Keith Scott, 43 años, Charlotte, Carolina del Norte, negro, siete hijos, sin antecedentes criminales es detenido por un policía quien le ha confundido con otra persona. Segundos después, a plena luz del día, el policía le dispara y contra el testimonio de los testigos, los gritos, advertencias y la lógica del momento y lugar se alega que tenía un arma en las manos. La hija de Scott, indignada, grita a los policías que no le “planten” un arma a su papá y las autoridades se niegan a hacer público el video que recoge los hechos. Mucha gente en la ciudad se tira a las calles a protestar, quemar lo que encuentran, desahogar su ira.
The Guardian, que dedica una sección especial a registrar los civiles muertos cada año a manos de la policía en el 2016 da cuenta de 790 casos, la cifra mas alta. 194 de estos muertos fueron negros, sin embargo, cuando se pone en contexto la información el dato es aterrador. Y uno se pregunta, ¿Que está sucediendo en los EEUU? Porque esos muertos no eran perseguidos, conocidos ni buscados, sino gente que se estuvo en el lugar equivocado en el momento equivocado o sea que, la brutalidad policial no se ejerce de forma selectiva contra personas sindicadas, listadas, marcadas para ser asesinadas como por ejemplo fue la guerra contra los izquierdistas. Esta es una brutalidad que parece no tener sentido, como si los policías hubieran perdida el control y la disciplina, como si hubieran sido instruidos y entrenados para esa brutalidad que naturalmente ha sido amparada y protegida por jueces y tribunales que han absuelto sistemática y reiteradamente a los policías acusados de violencia excesiva. No se entiende esa prisa por disparar, ni que se persigue con ello. Pero observe el lector otra cosa. ¿Cuantos de los civiles baleados por la policía resultaron heridos? Y sorpresa, no hay heridos o no se registran. Cada vez que un policía dispara lo hace a matar y obsérvese además que generalmente, incluso con la víctima en el suelo, derrumbada o cayendo siguen disparando una y otra vez cuando hasta en los videos es ostensible que no había necesidad de hacerlo.
Apenas dos días antes de lo de Charlotte, la SUV de Terence Crutcher, 40 años, negro, de Tulsa, Oklahoma sufre una avería y mientras pide ayuda permanece en la carretera. Viene la policía por tierra y por aire. Crutcher no ha hecho ni dicho nada que pudiera molestar u ofender a la policía, no obstante, un tripulante del helicóptero policial que sobre vuela la escena se refiere a él como un “big bad dude” una connotación despectiva que igual quiere decir un asqueroso, que un tigre malo que un sin servir. Sin que sepamos porque, puesto que no ha habido delito, detención, ni arresto Crutcher, con las manos en alto, camina hacia su SUV con tres policías detrás suyo. Cuando llegan al vehículo, Crutcher pone ambas manos aun levantadas sobre un costado del techo del SUV y suena un disparo, Crutcher cae y fallece en el lugar. En la misma jefatura de policía alguien se apresura a decir: “Crutcher no tenia armas ni las había tampoco en su vehículo”. El hecho ocurre ante la vista de todos y no creo exagerar si digo que el matador de este hombre, parece lamentar los inconvenientes personales que le esperan mas que el dolor y la pena causados. Civiles y policías están matando gente como si jugaran en la pantalla de una computadora. Imparten ordenes que hacen a la gente mas torpe, que la paralizan de miedo y las hace incapaces de responder a dichas ordenes y ante dicho incumplimiento involuntario, la respuesta es plomo.
God Bless America, reza e invoca a manera de himno nacional la melodía solemne y generosa que identifica este país pero ahora hay que preguntarse a cual América debe bendecir Dios. La amenazada por terroristas de verdad y de mentira o la aterrorizada por la policía y el poder?
Algo anda muy mal.
La gente agredida, empobrecida, victimizada por la injusticia, desposeída por el poder, abandonada a su suerte, manipulada sin cesar para que crea y diga, consuma y compre lo que quieren venderle, embrutecida a mas no poder, incluso esa América ya no tiene motivos para defender su país ni pedirle a Dios que lo bendiga cuando los beneficios de tales bendiciones son tan desproporcionalmente distribuidos.
El asesinato de negros por policías en los EEUU, el asesinato de inocentes por civiles armados enloquecidos en otros lugares, el odio difundido por el poder de unos y la riqueza de otros, la intolerancia trágica que, a su pesar, fomentan las redes sociales, el embrutecimiento colectivo que llena de ruido todos los espacios de la cabeza hasta desalojar la sensatez o la conciencia, la industria alimenticia que se enriquece alimentándonos con basura y la farmacéutica que hace lo mismo vendiendo antídotos. Estamos al garete. El barco que aloja esta civilización occidental del siglo XXI tiene capitán y tripulantes carentes de talento, responsabilidad, autoridad moral, vocación de servicio o mérito. Nosotros, pasajeros y tripulantes carecemos de voluntad y disposición de reclamar; entregados y embrutecidos estamos por el opio de las pantallas y vidrieras así que nadie está en control mas que de las apariencias, nadie tiene un proyecto creíble porque de hecho nadie cree en nada ni en nadie y en medio de esta descreencia se derrumba en todas partes ese edificio que conocimos como civilización occidental y la gente, sobre todo las clases medias, acuden al velorio sin percatarse de que la ley del mas fuerte viene espera agazapada la partida del cortejo fúnebre para reinar.