En la actual poesía dominicana, la obra de José Mármol es un acontecimiento. Crítico sagaz y ensayista erudito,líder natural de su generación, Mármol ha venido construyendo una obra de oficio pasional. El vértigo y la tensión de una vocación suspendida en el ardor. Hablar de este poeta es, pues, resumir treinta años de progresión imaginaria. La suya no es una poesía de conceptos abstractos, sino de puros y ardientes pensamientos.

Cada libro suyo es un despliegue verbal y lujoso. Un paisaje mental de alegóricas reflexiones y mitos fundantes.  Mármol troca el sentimiento en voluptuosa abundancia. En cada uno de sus libros, las palabras entre prosas y versos, se interrogan hasta hacer del símbolo un proyecto de lenguaje. Una morada infinita de interrogaciones y dudas.

Con José Mármol todo parece ser formulado desde la raíz misma de las cosas. Comenzando por estos aforismos y fragmentos, que ahora conocemos con el título de Premisas para morir (1999), hasta publicaciones como Maravilla y furor. Aforismos y fragmentos (20007), entre cosas inéditas.

Con la publicación de este libro, Mármol articula  un universo atormentado, donde la filosofía y la poesía "conviven… como brechas de la duda y el dolor" (pág. 26), comulgan entre sí y sellan la unión definitiva de un hacer poético brillante. A los límites de la naturaleza sistemática de la noción de lenguaje que nuestro autor tiene del idioma, y las estructuras aforísticas que ahora nos ofrece, es decir, penetrando en cada fragmento suyo como unidad entre la palabra y la imagen, o como un brote perceptivo que unifica en el lenguaje lo más hondo del pensamiento con lo más plástico de la dimensión sensorial, el aforismo, dice José Mármol, "reúne para sí lo que de singular hay en cada una de aquellas fórmulas expresivas. Es y no es, al mismo tiempo, todas y cada una de ellas" (1997, pág. 169). Sintetiza sus rasgos, como la más significativa manifestación de la invención humana, como el momento y el elemento que se genera más allá de las dimensiones del sentido estético, epistemológico, político, ético, moral. En fin, el aforismo para este autor, es una estructura inconmensurable, capaz de captar la instantaneidad del infinito o el instante de un fragmento irrepetible y singular. La fragmentación, signo de una coherencia tanto más firme cuanto que debiera deshacerse para ser alcanzada, no siendo un sistema disperso, ni tampoco la dispersión como sistema, sino el despedazamiento (el desgarrar) de lo que nunca ha preexistido (real o idealmente) como conjunto ni podrá juntarse en alguna presencia de porvenir. Espaciamiento de una temporalización que tan sólo se aprehende, engañosamente, como ausencia de tiempo.

El fragmento, siendo múltiples fragmentos, propende a disolver la totalidad que está suponiendo y que va hacia la disolución (muy ligado al tiempo vivencial y desgarrado del yo) de la que procede (propiamente dicho), a la que se expone para, al desaparecer y, con él, desaparecida toda identidad, mantenerse como fuerza de energía repetitiva, límite del infinito mortal, o bien, obra de la ausencia del dolor (para reiterarlo y callarlo reiterándolo).

De ello resulta que la postura verbal de este poeta, la crítica llevada por la ironía a un absoluto de absoluto, haciendo con ello trizas el fundamento de la vida es una manera del texto imponerse como símbolo restaurador. Mármol convoca a todos los valores de la vida para despedirse negativamente de ellos (al igual que se despide de su biografía imaginante y ausente, y no por ello, menos ácida y vital), sin dejar de hacerlo presente, así como, dentro del texto se desgarra para desaparecer de su grafía.

La crítica total a los valores establecidos no consiste (como suele hacerlo una mayoría) en sugerir sus fallas o interpretarlo insuficientemente (esto sucede cuando no hay simbolización artística), sino en tornarlo invencible, indiscutible o, corno se dice, insoslayable. Entonces, ya que todo lo abarca y critica en su unidad oblicua, no cabe más la escritura, a menos que se desprenda como lo necesario imposible: por tanto, lo que se escribe en virtud de una actitud vital queda en suspenso, sin retención alguna y rompe el sello de la unidad, del origen.

De la nostalgia y el paraíso perdido. Y aún así no denuncia menos el pensamiento como experiencia límite del fragmento (sea cual sea la forma de entender este sintagma) que el pensamiento como realización nihilista de todo. En modo alguno la realizacion de un gozoso jaraquiri o un ritual sangrante y vacío. Tal vez pueda traslucirse su significado profundo en relación con los sentimientos propiamente informes, difusos, como tonalidades, o, como también se los ha llamado, sentimientos atmosféricos, de impulso de inspiración visceral, como cuando el propio poeta dice:

"Me inspiro en mis propios vacíos, debilidades ya apetencias.

  Escribir no es más que poner la nostalgia y la

palabra a merced del delirio" (pág. 33).