Ahora, tras casi 20 años del PLD gobernando, viendo aquella gente transformarse en seres arrogantes y despiadados es tentador y fácil asumirlos a todos como corruptos y además creer que siempre lo fueron. Mientras lo primero es generalmente cierto, lo segundo dista mucho de haberlo sido. Los peledeistas que llegaron al gobierno en 1996 no eran gente aviesa, perversa, descarada ni corrupta. Al contrario, en su mayoría eran tipos que se creían pragmáticos, avanzados y progresistas.
¿Qué sucedió? Que las circunstancias les fueron adversas y que les tocó triunfar cuando sus antiguos sueños se desvanecían y cuando sus antiguos valores y creencias eran desmembrados por la realidad. Era solo una etapa histórica transitoria pero que ellos y muchos otros vimos como definitiva y permanente. En vez de la libertad de los pueblos, la época se decantó por la libertad personal para enriquecerse, envanecerse, triunfar a cualquier precio.
En 1996, la antigua Unión Soviética se desmembraba. El muro de Berlín derribado en 1989 todavía se vendía por pedazos. La Revolución Cubana atravesaba su “Periodo Especial” un eufemismo para describir la debacle económica y social. Los sandinistas habían caído derrotados electoralmente en Nicaragua y Juan Bosch, el fundador y guía del partido, aquejado de Alzheimer ya se había ido del partido tanto por su enfermedad como por el triunfo de los “pragmáticos” cuya conducta futura avizoró.
La década de 1990 marcó el punto culminante del auge neoliberal. En todas partes se glorificaba la privatización de las empresas del Estado, las importaciones de alimento parecían mas beneficiosas que producir localmente, los tratados comerciales estaban de moda, la OMC (Organización Mundial del Comercio) de repente tenía mas influencia que la Casa Blanca. Las barreras arancelarias debían ser derribadas, el libre comercio era la nueva biblia, el sector financiero estaba al frente de la historia; el éxito económico, la prosperidad personal y el “realismo” forjaron una nueva cultura: “la del todo vale” y a esa cultura sucumbió el PLD y muchos otros que no lo éramos.
El lector debe recordar que el PLD llegó al poder en 1996 de la mano del Partido Reformista que estaba experimentado en la administración de la “cosa pública” como decía Balaguer y estaba en posesión de una cultura autóctona, un realismo criollo, una conducta establecida según la cual, básicamente las cosas son como son, no hay cambios revolucionarios, sino convenientes, no hay justicia social sino convivencia y el poder es un instrumento para servir a otros pero del cual también puede servirse uno. Los reformistas, entre otras lecciones, aportaron a los peledeistas las marrullas y las mañas de la política criolla y los procesos electorales y les mostraron el camino para lidiar con dos fuerzas: los empresarios y los militares. Balaguer no confiaba en ninguno de los dos pero utilizó ambos.
Balaguer nunca fue a desayunar ni comer a la casa de ningún empresario. Los usaba y se dejaba usar a conveniencia sin sucumbir al deseo de imitarlos –que nunca le interesó- ni a dejarse intimidar. Sin fortuna propia, inseguros respecto al futuro y sin necesidad de fingir una conducta “revolucionaria” que ya no tenía sentido, los peledeistas empezaron a aprender no cómo se bate el cobre, que es oficio de pobres, sino cómo se catrea un panal de abejas para sacarle la miel. La época hizo el resto y pronto conectaron el beneficio personal con la ejecución de las políticas de contratación y privatizadoras que no solamente lo favorecían sino que literalmente lo determinaban.
Con los militares, cuya importancia los peledeistas habían visto disminuir progresivamente y con los cuales, como buenos izquierdistas del pasado, nunca se han sentido cómodos optaron por “dejarlos hacer”. En efecto, hicieron y deshicieron iluminados e inspirados por lo que ellos mismos veían. Sin amenaza comunista y ejecutando políticas del “Consenso de Washington” los militares, con el beneplácito del poder político peledeista destruyeron sus propias instituciones e incineraron hasta los vestigios.
Los peledeistas que se creían mas modernos que los antiguos reformistas, superaron a sus maestros en áreas vitales. Modernizaron el fraude electoral y en lugar de robarse urnas, introdujeron el fraude electrónico. El presupuesto lo ampliaron con endeudamiento externo y así de un pastel mucho mayor se podían sacar partidas igualmente mucho mayores. Y finalmente, descubrieron la conveniencia de sobornar y corromper opositores para no tener que matarlos o enviarlos al exilio. Hicieron todo esto con la bendición de los medios de comunicación cuyos dueños sometieron y cuyos periodistas compraron. Y eso era también parte de la época, del mismo paquete.
El mundo de hoy, no solamente la República Dominicana, ha entrado en una época distinta; de la misma manera que la de finales del siglo pasado torció el destino posible del PLD así mismo esta de ahora, es una nueva época de cuya presencia ellos no se han percatado. Fuerzas nuevas se desatan, se enarbolan valores distintos y promueven una cultura y una ética que están hundiendo ese PLD aquí y sus otras versiones en numerosos países.
Silvio Rodríguez, mi poeta favorito con el permiso de César, decía cuando era cierto y puede repetirse ahora porque ha vuelto a serlo que: la era está pariendo un corazón. No puede mas se muere de dolor. Y hay que acudir corriendo pues se cae . . . el porvenir . . .
Así pues, los peledeistas no siempre fueron malos. Ahora están, además de corrompidos, fuera de época.