¿Tiene futuro la vocación de una nueva generación dentro del PLD? Y no me refiero a ganar dinero o escala social (eso está descontado), sino a empujar una aspiración relevante de realización política. La respuesta es tan categórica como inequívoca: no; es más probable que esa perspectiva se halle en espacios que aún no han nacido. El PLD está atrapado en las marañas de su propio extravío.
En sus casi catorce años de ejercicio del poder, el partido oficial ha mantenido en hibernación a los mismos nombres ya rancios y cenizos por la humedad de los años: un colectivo de carcamales cuyos méritos cuelgan como certificados de añejamiento en los murales de la organización, esos que por precepto místico se arrogan despóticamente la hidalguía partidaria y para quienes la única causa de retiro es la muerte, y ¡cuidado!
El sueño de la renovación se estrella con un partido dominado por estructuras antagonistas de intereses como los que se baten calladamente en sus núcleos de mando y dirección. Además de su olfato ético, la organización perdió su identidad histórica y las coordenadas democráticas para encontrarla; su vida institucional está reciamente amarrada a pactos de poder concertados entre su cúpula sin que los demás órganos ni sus bases tengan la más nimia influencia decisoria.
El troglodita Comité Político gobierna, dirige, decide, revoca, pone y quita. Como supremo sanedrín se ha tragado al partido, al Estado, al sistema y a la anémica oposición para crear una estructura siniestra de dominación jamás conocida en la historia dominicana. Sus decretos, como ordenanzas reales, se imponen a los tres poderes. Este nuevo leviatán encarna la primera tiranía colegiada, orgánica o corporativa del poder público en la República Dominicana. Más que un órgano funcionalmente deliberante, es un espacio de negociación, reparto y trueques de sus dos gigantes: Danilo Medina y Leonel Fernández, dueños de la organización.
En el PLD nadie puede tener vida política propia; hay que jurar lealtad a una de las dos facciones hostiles para encontrar gracia o respeto: eres de Danilo o de Leonel, o no eres nadie… y punto. Un reparto pactado al mejor estilo y tradición de las grandes dinastías mafiosas.
En el PLD se reconocen algunos liderazgos emergentes de bajo techo que ven pasar el tiempo sin penas ni glorias. Sus carreras políticas están confinadas a un cargo en el Gobierno con la obligación de defenderlo a pesar de las pocas razones. Nadie con criterio u orgullo propio ha escalado mas allá de donde lo dejan; sin embargo, el círculo íntimo de los dos caudillos disfruta la gracia de su indulgencia para saquear en el Estado sin reproches. Me abate ver a algunos muchachos talentosos envueltos en disquisiciones astrales sobre una dogmática olvidada bajo la sombra de liderazgos cansados, corrompidos y sin más méritos que su fortuna o la cercanía a los dos caudillos. ¿Puede el partido sustentar de forma coherente y veraz un discurso moral con un Comité Político cuestionado hasta las vísceras?
Analizar cada asiento del trono apostólico es un desafío psiquiátrico; gente intelectualmente rendida sin más dignidad que compartir la sangre, la cama, los secretos, los negocios y las complicidades con los dos líderes. Esos son los ejemplos de inspiración para las nuevas generaciones peledeístas: sujetos que nunca probaron ni sudaron el sacrificio del “éxito” con sus propias garras porque lo alcanzaron a expensas del poder y con dinero público. ¿Quiénes eran estos iluminados antes de llegar al Gobierno? Activistas desempleados, profesionales sin una práctica relevante, teóricos desvalijados, bohemios diletantes y no muy pocos desarropados. Hoy son potentados con helicópteros, yates, hatos y villas. Algunos se cobijan en el eufemismo de “empresarios” para justificar sus milagros económicos mientras acumulan fortunas pornográficas que no soportan una coartada decente; otros, menos ruidosos, siguen estilos aparentemente modestos de vida pero con cuentas de ocho dígitos en paraísos fiscales. ¿Y qué decir de aquellos que después de ser “desparasitados” en la vida pública hoy se aferran a gustos primorosos al mejor paladar de las familias reales? Ahora tutean y mandan al carajo a los de grandes apellidos mientras se defecan en su abolengo o vomitan sus resentidos prejuicios; algunos más habilidosos se hacen socios de sus negocios.
Los peledeístas jóvenes y serios no deben consentir que el viejo partido de mística, disciplina, sentido moral y compromiso histórico se desplome ante sus pies por las ambiciones de un puñado voraz, enajenado y moralmente enfermo. Si esas jóvenes generaciones tienen respeto de sí y perspectivas de algún futuro político dentro de este antro deben rebelarse en contra del negro imperio dirigencial. ¿Con qué moral puede gente decente compartir su reputación con la de viejos corruptos que no se sacian del poder?
El Comité Central del partido debe iniciar la gran reforma moral e institucional y subvertir las bases de ese Comité Político disoluto. Claro, si queda algún asomo de dignidad en sus filas. De lo contrario, dejemos que Odebrecht quiebre la arcillosa unidad del supremo Comité basada en la complicidad, con la esperanza de que una ruptura sana puede separar las sombras de las luces; obvio, si todavía existe el discernimiento moral para distinguirlas; en caso contrario, lo que inevitablemente veremos será un torbellino de fuerzas autodestructivas donde cualquier pronóstico pierde certeza, entonces el camino obligado será la desbandada, como se dispersan frenéticas las ratas cuando se inunda la madriguera. ¡Gracias, Brasil! ¡Obrigado, nação abençoada!