En la República Dominicana, los críticos suelen asumir una ética ambigua en torno a su objeto específico de estudio. Sólo basta leer sus juicios para verificar la falta de decoro y su posterior análisis envuelto en un anacronismo degradante y manipulador. Uno de los problemas más espinosos que afrontamos están relacionados con esas imposturas de terror.
La literatura de cualquier país puede presentar esas y otras debilidades, y, aún más, puede decirse que el promedio de la producción en un instante dado sea tributario de esa situación, propiamente cuando esas ideas son legitimadas por una "crítica oficial" procedente de las Academias y por los más destacados divulgadores de ferias, revistas, suplementos y mercados. Sin embargo, lo que más llama la atención es el hecho de considerar vivas, y hasta llegar a premiar obras estéticamente desproporcionadas y anacrónicas; o el hecho de que "obras secundarias" sean acogidas por la mejor opinión de la crítica marginalmente, llegando al extremo de obviarlas. Citemos tan sólo el caso extraño del libro Los huéspedes secretos (1951), de Manuel del Cabral, tentativa ontológica desgarrante, tomada a veces seriamente, aunque concebida por algunos críticos como deshilachada y fuera de registro.
Otras veces el retraso de la crítica no tiene nada chocante y sólo se trata de una terca indigencia que demora. Es lo que ocurre con el desconocimiento de la nueva poesía y la crítica que en estos momentos se escribe en nuestro continente, especialmente en Sudamérica y en Europa. Existen estos y otros casos francamente desastrosos, donde ya no hay una actitud seria de la crítica. La clave de la función de la auténtica crítica debe ser, en primer lugar, evitar toda fosilización, toda pretensión de fijación colectiva, definitiva y obsesiva de significados, esto es, debe "fluidificar" el sentido y así hacerlo potencialmente infinito.
Este primer quehacer implica un alto grado de destructividad y de crítica fundamentalmente negativa. Su segunda función esencial (si es que acaso juega o tiene alguna) tiene que ser el dejar entrever, a través de una retórica lúdica y sensorial, las tendencias y fases arquetípicas del proceso de desarrollo de la libertad y sentido creador. Por otra parte, pensar que la construcción o la elección de un modelo teórico relativo a la práctica de la lectura –y de la recepción de sentidos–, es algo que se da en el vacío -a partir del grado cero de la semántica- y no tener en cuenta sus dimensiones fundamentales, implícitas, de decisión micro-política y ética, es verdaderamente estúpido, si no se es consciente de ello, y un acto de mala fe, si se es consciente.
El discurso crítico adquirirá su vuelo, su peso y su gravedad a partir del vuelo, el peso y la gravedad de los textos con que se alimenta. Su función trastornadora, en dado caso, consistirá en introducir ese vacío que la constituye en los textos orondos y pagados en sí; estribará en inyectar esa nada fundamental y realmente insustituible, en los discursos rebosantes de contenido que se pensaban la última palabra y el primer cimiento de una gregariedad demasiado segura de sus convicciones. En la medida en que se cumpla con este contenido, y pese al autoritarismo que la caracteriza, la crítica contribuirá de modo decisivo a aflojar; y acaso con un poco de optimismo, a invalidar los sofocantes vínculos que nos sujetan como individuos al gran tótem de la autoridad. Esto querrá decir, al fin, que la crítica trastornadora, si de verdad lo es, estará condenada a remar en contra de la corriente.
Por supuesto, toda gran crítica supone un método, sólo que este método es una relación personal con la obra. Tras todo método existe un sistema de ideas, pero éstas no operan como categorías permanentes: están en función particular de la obra y de la experiencia que ella suscita. La crítica es algo más que un método o un modo de conocimiento. Como la ficción no puede ser reducida a puras técnicas expresivas, pues ella contiene una dimensión que la trasciende como mero ejercicio de investigación. El ejercicio de la crítica es inherente a la naturaleza del hombre. Funda una dimensión pasional, exclusiva y erótica, abiertamente gozosa y multívoca, que cristaliza como creación en una fase ontológica ulterior. Por eso la relación entre crítico y obra no es externa: la obra no revela su o sus sentidos, sino al contacto de una mirada que la actualice.
Es el paso de la potencia a la verdadera presencia que es continuamente una posibilidad de análisis. La crítica no es tampoco sólo un método de "razonamiento sugestivo", es, en suma, una potencia de razonamientos que como literatura se constituye en la crítica de la palabra y del mundo, como una pregunta sobre sí misma (Octavio Paz). La experiencia analítica, dice Octavio Paz, concibe a la literatura como un mundo de palabras, como un universo verbal, donde la creación es crítica y la crítica creación.
Por ello el fundamento de la crítica es la creación. La crítica no niega o afirma los valores de una obra: participa plenamente de ellos. Nuestros críticos, empero, no dicen nada al respecto: arguyen vigorosa y efectivamente contra el punto sustancial específico que rechazan, pero tienen muy poco que decir en cuanto a las razones que tan persistentemente han desencaminado a los "otros" críticos. Para ellos parece obvio que sólo con tener los supuestos metodológicos apropiados puede darse una lectura correcta o un conjunto de lecturas controladas. Todos parecen estar de acuerdo (con la posible excepción de rigor) en que la dificultad que acarrea la lectura, y que apenas mencionan, existe a lo sumo como un obstáculo accidental y nunca como algo constitutivo de la comprensión literaria.
En cuanto a esta reacción en particular, los trabajos de estos autores no son en modo alguno atípicos de los estudios literarios tal y como se efectúan en la República Dominicana. La evasión sistemática del problema de la lectura, del momento interpretativo o hermenéutico, es un síntoma general que comparten todos los métodos del análisis literario, sean poéticos, estructurales o temáticos, formalistas o referenciales, con influencias norteamericanas o francesas, apolíticos o socialmente comprometidos.
Es como si existiera una conspiración organizada que hubiera anatematizado la pregunta sobre este particular; y esto quizás se deba, si no a razones de peor augurio, a los intereses creados que entran en juego y que quisieran negar el estudio de la literatura como una disciplina intelectual respetable, divertida y gozosa.
En cuanto a los críticos que se interesan en la teoría de la interpretación, la tarea principal parece consistir en asegurar a toda costa a sus colegas, particularmente a los que se orientan hacia el método formalista, temático o poético, que la posibilidad de lograr "la lectura correcta" es contundente e inapelable. Sin embargo, no es este el lugar para ofrecer alternativas o para especular sobre el origen de las dificultades implícitamente reconocidas y abiertamente expuestas por mí. Cabe, en cambio, seguir el argumento de los trabajos que más se aproximan a la órbita de las preguntas que los críticos evaden sistemáticamente, para separar este momento y potencializar así un nuevo giro en nuestros estudios literarios.