“Ser efectivos como individuos y como organizaciones ya no es una elección en el mundo de hoy: es imprescindible para entrar en el terreno de juego. Pero sobrevivir, prosperar, innovar, sobresalir y liderar en esta nueva realidad nos exigirá aumentar la efectividad e ir más allá de ella. Esta nueva era exige y necesita grandeza”. (Stephen Covey: El 8 Hábito).

Nos refiere con mucha propiedad Fernando Savater, en su libro Ética para la Empresa, que “desde el punto de vista ético, se considera que toda fuente de riqueza es social y por tanto implica responsabilidades sociales en quienes se benefician de ella, tanto más cuanto más provecho obtengan”. Hoy en día trasciende la mera creación de empleos y la necesidad del pago de impuestos. Requiere el ejercicio de la ciudadanía corporativa, que es el claro compromiso con los stakeholders, esto es, la vinculación con los distintos actores sociales con que interactúan.

En la época moderna, el capitalismo en su ebullición, el empresario pasó a ser el máximo exponente en la escala de la jerarquía social. Es decir, constituyó y constituye la figura más simbólica, icónica y representativa de la sociedad del mercado. El más admirado socialmente. En la antigüedad lo fue el héroe de la ciudad. En el Medioevo el santo y con ello, el sacerdote. En el interregno de todo el Siglo XVIII la imagen más emblemática eran los seres humanos sabios, la expresión de la sabiduría y el conocimiento constituían el acicate más firme del statu social. Paradoja, todavía en el Siglo XXI, el empresario es el representante más conspicuo de la escala social.

El empresario ha de buscar la armonía entre la innovación, la creatividad, los beneficios, rentabilidad, dibujando lo más posible en la realidad, de manera permanente la construcción de nuevas formas de producción, de procesos, de reinventarse, en el encuentro del mercado y la reconciliación con la fuerza de trabajo y con la sociedad. Es el imperativo de la naturaleza social en el mundo de hoy.

En la perspectiva de la ética empresarial, que no es excluyente con su fisonomía, en el horizonte de la proactividad, el empresariado nuestro debe internalizar una nueva visión que no es otra que asimilar la cadena de su importancia en la escala social, con lo que da al conjunto de la sociedad. El empresariado nuestro está todavía en el primer peldaño de la asunción de compromisos. Por allá por los años finales del Siglo XIX y los 50 primeros años del Siglo XX el reto consistía generar empleos. Luego vendría la necesidad de pagar impuestos como prerrequisito nodal para que las sociedades pudieran construir políticas públicas y con ello, mejorar la distribución de las riquezas e igualar en consecuencia, a los ciudadanos en los territorios públicos (Salud, Educación, Infraestructuras).

A partir de los años 60 del siglo pasado, la mirada del empresariado era cómo generar una mayor responsabilidad con la COMUNIDAD, cómo involucrarse con acciones que coadyuvaran a una mejor existencia de los clientes internos y externos. Los stakeholders objetiviza a los actores internos y externos: gobierno, sociedad, acreedores, accionistas, propietarios, directivos, proveedores. Aquí, para el 2018 según la Oficina Nacional de Estadística, teníamos 79,627 empresas la cual ejemplificamos en el cuadro siguiente. Para un investigador la tarea es ardua en la búsqueda de información. Las encontramos fragmentadas, dispersas y atrasadas en el tiempo. Para construir la información de este artículo debimos de buscar en diferentes fuentes de datos: Banco Central, Oficina Nacional de Estadística, Ministerio de Industria y Comercio.

Con todo y ello, no es fácil de encontrar datos actualizados. Por ejemplo, en Estados Unidos semanalmente sabemos cuántos empleos se crearon, cuántas empresas surgieron, cuántas hay, cuántas desaparecen. Con el caso de la pandemia, antes de ella, había solo un 4.5% de desempleo, hoy 14.5%. 33 millones de seres humanos han perdido sus empleos y 20 millones de empresas colapsaron. Aquí el empresariado no asume el talento, la pasión, la conciencia y la necesidad en un espacio de sincronía que genere una sinergia y un capital institucional que empuje al Estado a ser más eficaz. Al contrario, se afligen y arrastran a ese ogro filantrópico. El empresario no se asume como clase y deja que el Estado se sobredimensione sobre ellos. ¡Cualquier presidente los subsume como clase en su agenda política personal por encima de los intereses de la sociedad!

Todavía, en el comienzo de la tercera década del Siglo XXI, nuestro empresariado tiene una evasión y elusión que ronda entre un 40 y 42%. Muchas empresas pagan por nómina menos al empleado, reflejando en la Tesorería de la Seguridad Social datos por debajo de la realidad laboral y salarial. Empresas que se han tercerizado para pagar a los empleados, como Micro y Pequeña Empresa. El tejido empresarial nuestro está constituido en un 96% por la composición de Micro, Pequeña y Medianas Empresas. El 52% del total de ellas son formales y están concentradas en el Distrito Nacional con 45,862. Santiago tiene el 15%, para un total de 3,271. La Vega un 3%, equivalente a 3,027 empresas; Duarte otro 3% para 2,215; San Cristóbal el mismo porcentaje. La Altagracia concentra un 4%, para un total de 3,271. Ello nos arroja 59,858 empresas en las dimensiones de Micro, Pequeña y Mediana.

Para entender el cuadro del drama social hay que ver la información que aparece en un diario acerca de que “386,000 trabajadores dejaron de cotizar AFP en abril”. 392,784 trabajadores dejaron de cotizar en comparación con marzo, al pasar de 1,962,593, a 1,569,809, una reducción de un 20%”. En el tejido empresarial nuestro hay 2,299,153 empleos formales y 2,156,106 informales, constituyendo la Población en edad de trabajar (PET) 7,665,380 y la Población económicamente Activa (PEA) 5,008,932. Teníamos una población ocupada de 4,715,879. Fuera de la Fuerza de trabajo: 2,656,309.

En una población de 10,448,499 habitantes y donde el desempleo, la pobreza y la desigualdad como advierte la CEPAL se agudizarán, es que el sector empresarial deje de ser alicate de los presidentes de turnos en actividades políticas que no significan una visión social amplia, de misión de compromisos apuntando a las estrellas, como puente hacia una sociedad más inclusiva. El empresario ha de ser menos rentista y más holístico al reflexionar sobre los actores sociales. 866,000 empleados suspendidos y más de 50,000 empresas que se acogieron al Programa FASE, implica una asunción netamente legal, sin bosquejar el plan ético y de legitimidad. ¿Cuántos de ellos están dando en dos meses a sus empleados la diferencia que le falta a los empleados para cubrir sus salarios? ¿Cuántos de los empresarios dieron dinero para el COVID19 y suspendieron al otro día (19 de marzo) a sus empleados?

Nassim Nicholas Taleb en su libro Jugarse la Piel nos ilustra cómo se da y operan las asimetrías ocultas en la vida cotidiana y Thomas Piketty en su libro La crisis del Capital en el Siglo XXI, nos orienta sobre la problemática de los beneficios, salarios y desigualdad, llamándonos a la necesidad de reflexionar sobre un nuevo contrato laboral y social. La sociedad dominicana, en el epicentro de la crisis, ha de tomar un tiempo para encontrar nuevas oportunidades, pues como decía Albert Einstein “la mente que se abre a una nueva idea, jamás volverá a su tamaño original”.