La educación es fruto de su tiempo, producto de las circunstancias históricas en la que se desarrolla en cada contexto.
En las últimas décadas del siglo pasado ocurrieron procesos que configuraron lo que se reconoce como un cambio de era. La era industrial daba paso a otra, a la era de la información y el conocimiento, a la era digital.
Nadie se escapa a esta nueva sociedad. La viven los países más avanzados y los más pobres; pero ocurre que muchas personas aunque aún no disfrutan de sus ventajas, sí padecen sus consecuencias.
Cuando la cultura y la sociedad en la que se desarrolla cambian de manera significativa, la educación también debe cambiar para seguir desarrollando su función transmisora del patrimonio cultural. Aunque Eduardo Punset dice: “El gran error es que ha cambiado el mundo y la educación sigue siendo básicamente la misma”.
Y es esta nueva sociedad la que exige un nuevo sistema educativo que contemple y ordene todos los nuevos elementos y que, por encima de intereses personales y corporativos, oriente la restructuración de las escuelas, pues la educación acerca la cultura a las personas para que desarrollen sus capacidades, que en el informe Delors (1996) se clasifican en cuatro grupos: Ser, Saber, Hacer y Convivir.
Ante esta realidad, es necesario auscultar el sistema educativo dominicano y determinar en qué dirección se orienta. En este sentido, se enmarcan las reformas educativas y curriculares de los últimos años, cuyos resultados no han sido halagüeños, talvez porque, entre otros aspectos, la formación de los docentes no cambió.
Algunos países que están mejorando la calidad de la educación reseñan que una de las claves principales para mejorar la educación está en la formación inicial y permanente del profesorado, en su asesoramiento continuo y en un adecuado sistema de incentivos, los cuales requieren un mayor impulso en el país.
Para Katz y Raths “el currículum de formación de profesores es un conjunto de acciones deliberadamente propuestas para ayudar a los candidatos a adquirir el conocimiento, las destrezas, las disposiciones y normas de la profesión docente”. Y el enfoque modélico que se ha utilizado hasta ahora para formar los docentes en el país, no responde a las características de los estudiantes de la sociedad de hoy.
Es cierto que los enfoques modélicos aún dominan la formación inicial de los docentes. Pero muchos países los están cambiando porque se basan en un modelo de profesor eficaz o bueno, lo cual es insuficiente. Dicho modelo, la mayor parte de las veces implícito, comprende el conjunto de cualidades atribuidas al buen maestro/profesor en una sociedad y en un momento histórico determinados. Sobre la base de este modelo de buen docente, constituido en norma, se definen las actividades y los enfoques de la formación del profesorado, transmitiendo al futuro docente lo que debe hacer, lo que debe pensar y lo que debe evitar para adecuar su actuación educativa al modelo propuesto. Este ejemplo ilustra su deficiencia como modelo: exige que el docente sea creativo, pero nadie se toma el trabajo de explicarle cómo puede llegar a serlo.
En cambio, los enfoques descriptivos consideran que el éxito en la docencia depende de una actuación correcta del maestro/profesor, que responda al conjunto de condicionantes que influyen en su interacción con los alumnos. Por ejemplo, si el maestro/profesor constata un fracaso, piensa que debe corregir su actuación, estudiando la realidad en la que enseña, con el fin de responder adecuadamente ante los elementos de una situación que no domina. Pero, si se han utilizado enfoques modélicos, el docente queda bloqueado en el reconocimiento de sus limitaciones, autoculpabilizándose por no responder al estereotipo de maestro/profesor ideal que ha asumido e interiorizado como propio, durante el período de formación inicial, y que por definición es inalcanzable, sostienen los defensores de este enfoque.
Los enfoques descriptivos replantean el tema de la eficacia docente situándolo en una dimensión relacional, en la que se considera la relación maestro-alumno como el elemento central, situado en el marco de un contexto más general, influido por variables situacionales, experienciales y comunicativas, cuyo estudio proponen abordar desde una perspectiva holística, propia de los enfoques sistémicos.
En síntesis, Grell plantea que los enfoques descriptivos rechazan la idea de que el profesor eficaz sea una persona dotada de una serie de características de las que depende su eficacia; para pasar a estudiar las características del profesor en el marco de una interacción dinámica, que es la que define los recursos que el maestro/profesor debe poner en juego para obtener éxito en ella, aceptando además la idea de que una misma situación puede afrontarse utilizando diferentes estilos de actuación, todos ellos eficaces. En consecuencia, los enfoques descriptivos, abandonando la tentación de proponer al futuro maestro/profesor un modelo de cómo debe ser y cómo debe actuar, se centran en la descripción de sus actuaciones, con el fin de identificar su estilo de actuación, reconocer las funciones que cumple su comportamiento, y las reacciones que produce, y, por último, caracterizar las condiciones y situaciones en las que un estilo de actuación determinado tiene sentido.
A las instituciones de formación docente del país, compete la decisión de valorar la conveniencia o no de uno u otro enfoque.