La lectura es tema que preocupa a la familia, la escuela y la sociedad. Y más en la actualidad de tanta y variada competencia para distraer a los estudiantes que cursan la educación preuniversitaria. A esto se agrega la queja de muchos países de que los maestros y profesores leen cada vez menos, inclusive, algunos manifiestan abiertamente que no les gusta leer, lo cual hace más compleja la situación por su papel mediador en el proceso de lectura.

Al respecto, Felipe Garrido (2004) señala: “Ser maestro debería ser sinónimo de ser lector…. Ser lector, para los maestros, debe ser una preocupación personal y profesional”. Hablar de lectura sin leer, es una hipocresía, en una tarea formalmente de maestros y profesores.

Se educa no con las palabras sino con el ejemplo, por tanto, ¿cómo trasmitir una pasión -y la lectura lo es- si docentes y padres no la sienten, si son indiferentes?, por eso, Michele Petit (2001) expresa: “Para transmitir amor por la lectura y, en particular por la lectura literaria, es preciso haberla experimentado”.

Para los especialistas, el lenguaje y la escritura son los cimientos de la lectura, sin uno no existiría el otro y viceversa. Pero, en ocasiones al proceso de lectura no se le da el valor que corresponde, pues no se comprende lo que se lee y solo se repite un sonido, una palabra, sin verificar su significado. El proceso de lectura es un arte, es saborear la palabra, deleitar el oído y echar a volar la imaginación.

Algunos autores plantean que el hábito de la lectura depende del hogar, del entorno familiar que rodea al niño, no de la escuela. Esta es una verdad a medias, pues los problemas lectores son de los principales precipitantes del fracaso académico, por ello es importante que maestros, profesores y padres trabajen conjuntamente para evitar dificultades que puedan afectar la vida académica del alumnado; además, ellos contribuyen con el desarrollo del gusto por la lectura y el hábito de leer.

La lectura comienza en la familia, antes del aprendizaje formal. El niño desde pequeño lee imágenes, láminas, carteles y propagandas. Extrae significaciones de ellas y le sirven para hablar e inventar historias. Esta etapa en su desarrollo es fundamental. Todo lo que adquiera a través de los miembros de su familia será beneficioso en el momento del aprendizaje de la lectura.

En ocasiones el contexto familiar delimita el aprendizaje, ya que diversos factores influyen de manera directa sobre éste, básicamente el nivel académico, económico, social y cultural de los padres. En estos casos, la escuela juega un papel fundamental en el desarrollo del hábito de lectura.

La lectura es una vía de acceso al conocimiento; es una actividad presente en la mayoría de actividades de la vida cotidiana de las personas. La lectura rodea todo, se afirma. En adición, al leer se aprende ortografía, se aumenta el vocabulario, se mejora la capacidad expresiva y, por supuesto, resulta útil para el avance académico del estudiantado.

De ahí la importancia de que los niños adquieran y entrenen esta habilidad desde pequeños, pues a medida que se avanza en el itinerario académico el nivel de exigencia se incrementa, lo que demanda una mayor destreza lectora y escrita.

La escuela es la encargada de enseñar a leer con el objetivo de emplear la lectura para aprender. Es el lugar donde se imparten los conocimientos. Por tanto, el niño relaciona la lectura escolar con la obligatoriedad. Y es muy difícil que la obligatoriedad lleve a la adquisición del hábito de la lectura, lo que provoca es rechazo. Las lecturas obligadas construyen leedores, no lectores, pues representan un castigo. Asimismo, la dicción y la fluidez de la lectura no son un valor en sí mismos, sino la consecuencia de una práctica lectora. Obligar a los estudiantes a leer en voz alta muchas veces genera sentimientos en contra del hábito lector y, en lugar de que lean mejor, se consigue que lean menos.

El gusto por la lectura no se adquiere por necesidad u obligación. Por eso, tanto la familia como la escuela deben despertar la necesidad y hacer que el placer perdure. Para promover la lectura es necesario invitar a leer, contagiar el gusto por la lectura y desarrollar prácticas lectoras. Los docentes como mediadores de lectura deben pensar en alternativas que superen algunos estereotipos instalados en las aulas y que, si bien aseguran la lectura de textos, no fortalecen el tránsito hacia la formación de lectores. Esto implica qué seleccionan para leer, teniendo en cuenta el curriculum y los intereses de los estudiantes, para favorecer la construcción de su historia lectora.

Para promocionar la lectura es preciso planificar secuencias didácticas que configuren un entramado de situaciones en las que cada docente también evidencie sus propios deseos de leer. Un alumno lee si su docente lee. No se enseña a ser lector, se contagia el ser lector. Por eso, hay que encontrar momentos, tiempos y espacios para la lectura. La lectura puede ser extractiva de datos, reflexiva y crítica, y de esparcimiento. ¿Con qué frecuencia y de qué modo se promueven en el ámbito escolar nacional?

Algunas prácticas vigentes en la escuela dominicana alejan a niños, jóvenes o adultos del mundo de la lectura, se lee poco. Así lo indica el LLECE en SERCE (2006) y TERCE (2013), cuyos resultados se divulgaron en 2015 y sitúan al país por debajo de la media regional (nivel deficiente) de los 15 países participantes y del estado mexicano de Nuevo León en lectura, matemática y ciencias.

Una práctica de lectura que debería desarrollarse en sus aulas es aquella en la cual alumnos y docente leen, al mismo tiempo, en silencio. La lectura silenciosa es uno de los métodos más exitosos para hacer leer a los escolares. Se aplica con éxitos en muchos países desde hace años. Es una lectura sin obligación, sin evaluación al final, sin exámenes o pruebas después, no hay preguntas para saber si leyó o no, es un tiempo reservado a leer en la escuela.

Fomentar la lectura debería ser otro de los  múltiples desafíos del Ministerio de Educación. No solamente interesa que niños y niñas aprendan a leer y escribir en los años iniciales de la escolaridad primaria, sino que una vez aprendido el mecanismo se desarrolle, ejercite y se ponga en práctica. El papel del docente en esta tarea es clave, pues en su quehacer cotidiano es donde favorece o no el fomento de la lectura. Y para la familia, es un compromiso que va declinando con el tiempo, mientras que en la escuela debe crecer conforme avanza la escolaridad.