El título de esta primera entrega de inicio del año 2016, se fundamenta en la aspiración de que el MINERD, realmente, asuma la idea incontrovertible expuesta por Juan Manuel Escudero en su libro Diseño, desarrollo e innovación del currículum, que califica la formación docente como uno de los indicadores a tener en cuenta para valorar si verdaderamente se apuesta –en el plano social y en la política educativa- por aplicar las medidas estructurales y las decisiones concretas para mejorar la educación, que ha de ir de la mano de la dignificación, reconocimiento, consideración y formación inicial y continua de los docentes.
Y sostiene que la formación implica tratar al mismo tiempo cuestiones sustantivas -valores, principios, contenidos y propósitos- y decisiones estratégicas -medios, metodologías, estrategias y condiciones-. Unas y otras han de conjugarse adecuadamente si se pretende facilitar entornos y condiciones idóneos para el desarrollo de la profesión docente.
Existe una estrecha conexión entre la implementación del curriculum y la formación de los docentes, por aquello de que sin maestros y profesores puede haber reformas curriculares, pero no renovación pedagógica. Y más, en la ausencia de su dignificación profesional y formación continua adecuada, dichas reformas quedan en letra muerta. Los docentes deben ser considerados como uno de los interlocutores más decisivos e importantes del curriculum y los cambios escolares, expresa Escudero.
Agrega este autor que aunque a algunos no les guste, su papel de árbitros entre el curriculum diseñado y el curriculum realizado en las aulas y aprendido por los alumnos es decisivo, por lo cual hoy se les reconoce como agentes del curriculum. De ahí la necesidad de mejorar la formación de los formadores de los estudiantes de los distintos niveles del sistema educativo nacional.
Desde el primer Plan Decenal de Educación 1992-2002, el país ha invertido recursos económicos considerables en formación docente y en reformas curriculares. Sin embargo, los resultados en términos de aprendizaje de los estudiantes, según revelan las evaluaciones propias e internacionales, sitúan la educación entre las peores del mundo, fundamentalmente la del Nivel Primario.
Este panorama lleva a afirmar que el actual modelo de formación docente no impacta la práctica educativa, pues el trabajo en las aulas es cada vez más deficiente.
También conduce a preguntar: ¿Acaso las instituciones públicas y privadas que forman docentes no realizaron investigaciones para fundamentar las propuestas curriculares de las licenciaturas que ofertaron en los últimos años?, pues los concursos que realiza el MINERD para seleccionar nuevos docentes son reveladores de la mala formación de los egresados de sus licenciaturas en Educación.
Mientras no se mejore la calidad de la formación de los docentes, no habrá mejora de la educación preuniversitaria ni del país, porque, consecuentemente, “ninguna sociedad es mejor que las mujeres y los hombres que genera su sistema educativo”.
Es necesario afrontar los desafíos que la sociedad actual plantea al sistema educativo, que supone prestar atención prioritaria a la calidad de los docentes, tal como han hecho muchos países y recomiendan organismos como la UNESCO, que en su publicación del Informe La educación encierra un tesoro, presidido por J. Delors, dice: “Si el maestro que encuentra el niño o el adulto está insuficientemente preparado y poco motivado, son las mismas bases sobre las que debe edificarse el futuro aprendizaje las que carecerán de solidez”.
Por ello, nunca se insistirá demasiado en la importancia de la calidad de la enseñanza y, por tanto, de los maestros y profesores. Por ejemplo, en los primeros años escolares es cuando se forman en lo esencial las actitudes de los alumnos y alumnas hacia el estudio y la imagen que cada uno tiene de sí mismo. En ese período, los docentes desempeñan un papel decisivo para iniciar la transformación de la sociedad a que se aspira.
Otro aspecto a considerar es que para poder realizar un trabajo docente de calidad, no basta solo que maestros y profesores sean competentes, sino también que cuenten con suficientes apoyos. Además de las condiciones materiales y los medios de enseñanza adecuados, esto supone que exista un sistema de evaluación y control que permita diagnosticar y superar las dificultades y en el que la supervisión –ejercida como acompañamiento- sirva de instrumento para distinguir la enseñanza de calidad y estimularla.
Hay que facilitar a profesores y maestros los instrumentos que necesitan para desempeñar mejor sus diferentes funciones. Y como contrapartida, los alumnos y la sociedad en su conjunto tienen derecho a esperar de ellos que cumplan abnegadamente su misión y con un gran sentido de sus responsabilidades.
En el país prima una política educativa de discurso mediático, que hoy más que nunca, presenta una educación inexistente en las aulas públicas. La “revolución educativa” que cantaletea el ministerio de Educación se circunscribe a construcciones, básicamente, y mejoramiento mínimo en aspectos concernientes a la formación, las escuelas y los docentes. Por eso, con el ministro actual una Revolución Educativa ni está, ni se espera.