El sábado, desde La Laguna a Los Calimetes, cinco kilómetros de una frontera absolutamente imaginaria, no vi un sólo soldado, policía, oficial de aduana o migración, ni un alcalde pedáneo, guachiman o bombero. No vi nada mas que pobreza de lado y lado y una gran esperanza: la esperanza del trabajo, que alientan desde este lado agroempresarios como Manuel Castillo Pimentel, que a lo largo de 15 kilómetros de aguacate hace parte del único muro que necesitamos de punta a punta: el del progreso compartido, el de la justicia social, esa principalísima aspiración de todos los pobres pueblos pobres del mundo.