NOTA INTRODUCTORIA
El 23 de diciembre de 2016, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas produjo la resolución número 2334 mediante la cual 14 países ( el Consejo tiene 15 miembros) votaron a favor de condenar los asentamientos de colonos judíos en tierras palestinas. En lugar de vetar la resolución, de ese modo invalidándola, como había hecho consistentemente por años, los Estados Unidos se abstuvieron. Esa decisión provocó el enojo del Primer Ministro israelí Benjamin Netanyahu quien acusó al gobierno de Barack Obama de haber instigado la resolución traicionando y abandonado a Israel. En respuesta a Netanyahu, el Secretario de Estado de los Estados Unidos John Kerry produjo un discurso rechazando las acusaciones de Netanyahu y al hacerlo, intencionalmente o no, validó las quejas palestinas, reconoció los derechos de ese pueblo, condenó como ilegales y provocadores los asentamientos y anunció el retiro del respaldo americano a las políticas que, abandonando el apoyo a los dos Estados procuran el establecimiento de un Estado Unitario judío en Palestina. El siguiente es el primero, de 4, que estaré publicando en Acento, desde hoy hasta el jueves.
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La Declaración Balfour fue un documento emitido por la cancillería británica emitido el día 2 de noviembre de 1917 mediante el cual el gobierno acogía con simpatía la aspiración sionista avanzada por la comunidad judía de Inglaterra para establecer un “hogar” judío en Palestina sin que dicho plan ocasionara perjuicios a la población palestina existente ni a los judíos viviendo en otras partes del mundo. Como resultado del ascenso nazi-fascista al poder en Alemania e Italia a mediados de los años 30 la propuesta se hizo cada vez mas políticamente simpática, oportuna considerando momento y circunstancias y “legalmente” instrumentable a partir de la Declaración Balfour. Sin embargo, y como consignan todas las notas de prensa, titulares y declaraciones de la época, desde el mismo principio, los judíos asumieron que el gobierno británico les entregaba Palestina y que todos los demás detalles y previsiones de la Declaración eran pura y simplemente formalidades del momento y, en efecto: así fue.
El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas, tras las historias, debates y presiones conocidas, aprobó la resolución 181; un plan para la partición del territorio de Palestina de manera que diera lugar a la formación de dos estados, uno judío y el otro árabe. Conmovidos por las imágenes, relatos y reportajes de las atrocidades nazis contra los judíos alemanes y de otras nacionalidades, a mucha gente le parecía “justo” que, tras el cese de las persecuciones, les fuera facilitado a estos un hogar, un territorio, un refugio donde establecerse..
Entre 1917 y 1947 el territorio de Palestina se mantuvo como un protectorado británico cuya custodia le había sido encomendado en la repartición de Versalles y arreglos posteriores de 1924 donde y cuando, tras la derrota alemana de la Primera Guerra Mundial Francia, Inglaterra y los EEUU se repartieron los territorios del antiguo imperio otomano. Durante esos años, la penetración judía en gran escala se mantuvo a veces con la complicidad de funcionarios británicos y otras en abierto desafío a estos. Aunque apurada o mitigada durante algún tiempo por las presiones impuestas por la Segunda Guerra Mundial, la penetración judía además de crecer se militarizó. Diversas tendencias y orientaciones lograron una convergencia exitosa que vinculaba la persecución a los judíos con los derechos de estos a luchar por su supervivencia. La Declaración Balfour, desnaturalizada y apartada del texto sobrevivió como una pieza importante que otorgaba legitimidad a las aspiraciones y acciones judías y en lugar de limitar su alcance, la guerra europea facilitó que se extendiera. No era el momento de pensar en campesinos, beduinos o comerciantes árabes palestinos de poca monta cuando el mundo lloraba el exterminio de los judíos en las cámaras de gas o se solidarizaba con esa enorme migración de artistas, científicos, intelectuales y profesionales perseguidos por el nazismo y el fascismo. Palestina era una tierra de camellos, olivos milenarios, gente atrasada cuyos méritos no podían compararse a la diáspora judía.
Si ya antes de la Declaración Balfour, la comunidad judía internacional financiaba la compra de tierras privadas para asentar en ellas a colonos judíos, después de dicha Declaración se produjo una inundación violenta de judíos quienes, por la presión del número y por el empoderamiento legal adquirido con la Declaración Balfour ya no se limitaban a la compra de las propiedades que estuvieran disponibles para venta sino que agresivamente cercaban, acosaban y agredían a personas, familias y pequeñas aldeas palestinas que estuvieran mal defendidas y/o mal representadas, lo cual, hay que decir, era frecuente. En la Palestina de estos años, era común el ausentismo de los terratenientes y ellos fueron importantes suplidores de tierras para compradores judíos y no pocas de estas compras se hicieron al amparo de testaferros.
Aunque la Declaración Balfour hablaba de un “hogar” no de un Estado, la prensa de la época, donde han existido durante mucho tiempo simpatías por la causa judía, asumió que el “hogar” cuyo requerimiento el gobierno británico había acogido con simpatía era la antesala de un futuro Estado y pocos se percataron o al menos les importó que Inglaterra estuviera cediendo a favor de otros, unas tierras que no le pertenecían y sobre los que no tenía mas derechos que los de una gobernación transitoria. En sentido estrictamente legal el gobierno británico no podía ceder a otro aquello que no le pertenecía. De administradores del protectorado los ingleses decidieron como propietarios y además lo hicieron sin el mas mínimo respeto por los derechos de los que ya habitaban y poseían esas tierras a pesar de que, en el texto de la Declaración prometieron hacerlo.
Finalmente, en mayo de 1948 se formalizó la independencia de Israel que los judíos de todo el mundo celebran y comenzó la “Nakba” (catástrofe en español) que todos los palestinos y árabes del mundo lamentan. Resulta notorio, aunque haya sido poco debatido, que las Naciones Unidas acogieran la denominación de Israel como un estado claramente confesional. Sin embargo, los palestinos fueron tratados solamente cómo árabes que lo eran y no tanto como musulmanes que había sido su antigua identidad. El judaísmo era reconocido y aceptado como una categoría histórica, social, confesional y étnica diferente. Los palestinos eran solamente árabes. Semejante definición dejaba ya definidos una serie de criterios y pre-establecidas las consecuencias.
La revisión de los archivos de prensa de la época, los registros de la correspondencia de los dirigentes judíos, especial pero no únicamente David Ben Gurion, y el texto mismo de la declaración Balfour resultan completa e inequívocamente consistentes y coherentes con la conducta seguida por los dirigentes judíos de los asentamientos, de las organizaciones políticas sionistas y posteriormente del Estado de Israel a saber: no importa cual hubiera sido la intención ni el alcance de las decisiones que favorecieron a los judíos para establecerse en Palestina, lo cierto es que ellos, es decir los judíos, nunca tuvieron, ni por un instante, la intención de obedecer, ni de cualquier manera acogerse a las limitaciones impuestas a su accionar primero por la Declaración Balfour y después por la resoluciones 212 de 1948, 273 de 1949 y decenas de otras resoluciones que procuraban proteger en el papel los derechos violados a los palestinos sobre el terreno. Con la salvedad de muy breves periodos de sensatez generalmente a cargo de gobiernos laboristas, el estado israelí nunca ha querido la paz ni la solución de los dos estados porque su fundación está inspirada, sustentada y estructurada para satisfacer el sueño del Gran Israel cuyas fronteras incluyen toda Palestina y algo mas.
El proyecto judío dominante en Israel siempre ha sido y es, absoluto y excluyente. Nunca pudieron las previsiones de la declaración Balfour ni las resoluciones de la Naciones Unidas impedir que, sobre el terreno, se materializaran las masacres de palestinos, el despojo de sus tierras y haberes y el ultraje de sus derechos humanos mas fundamentales. La idea de la paz para ese Israel, la noción de convivir con los palestinos en la misma tierra, bajo el mismo sol, con el mismo aire ha sido solamente la visión de esa minoría, generalmente de corte laborista e influencia marxista que tuvo, en diversas ocasiones, la posibilidad de convertirse en gobierno, pero, incluso en medio de los discursos mas conciliadores, Israel y los sectores mas activos, influyentes y conservadores dentro de este jamás renunciaron a su misión ni abdicaron de su compromiso totalitario y excluyente.
Es justamente ahora, en vísperas de la celebración del 50 aniversario de la Guerra de los Seis Días, del 70 aniversario de la Nakba y el primer centenario de la declaración Balfour cuando el Secretario de Estado saliente de los EEUU John Kerry produce un recuento pormenorizado, elocuente y documentado de esta singular tragedia. Ahora y por primera vez, desde una posición política semejante se formulan cargos y queda Israel deslegitimizado precisamente por un funcionario del gobierno que, durante 50 años, ha respaldado, protegido y financiado esa trágica aventura llamada Israel. Y, si alguna diferencia puede establecerse por vía de consecuencias es que hoy, esos “árabes de Palestina” han abrazado en gran medida el Islam como la fe y el conjunto de normativas que definen su identidad.