
Constituye también una gran preocupación la incertidumbre generada por repetida e insana conducta del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo y de los legisladores oficialistas de solicitar, aprobar y “acomodar” extensiones del Estado de Emergencia, situación que crea ruidos y confusiones sobre la fecha fijada por la JCE para la celebración de las próximas elecciones, dejándola a merced de la “agenda” y de las “intenciones políticas” del presidente Danilo Medina, que necesariamente no son las del pueblo dominicano.
En este panorama doblemente confuso y preocupante, tanto por el coronavirus sanitario como por el “coronavirus electoral”, los ciudadanos debemos ejercer el derecho de “monitorear” rigurosamente, sin permiso de nadie, la salud electoral y democrática de la JCE y también de la OEA, que se ha convertido en la Biblia de la JCE. Siendo evidente que en los últimos meses ambas han venido bailando muy “pegao” y ha de pensarse que se transmitieron el virus. ¡No se sabe quién contaminó a quién!
Lo que sí queda claro es que la JCE ha desarrollado una contaminada y cuestionada “co-dependencia” política, ideológica, tecnológica y administrativa de la OEA, que incluye su “madrinazgo”, su bendición y sus “auditorías” y peritajes con recomendaciones de sanciones para “chivos expiatorios” como el Director de Informática de la JCE, dejando intocables a otros niveles de la Gerencia, de la Presidencia y del Pleno de la JCE, igualmente (i)responsables y merecedores de severas sanciones por la posposición traumática de las elecciones municipales del 16 de febrero del 2020 y todas sus consecuencias políticas, sociales y económicas.
La JCE y la OEA comparten serios síntomas patógenos de “contaminación” pero no bastan los síntomas visibles exhibidos por ambas instituciones en el pasado y en el presente para “evitarlas y “aislarlas” por su letalidad. Hay que someterlas, sin embargo, al riguroso proceso de PCR (por sus siglas en inglés de “Polymerase Chain Reaction” o “Reacción en Cadena de la Polimerasa”), una prueba de diagnóstico que permite “detectar un fragmento del material genético de un patógeno o microorganismo”. Mientras tanto, advertimos del poder de contagio del “trauma electoral 16-F”, generado por las dos instituciones, elemento probatorio del material genético patógeno de la JCE y de la OEA. ¡Ambas metieron sus “manos sucias” en las suspendidas elecciones del 15 de febrero del 2020!
La PCR presenta cierto grado de complejidad, por lo que necesita “personal entrenado y preparado” para su realización. En el caso de su aplicación a la JCE y a la OEA, el “personal” para realizar la misma no puede ser ni de la JCE ni de la OEA ni mucho menos del gobierno. Sin embargo, los que piensen que la JCE y la OEA no están infectadas y contaminadas, que le repitan otras pruebas. Eso sí, en un “laboratorio” imparcial y con la veeduría “sanitaria” y política de todos los liderazgos nacionales, los partidos políticos, los empresarios, las iglesias, las universidades, los intelectuales, los medios y otras organizaciones de la sociedad civil.
La gran preocupación por la temible letalidad de la JCE y de la OEA, así por su peligrosidad para organizar elecciones democráticas se desborda cuando se observa el liderazgo personalista y autoritario de los “jefes” de ambas instituciones, así como su incapacidad para garantizar la “asepsia” y la transparencia de los procesos eleccionarios. También asusta, la reiterada incapacidad de ambas instituciones para controlar y prevenir de manera “confiable” la pandemia electoral 16-F, que fue atribuida a “fallos técnicos”, que más bien fueron “fallos de conciencia ética” y de “responsabilidad ciudadana”.
Una prueba mayor de la “relación contaminada y contaminante” entre la JCE y la OEA la constituye el “Informe de la Auditoría realizada por la OEA en las “suspendidas” elecciones 16-F. Testimonio innegable del colapso institucional de la JCE, con la “bendición” de la OEA, cuando “pospuso” de manera unilateral y amañada las elecciones municipales. Informe, por demás, catalogado por amplios sectores nacionales como “incompleto, irrespetuoso e injerencista” (i3) además de cotizado y pagado muy caro. Pese a esto, el citado informe “fue acogido con algarabía, con la cabeza agachada y de manera reverente, por el Presidente del Pleno de la Junta Central Electoral y todos sus Magistrados”.
Aprendamos del pasado. Aquí en el país, la injerencia “invisible” de la OEA (con la sumisión de la JCE) en las próximas elecciones presidenciales y congresuales pautadas para el 5 de julio, bien puede generar la perversa “prolongación” del gobierno de Danilo Medina, que luce debilitado y derrotado en dichas elecciones. No es un tremendismo. ¡Se trata de algo más que una simple sospecha!