Hace apenas unos días que en la Ciudad de Miami se celebró la denominada XV Cumbre Latinoamericana. Una reunión que se subtituló con la más minúscula de las tipografías con el detalle de “Gobernanza y Marketing Político”, no así de Presidentes, pero que, por el movimiento a través de redes sociales, medios de comunicación y promoción se pensaría todo lo contrario. No es por coincidencia que se haya realizado en esta ciudad de Miami, ya que la metrópolis es vista como el epicentro de Latinoamérica en cuanto a reuniones de este tipo se refiere.
Anteriormente en el pasado Miami había servido de escenario para valiosas e importantes Cumbres de Naciones del hemisferio y sus respectivos Jefes de Estado, como lo fuera la Cumbre de las Américas efectuada hace veinticuatro años. Desde entonces el utilizar las palabras Cumbre-Latinoamérica-Miami, asegura a los organizadores de cualquier encuentro una increíble proyección e importante convocatoria y hasta una fructífera sesión, si así pudiera decirse.
Pero en esta versión auspiciada por la institución educativa Miami-DadeCollege, al margen del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, el resto del elenco estaba compuesto por varias figuras que en algún tiempo ocuparon puestos de relevancias en diversos aspectos políticos y de gobernanza, unas cuantas figuras de temas vigentes, pero de acción en decadencia y una que otra estampa regional o local con trascendencia limitada o meramente municipal.
Ahora este escenario me retrae a recordar otras más importantes e impactantes Cumbres, pues hace unos meses que se cumplieron ocho años desde que el actual expresidente mexicano Felipe Calderón, actuando como Secretario pro tempore del Grupo de Río y anfitrión de la congregación de mandatarios proclamara en Cancún la declaración de unidad de Latinoamérica y el Caribe.Una constitución por parte de la comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños la cual nos definía como un espacio regional propio y a la vez exponía la unificación de “todas nuestras naciones en una sola voz".
Centrando la creación de un organismo regional que busca reunir a todos los países de América Central, América del Sur y el Caribe, el Grupo de Río, que resultaba ser una especie de mecanismo de consulta y concertación política abordó los temas más perentorios de nuestra época. Desde el cambio climático a la crisis bancaria y sobre todo un concepto de autovaloración vanguardista con carácter socioeconómico y cultural, que entre otras cosas hoy lo vemos como la ventana utópica de un reverso migratorio de los latinoamericanos hacia sus países, y porque no, hasta la oleada de ciudadanos del primer mundo hacia las naciones nuestras, donde República Dominicana, no es la excepción en el caso.
La declaración dictada ese día fue aprobada por 32 naciones de los treinta y cinco presentes denominándose, como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), heredera de los cometidos del Grupo de Río y a su vez, un órgano paralelo a la OEA y notoriamente excluyente de los Estados Unidos y Canadá.
En esos cien meses desde su idealización el CELAC, como son sus siglas, ha dictado políticas y programas promoviendo integración regional, cooperación política y una agenda regional integral en sus foros. El Quinto cónclave de la organización se celebró en Punta Cana en República Dominicana en enero del año pasado. Allí como en todos los encuentros anteriores, se suscitó el diálogo y se fijaron temas de gran valía e importancia en los órdenes democráticos y económicos.
No obstante, el gran elefante en los salones de todos estas Cumbres lo es el tema sobre migración. Uno que todos tocan, justifican, pero que a la larga nadie quiere aceptar el compromiso que conlleva asumir el mantenimiento de la idea y por ende trabajar sin desmayo en este tenor.
Aparte de los flujos migratorios de quienes cruzan a través de México, de Cuba hacia Florida, desde Haití hacia República Dominicana o los de Venezuela hacia sus vecinos países, la migración y sus componentes es el interruptor social, cultural y económico con el que nadie quiere ser impactado, acusado o victimizado.
Estoy convencido que técnicos de esta organización y de los correspondientes gobiernos que la conforman, trabajan arduamente para darle solución a esta realidad, y lo sé porque en su momento participé de temas sociales de gran importancia nacional e internacional desde el gobierno dominicano y en la oportunidad que tuve en la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, los cuales requieren políticas claras.
Es muy difícil ejercitar impactantes cambios y definir políticas desde esos espacios de teoría y redacción. No tan fácil como a veces obligamos a los Estados a dar respuesta, sin embargo, vivimos en una era de impredecible diáspora hiperbólica, con gran apetito de emprendimiento y un mayor y más voraz metabolismo para ejecutarlo. A los futuros miembros de diásporas hay que creerles, no por sus valores intrínsecos, sino porque en su ambición se puede confiar, lo que es innegociable.
El temor de vivir en tierra ajena ha sido diluido debido a los medios de comunicación y las redes sociales. El partir de una realidad impuesta frente a un porvenir más accesible, ya no es ilustrado como uno tan riesgoso para no considerar la aventura. Además, nadie se traslada tan lejos de su lugar de origen para que sospechen de él en todos los ámbitos. Los medios de comunicación que velan por estos y los propios nuevos inmigrantes están claro de quienes son, como se les ve, pero sobre todo saben lo que quieren de su nueva estancia.
En Latinoamérica sin importar las estadísticas que hablan de crecimientos de dos, tres y hasta siete por ciento, las políticas democráticas y económicas obligadas al igual que las oportunidades que vienen con ella, no están llegando lo suficientemente rápidas como para que los ciudadanos de nuestras naciones opten por hacer patria donde nacieron. Aunque el flujo hacia los Estados Unidos se ha reducido, el que ocurre entre las naciones de habla hispana, no. Ellos siguen en crecimiento.
Pueden hablar de toda la soberanía e independencia que quieran, pero cuando el éxodo sigue existiendo, hay entonces que aceptar que el término de subdesarrollo o en vía de desarrollo, es uno ganado. La era del pragmatismo está tocando la puerta y además está acorde con las realidades de una sociedad que requiere de gratificación inmediata y de soluciones conjuntas. Las necesidades del individuo deben ser las mismas que las de la sociedad y del gobierno que las rige.
Ya el discurso acusando al imperialismo no cala. Cada día hay más inmigrantes de Centro y Sur América en Estado Unidos y en Canadá, así como más haitianos y venezolanos están llegando a República Dominicana y a su vez más quisqueyanos queriendo irse. Es un escalafón social que culmina en una de las dos potencias del hemisferio. Mientras haya necesidad y poca oportunidad, siempre lo habrá. El hombre siempre se ha desplazado a terrenos fértiles, por lo que el querer excluir las dos grandes naciones del hemisferio de nuestra realidad, mediante una Organización que funge paralela con la OEA, es entorpecer la praxis que ha hecho de ellas, naciones desarrolladas.
Desde aquel escenario donde se proclamó la unidad de Latinoamérica y el Caribe, como un espacio regional propio donde la unificación cedía la esperanza de una sola voz, unos 4 millones de inmigrantes han llegado a los Estados Unidos, promediando casi 500 mil personas al año. Canadá por su parte, en ese mismo período, ha sido impactado por un flujo promedio de más de 250 mil inmigrantes, también anualmente. En su gran mayoría los inmigrantes citados provienen de Latinoamérica.
Abordar sobre estadísticas, crecimiento y oportunidades, no tiene sentido si las mismas no están llegando a los ciudadanos de Latinoamérica. El seguir pensando como excolonias e insistir en discursos de dominación y autonomía a pesar de una fuerte migración que huye de esas políticas, es insistir en comportamientos y pensamientos fallidos. Creo que es un buen año para ahorrarnos otra Cumbre de exposición de currículos y a lo mejor ir “Río” abajo a revisar el propósito de lo acordado.