Para el mundo cristiano, sobre todo de Occidente, acogotado por el Covid-19, estas fiestas navideñas y de fin de año son en extremo particulares, únicas y desafortunadamente no irrepetibles. Nada de cena del 24, (cenota) le llaman en Italia, con aeropuertos, estaciones de trenes y autobuses semi desiertos, enteros países en estado de alarma, algunos con cero circulaciones entres sus ciudades y regiones y otros, como Inglaterra, prácticamente cerrado o aislado del resto del mundo, como aquellos que se aislaban en tiempo de peste. Sin embargo, a pesar de esas y muchas otras vicisitudes, el espíritu y embrujo de la navidad se mantiene porque estas fiestas constituyen parte de los más sólidos elementos del cristianismo.
Ese embrujo, discurre en una extraña e inevitable mezcla de alegría, nostalgia/tristeza, esperanza/desesperanza, y manifestaciones de opulencia consumismo y desenfrenado que hacen más más afrentosas las condiciones de pobreza, desigualdad y marginalidad extremas en que viven miles de millones de seres humanos. Esas condiciones de vida serán más ostensibles material y espiritualmente en esta navidad, debido a la pandemia del Covid-19. En tal sentido, en este de fin e inicio de años como en ningún otro del pasado, cobra mayor pertinencia la invocación a la solidaridad, amor al prójimo y la justa convivencia en paz en que discurren navidad y fin de año .
Por eso, más que religiosos esos valores, constituyen una expresión cultural a la que a creyentes o a quienes no lo somos, resulta difícil sustraerse. A veces, las fronteras entre lo religioso y lo cultural es de tal levedad que es difícil diferenciar cuando una actitud o una práctica pertenece a una u otra de esas esferas del ser humano. El encuentro de lo cultural y lo religioso se hace más claro cuando se tratan cuestiones relativas a lo moral y lo ético. En ese tenor es totalmente inaceptable, como nos dice De Masi, que 26 megalópolis ya superan los 10 millones de habitantes, ocupan el 2% de la superficie terrestre, pero consumen el 60º% del agua potable del mundo, siendo responsables del 80% de las emisiones de carbono anuales y que el PBI de NY sea superior al de Brasil.
Aproximadamente un 3% del agua de la tierra es dulce, pero un norteamericano, en promedio, consume 575 litros diarios para sus necesidades y regar sus césped y campos de golf, un europeo 250 litros y un africano subsahariano sólo 19 libros, que generalmente buscan las mujeres en recorridos de hasta 10 kilómetros. En nuestro país, la pandemia incrementará significativamente la pobreza, según el PNUD, sobre todo en el sector informal que es el que mayor número de trabajadores tiene y de estos, un 60.1% que vive en condiciones de pobreza. Sectores como Turismo 50.3%, construcción 83%, comercio 62.7% y otros servicios 66.5%, de mano de obra informal, serán sumamente golpeados por la pandemia.
Son datos que, en el contexto de un nuevo gobierno, auguran un año próximo con perspectivas para los pobres y capas medias del país en extremo preocupantes. Para nuestro país, constituyen parte importante de las particularidades de las presentes festividades de fin de año en las que, con las características que los diferencian, los sectores que de una u otra manera asumen los valores que estas fiestas estas difunden, deberán tener presente para sus acciones en el presente y de cara al futuro. En ese tenor, el espíritu y embrujo que estas producen, deberán acentuar los lazos que nos unen a nuestros familiares y amigos, al a tiempo de profundizar el compromiso ético, moral, político, religioso o laico por una sociedad más democrática e inclusiva.
Las particularidades de las fechas que conmemoramos en estos días, más que en el pasado, nos compelen a la lucha por una sociedad donde las injusticias, las exclusiones sociales y políticas, además de los privilegios que se arrojan y hasta se les otorgan a determinados grupos corporativos, sean definitiva y absolutamente inaceptables.