Asistir a un centro hospitalario en nuestro país produce un doble sufrimiento. Sufre el paciente y sufren sus familiares. En los públicos, porque además del deterioro de las instalaciones y falta de instrumental y medicina, se percibe una baja “hospitalidad humanizada” del personal de salud, que también ha sido contaminado por la mermada valoración por parte del empleador oficialista. En los privados, porque los altos costos de los servicios de salud los convierten en un bien privilegiado para un público selecto.
Frente a esta realidad es necesario recurrir a la ética de las instituciones hospitalarias, es decir, exigir y demandar su responsabilidad moral, su compromiso y su eficacia para el logro de la salud de los ciudadanos, asumida como “un estado de completo bienestar mental, físico social”, sin exclusión.
La ética hospitalaria hace referencia, además, a la necesidad de adoptar una serie de principios básicos para garantizar la humanización en la atención a los pacientes y garantizar la calidad en la prestación del servicio público de salud en las instituciones hospitalarias públicas y privadas como señal de respeto a la vida y a los derechos de los ciudadanos.
Supone también exigir la responsabilidad de las instituciones y autoridades gubernamentales relacionadas con la salud que deben garantizar servicios de salud de calidad a todos ciudadanos. Esta responsabilidad moral deberá estar presente en la formación y la práctica ética de médicos, enfermeras, personal de salud, residentes y estudiantes.
La ética hospitalaria se hace visible mediante Códigos Éticos y Comisiones de Bioética que reconocen los derechos de los pacientes. Estos instrumentos no pueden ser documentos ocultos y discrecionales. Ha de procurarse que tanto el personal de salud como los pacientes, familiares y la comunidad los conozcan y para tales fines deben tener una divulgación amplia y permanente. La mejor imagen de un centro hospitalario es presentar su rostro moral.
El Reglamento General de Hospitales de la República Dominicana en su Capítulo IX establece, entre otros, que el paciente tiene derecho a recibir atención idónea, oportuna, social y culturalmente aceptable y sin discriminación de ninguna clase, e independientemente de su capacidad adquisitiva. Ser atendido con respeto y esmero en función de su dignidad humana.
El mismo reglamento establece también que el paciente tiene derecho a ser tratado con privacidad y confidencialidad durante su atención, protegiendo su integridad social y sicológica. Recibir información sobre su estado, hecha en forma profesional y reservadamente, y evitando que su historia clínica sea manejada o conocida por personas ajenas a la atención del paciente. Consentir o no en la realización de los procedimientos y tratamientos.
Es deber de la dirección del Sistema Nacional de Salud, como ente rector, establecer las políticas, planes, proyectos y normas administrativas y “códigos éticos” para mejorar y asegurar la calidad de los servicios de salud, enfocados en la humanización de la atención a los pacientes y a la comunidad.
Hay que propiciar una “democracia de la salud” apoyados en el Art. 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que señala que toda persona tiene derecho a la salud.
Igualmente lo establece el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, que reconoce el derecho de toda persona al disfrute del más alto nivel posible de salud física y mental y del disfrute de los beneficios del progreso científico y sus aplicaciones.
Eduquemos y formemos a los médicos y al personal de salud, incluyendo al personal hospitalario administrativo, con una clara conciencia ética de su trabajo y de los derechos de los pacientes.
Apliquemos en los centros hospitalarios públicos y privados una “ética de la proximidad” que permita a cada paciente o familiar ser ciudadano o habitante de un lugar que siente como suyo y en el que se encuentra con otros que tienen un corazón cargado de solidaridad, sensibilidad, compasión y respeto.
Hagamos posible que la decencia entre a los centros hospitalarios públicos y privados tomada de la mano de la ética. No hacerlo hará que la vida y la muerte, que entran y salen de ellos, sean menos decorosas.