Fue una mañana lluviosa de la ultima semana de mayo. Transito alrededor del estadio Quisqueya. A mi derecha las torres y parafernalia vigilan atentas pero húmedas los miles de butacas cuidadosamente alineadas, numeradas, categorizadas. Entonces me asalta una reflexión.
Ningún dirigente o dueño de partido político es capaz de llenar ese estadio ni siquiera pagando a la gente para que asista, proveyendo transporte, animándolos con bocaditos o picapollos. Sencillamente, no hay ni uno solo con capacidad de convocatoria ni logística para materializar esa hazaña. Sin embargo . . .
Maluma, Dady vaina o cualquier reggaetonero llena ese mismo estadio y la gente, en vez de cobrar por asistir, paga para que los dejen entrar. Vienen de todas partes, pagan por lo demás y se entregan al espectáculo.
El Estadio Quisqueya pues, como recinto, recoge y contiene la República Dominicana de hoy y nosotros creyendo que hay todo un pueblo esperando ser redimido y por cuya causa luchamos. Ohh esfuerzo inútil, vida fatal. Un amigo me dijo horas antes de sentarme a escribir estas notas que ese mismo pueblo está en una jaula y no quiere salir aunque le abran la puerta.
Y nosotros . . . siempre nosotros, todavía hablamos de líderes políticos cuando en verdad, lideres de ese tipo no hay ninguno ni dentro ni fuera del gobierno. Los líderes son otros. Repletos de juventud, dinero, mujeres, vicios y pasiones. Es el mundo de las estrellas y los políticos, dentro y fuera de gobierno, quieren parecerse a ellos porque se dieron cuenta de que la gente común, ese rebaño inmenso que pasta ensimismado frente a las pantallas los imita, anhela parecerse a ellos y con gusto darían buena parte de su vida o la vida entera por ser como ellos. Esto terminará, claro y quizás podamos apurarlo, pero sin engañarnos.