“La democracia es un régimen político que se mantiene sobre la voluntad de todos los sectores sociales y de todos los individuos que tienen alguna responsabilidad que cumplir como ciudadanos. Si falta esa voluntad, la democracia no puede sostenerse…” Juan Bosch: Crisis de la democracia de América en la República Dominicana.
La economía dominicana crece. No vamos a valorar los sectores que más crecen y si estos son los que más generan empleos o si ellos constituyen los ejes, la porción transable de la economía. Lo cierto es que crece y la tasa de desempleo ampliado no sale de un 14% y el subempleo ronda el 16%, donde los salarios reales han disminuido un 27% según el Informe del FMI: Cohesión y Empleo en República Dominicana.
Sin embargo, la productividad del trabajador ha aumentado de manera sostenida: 1.4%; lo que quiere decir que la competitividad no ha sido lograda merced a la innovación, ya sea vía tecnología, nuevos procesos, formación de Capital Humano, nuevas formas de organización, nuevas fuentes de materia prima, construcción de nuevos nichos de mercado que nos permitan competir en el concierto de los países. Michel Porter en su célebre libro Ser Competitivo, nos indica que la “prosperidad nacional se crea, no se hereda. No surge de los dones naturales de un país, de su mano de obra, de sus tipos de interés, del valor de su moneda. Depende de la capacidad de su industria para innovar y mejorar. La base de la competencia se ha desplazado cada vez más hacia la creación y asimilación de conocimientos”.
En el nuevo paradigma, la principal fuerza motriz que impulsa y desarrolla el crecimiento económico sostenible horizontal y vertical es la creación y generación de nuevo conocimiento científico y tecnológico, que coadyuve a una mayor productividad que propicie una dinámica virtuosa: Capital Humano, productividad y competitividad. Se requiere de una transformación del modelo socioeconómico, pues como decía el Informe Crecimiento, Empleo y Cohesión Social “… La perseverancia de la pobreza de ingresos se hace más grave por un legado histórico de la inversión insuficiente en bienes públicos y prestación ineficiente de servicios públicos en salud, suministro eléctrico y en educación”.
Sabemos que es un axioma que sin capital no hay inversión, en consecuencia, no hay empleo y por lo tanto, no hay un crecimiento de la demanda. El ahorro nacional cada día es menor a diferencia de las décadas de los 80 y 90. Lo que estamos viendo, objetivamente, es un crecimiento de la demanda vía el endeudamiento. Es un crecimiento no producto necesariamente de la economía real, de un financiamiento para la inversión, sino para el consumo. Un crecimiento de la demanda inducido, a un costo muy alto y que nos subordina marcadamente como país a las fuerzas externas, a las condiciones de los mercados internacionales. ¡Sencillamente insostenible! Llegará un momento que frente a la ausencia de financiamiento, la parte de la economía productiva acusará la contracción de la demanda, lo cual, obviamente, repercutirá en el empleo y se ampliará la brecha negativa de la cohesión social. ¡Evitemos el trasfondo de esta peligrosa fantasía permanente!
El cuadro no lo debemos seguir manteniendo: Un crecimiento en los últimos 11 años de un 6% promedio, con apenas un incremento de la productividad de un 1.4%. Urge asumir la dimensión de un nuevo paradigma: Formación del Capital Humano, la innovación. El 5 de Febrero del 2014, ANJE publicó un estudio donde el 48% de las empresas de República Dominicana opina que la formación de recursos humanos es deficiente. El estudio revela las debilidades de formación. Las redes de cooperación, vale decir, la necesidad de más y mejor Capital Social, que como decía Putnam, “son los rasgos de la organización social, como confianza, normas y redes que pueden mejorar la eficiencia, la eficacia y la calidad de las distintas interacciones entre los sujetos sociales, en la búsqueda de objetivos comunes”.
Putnam nos ayuda a entender al mismo tiempo como la capacidad del liderazgo político ha de asumir la Gobernabilidad democrática como un aspecto esencial del Capital Social. Los actores políticos, sobre todo, el Poder Ejecutivo, requieren imbricar el ejercicio de su gestión con una mayor cuota de legitimidad. Una Clase Política fragmentada sin una visión cierta; con una deuda social acumulada sempiterna y una sobrecarga, vía la disgregación de intereses, pautan un mayor signo de gobernabilidad democrática que no es otro que un gobierno: Estable, eficiente, eficaz y legítimo, porque los problemas de gobernabilidad trastocan, dificultan, obstaculizan, truncan el régimen político.
Los actores políticos tienen que dejar atrás el síndrome del poder, de que su triunfo en un momento dado, es la catapulta para aplastar a una parte de la sociedad sobre la otra. El paradigma de la gobernabilidad democrática es la construcción de un consenso en medio del disenso, constituye el reconocimiento de la minoría, más allá de la legitimidad legal.
Estamos a tiempo de evitar la ingobernabilidad en medio de los desequilibrios en que nos encontramos, en la anomia social, en la desconfianza en las instituciones. El paradigma del parroquialismo, del provincialismo no puede seguir prevaleciendo en el ejercicio del poder. Se requiere de una nueva mirada donde este dibuje en líneas gruesas, no solo el contorno de la distribución del poder, sino de los ejes de responsabilidades que conciernen a todos los actores: políticos y sociales.
El gobierno precisa, más allá de su 62%, un nuevo aire, con nuevas brisas que impulsen una mayor cuota de legitimidad, que pase a robustecer la gobernabilidad democrática. El pacto eléctrico, el pacto fiscal, la inversión en salud, la calidad del gasto, la presión tributaria, la enorme evasión y elusión fiscal, la crisis en la inseguridad ciudadana, el auge de la violencia, demandan una nueva forma de nadar.
En la democracia es un corolario la competencia política como prototipo de su génesis, desarrollo y articulación. Como dice ese ilustre estadista Oscar Arias “en la democracia, cuando no hay oposición se crea”. Ello así, para su permanente evolución y mejoramiento, pues los adversarios nos ayudan a tener una mirada más larga de un país determinado, nos remoza y nos impide la cultura de la autocomplacencia y ver solo un ángulo.
Hay desajustes estructurales; hemos crecido, empero, no hemos resuelto un solo problema estructural en la sociedad dominicana. Se requiere de esa necesaria confluencia, concordancia, en la microeconomía, vale decir, la productividad y la competitividad de las organizaciones, de las empresas; que como decía Isidre Faine, apuntala inexorablemente pasar por más educación, más innovación y más emprendimiento.
¡El Capital Institucional de la sociedad dominicana se diluye, se difusa permeando más fragmentación y menos cohesión social, estando en la antesala de una crisis de gobernabilidad, que atraería consigo y aceleraría la crisis social que hoy está en penumbra. Dejemos atrás ese autismo y agnosia en el ejercicio del poder que lo que expresa es una guerra psicológica constante, que destruye aún más la falta de confianza y el respeto a todos los actores!