A medida que los padres cobraron consciencia y aceptaron la imposibilidad de determinar o influir en el futuro destino de sus hijos, así mismo muchos de ellos renunciaron al sacrificio, al compromiso total en la educación y el bienestar de estos.
Si los padres admitieron esa pérdida de poder e influencia en sus propios hijos, ¿para que deberían empeñarse, destroncarse y sacrificar sus propias vidas si al final les esperaba un escenario indeseable?
¿Por que las madres habrían de sacrificarse compartiendo su vida con un hombre que ya no amaban si al final los hijos ni lo entenderían ni lo compartirían?
Por que habrían los hombres de compartir el resto de sus años viriles con una mujer que habría dejado de serles atractiva si además del clamor publicitario que lo incita al sexo renovado y joven habían cobrado consciencia del escenario futuro?
¿Por que deberían haber tantas mujeres auto excluidas de los placeres, no solo sexuales, que esa misma publicidad promete? ¿Por qué?, se preguntan muchas mujeres, deberían ella privarse de vivir vidas ajenas y permanecer confinadas –como las he oído decir- a sus experiencias de mierda?
La moraleja es simple: Nadie –en realidad es una exageración, lo admito- parece estar dispuesto a sacrificarse por nada ni por nadie porque todo sacrificio implica privarse voluntariamente de algo deseable o apetecible y esa renuncia procede de la verificación de que tantos sacrificios, de tanta gente, durante tanto tiempo, al final no sirvió para nada.
Queda empero un único consuelo: todo esto es transitorio, es modernista, neo-liberal y parte de la cultura que ha impuesto el mercado y los valores que le son inherentes. En la vida social, en la conducta política, en los negocios, lo queremos todo, al menor costo, para nosotros y sin remordimiento. Pero, esto cambiará. No lo prometo porque no depende de mi, pero lo aseguro porque algo entiendo del mundo y algo conozco de historia.