Muchos dominicanos han mirado hacia Haití en estos días pasados. Un aumento del precio de la gasolina desató una poblada que forzó la renuncia del primer ministro y una repetición de esta, puso al presidente actual entre la espada y la pared.  La destrucción de bienes públicos y privados, en ambas pobladas, se produjo en ausencia total de la policía que no acudió a reprimir a los manifestantes. Algunos dijeron que no habían cobrado en dos meses pero no estoy seguro de que esa información sea correcta.

Las escenas de violencia, saqueos, incendios y vandalizaciones son sobrecogedoras, intimidatorias y ojo. . . fuente de inspiración para una parte de la población dominicana que, con gusto –pero sin ánimo de participar- quisiera ver la ocurrencia de una poblada similar o mas grande de este lado de la isla como una manera de sentir o creer que se está haciendo justicia. Sorpresivamente, el caso haitiano pasa del horror al ejemplo y he escuchado a mas de uno afirmar que, si hubiéramos reaccionado como los haitianos, las cosas aquí no estarían tan mal y no hubiera habido tanto abuso ni tanta impunidad.

Otros dominicanos se refugian en la hipocresía habitual. Horrorizados por las escenas de violencia y saqueo condenan a las turbas haitianas pero no reparan en que a pesar de la “barbarie haitiana” la población obligó a un primer ministro a renunciar mientras que a nosotros los dominicanos nos clavan aumentos semanales de precio y ni siquiera hemos podido forzar la destitución de un funcionario de quinta categoría ni de un supervisor de una estación de gasolina. Eso no quiere decir que los funcionarios haitianos tengan un poco mas de vergüenza que los nuestros ni tampoco que la población sea mas brava que la nuestra. Pero pudiera ser.

Las circunstancias son claramente distintas y a muchos de nosotros nos conviene creer que lo sucedido en Haití es una muestra de barbarie que jamás podría acontecer en la civilizada República Dominicana.  Quiero decir a estos dominicanos que están equivocados y que nos acercamos a un escenario mucho peor y no lo digo por asustar a nadie sino hasta viendo el lado terapéutico del asunto. Hemos vivido con la hipocresía de creernos lo que no somos pero esa hipocresía nuestra no nos va a salvar a la hora de rendir cuentas.  Es verdad que muchos de los que hablaron de la revuelta haitiana lo hicieron poniendo distancia, allá si, está bien que pasen esas cosas, pero aquí no. Por debajo de estos admiradores de la poblada haitiana están cientos de miles de jóvenes dominicanos deshauciados, desarraigados, queriéndolo todo y teniendo nada, sin vocación de trabajo ni de estudio, convencidos de que les corresponde algo mejor y que, si no se lo dan, lo toman. Para ellos la poblada haitiana es un modelo.

La dominicana es una sociedad tan entregada a la apariencia y la simulación que ha llegado a creerse sus propias mentiras. Las vitrinas lujosas, las calles atestadas de vehículos, las torres que se yerguen por todas partes y el despliegue de artefactos electrónicos modernos le han hecho creer a la gente que alcanzaron la modernidad y no se dan cuenta de que cualquier capital africana tiene las mismas cosas que nosotros pero, a la hora de los hornos, sacan los machetes y a degollar se ha dicho. Toda esta envoltura de modernidad no puede ocultar –mas que a los ciegos por conveniencia- que el interior está podrido, con gangrena y la amputación es hasta ahora la única solución a un miembro gangrenado.

Los dominicanos, en general, están locos, erotizados y endeudados. Los de arriba sordos y envanecidos, el gobierno robando e ignorando reclamos que ni se dignan responder, la gente demasiado ocupada tratando de mantener las apariencias, los que pueden yéndose del país, los que tienen la autoridad nominal sin intención de echarse vainas por nadie, todos lamentándose de lo mala que está la situación pero no para reivindicarla sino para buscarse cada cual como resolver lo suyo; esos cientos de miles de jóvenes cuasi bandoleros que andan por todas partes, esos que manejan puntos de drogas y que ayer pudieron haber sido revolucionarios, toda esa justicia reclamada e insatisfecha, toda esa comparación de lo que tu tienes y exhibes frente  a todo aquello de lo que yo carezco pero anhelo va a estallar en una formidable manifestación de saqueo, violencia, incendios. Cuando ocurra recordaremos estas dos pobladas de Haití solamente como un ensayo. Y no lo digo como advertencia para que no ocurra sino porque se que va a ocurrir y es el precio que pagaremos por todo lo que debimos haber hecho y no hicimos.

Las recientes medidas del gobierno con el tema de los combustibles, el coqueteo y el soborno con los sindicatos de choferes así como el intento de intimidación policíaco-militar no proceden ni se explican por la Marcha Verde, ni por los sindicatos, ni por otros hechos locales sino porque de repente Haití se ha convertido en un ejemplo a temer y sépanse dos cosas:

1ro. – La próxima vez que la turbulencia y el descontento social lleguen a las calles dominicanas no se crea nadie que los haitianos de aquí y los de allá van a permanecer al margen como simples espectadores.

2do.- Como bien y oportunamente han observado las autoridades del gobierno de los Estados Unidos, en este país, la gobernabilidad está en peligro y en presencia de una crisis gobierno, policía, ni fuerzas armadas pueden garantizar el orden público porque las armas en las manos no sustituyen la voluntad, la organización, los mandos ni  la decisión de  reprimir y  . . . por este gobierno, por nuestra “democracia” por nuestro congreso, por nuestros jueces y por nuestra constitución nadie está dispuesto a luchar; al contrario, hay demasiado gente velando, deseando y rezando para que ocurran.

Sépanlo.