El conflicto entre LO LOCAL y su propensión tribal que Jonathan Barber llama Jihad (sin que tenga ninguna relación con el Islam) y lo GLOBAL que el denominó McWorld sobre el que había sobrevolado yo durante algún tiempo, es el tema de un libro de su autoría escrito en 1995 pero que leí hace algunos meses y que él tituló: “Yihad Vs. McWorld”. En la pag.169 escribe: “En las democracias bien establecidas de Europa la tentación de resistir la modernidad es, en si misma, un tema que produce nerviosismo. La versión, mas bien pálida de la Jihad europea asume dos formas que se intersectan. Provincialismo que posiciona a la periferia contra el centro y parroquialismo que desdeña lo cosmopolita”. Ambos son hostiles a la ciudad capital y lo que esta enarbola. Ambos entienden que el poder descentralizado resulta menos amenazante a la libertad y es mas fácil de controlar que el poder central”.
Al tratar de explicar las razones que determinaron la elección de Trump enumeré una serie de factores muchos de los cuales también han sido presentados por otros autores. Sin embargo, ni los otros ni yo habíamos reparado en otro argumento, muy poderoso, dicho sea de paso, que jugó un papel en esa escogencia.
Hay, sin duda alguna, una parte del mundo que ha abrazado la cultura, los valores, los gustos, el atuendo, los modales y el sistema de valores de “la aldea global” de McLuhan, del mundo interconectado de Toffler, de la llamada sociedad moderna, “líquida” según Baumann; el mundo de “las imágenes” cuya fuerza es mas poderosa que las chimeneas de la edad industrial. Es la sociedad y los valores que predominan en las cadenas de televisión, en el cine, en la prensa y la prédica y gestión de los organismos internacionales que ya, como las mismas corporaciones, han dejado de pertenecer a ningún país y no pueden ser adscritas a ningún territorio en particular. Esa cultura, tan globalizada, como los mismos medios de los cuales se sirve para difundirse, exalta el entretenimiento, la sexualidad, el consumo, el ruido, el espectáculo, el apetito por lo mas moderno, por el último celular, por la cilindrada mas eficiente, por la computadora mas veloz, por la invención mas cojonuda, por el restaurante o el plato mas extravagante, exquisito o simplemente caro. El consumo sin atenuantes y la sexualidad exaltada vienen como parte de un paquete donde, por ejemplo, la mujer abandona sus aromas y parte de su identidad para adquirir y embadurnarse de productos que la desnaturalizan pero la dejan convencida de que está a la moda mientras esa demanda suya desata todo un proceso de fabricación, mercadeo, publicidad y estilo de vida . Ni hombre ni mujer resisten quedarse fuera; todos tienden a hacer lo mismo acentuando la pérdida de identidad pero entregándose al “buen gusto” así definido. Junto con esa sexualidad consumista así exaltada, viene la exigencia no de aceptar las homosexualidades, sino de aplaudirlas, reconocerles derechos especiales y en plano de igualdad como modelos de vida y conducta. Esa es la población que abarrotaba el club “Pulse” de Orlando la noche de la matanza, es la misma multitud que llenaba el “Bataclan” de Paris la noche de los atentados y la misma clase de personas que, en todas partes, menosprecia, los trabajadores, la gente de los pueblos, los temas de esa gente y sus preocupaciones locales, provincianas y parroquiales.
El atuendo, las modas y modales extravagantes no dan espacio para hablar de una vaca, una planta ni de una fábrica. A esa población solo le importa su propio estilo de vida y aunque en verdad son una minoría a escala mundial, parecen ser una mayoría porque ellos y sus portavoces se han apropiado de los medios de comunicación a través de los cuales difunden y defienden su modelo de vida sin que el control corporativo se moleste ni se de por enterado porque, al fin y al cabo, también ellos se benefician.
De manera que, esa que ha sido llamada agenda light, que prioriza los temas de igualdad de sexo, violencia de género, intrafamiliar, etc. con su secuela de marcas, nombres, y lugares famosos, responde a una visión global pero no constituye mayoría aunque lo aparenta y junto con los productos de consumo desde autos hasta cereales que le son propios representa una cultura. Contra esa cultura y sus pretensiones universales ha existido otra que, aunque vituperada y menospreciada ha resistido. Se trata de la cultura local si puede llamarse de esa manera; la tribu, las aldeas, los poblados y regiones enteras de gente que sencillamente no quiere cambiar, no quiere salir de sus pueblos, no quiere ver su entorno destruido, sus espacios invadidos, su estilo de vida subvertido; no quiere los mismos productos y marcas, ni las mismas obligaciones y normas que impone el “buen gusto” de la capital cosmopolita y universal. Resistirse a esa cultura globalizada es adherirse a la tribalización del mundo contemporáneo y conlleva riesgos de ser considerado atrasado, troglodita, misógino, derechista, conservador y demás.
Donald Trump defendiendo lo “local” desde el punto de vista de la representatividad política, de los empleos perdidos, de las industrias cerradas, de la gente empobrecida y sin futuro y sin aludir para nada a estas distinciones logró –quizás sin saberlo- representar ese sentimiento y hacer que esa gente local tuviera otra razón para votar por él por afinidad con ese sentimiento oculto, ancestral, poderoso. Trump, logró que no se avergonzaran de ser lo que son, sentir lo que sienten y desear seguir siendo como han sido.
Esto fue lo que logró la “negritud” de los años 60 que los negros dejaran de plancharse los cabellos en un esfuerzo tan viejo como inútil por parecerse a los blancos. Por eso gritó Angela Davis en Central Park: “we are black, and we are beautiful” y nació “el afro” aunque posiblemente esa activista no conocía de Aimé Cesaire ni de Franz Fannon quienes habían hecho la mayor parte de la formulación teórica de la negritud. Es también lo mismo que ha acontecido con el Islam al devolver a los musulmanes la autoestima perdida en aras de la “modernización”. Por eso hoy ya no se avergüenzan de ser musulmanes sino que lo reivindican. Es el triunfo de lo tribal, local contra la pretensión o imposición de la modernidad global universal.
Las señales de revuelta local contra la globalización de las costumbres, la cultura, y la identidad están a la vista. Aunque ignoradas antes, esas gentes están dando crecientes señales de hastío que van desde el rechazo a la instalación en sus localidades de grandes cadenas que liquidan los comerciantes locales hasta la aparición de múltiples manifestaciones artísticas que rescatan y defienden de la amenaza de extinción la identidad de esas localidades. Y, mientras mas sólida y definida es el sentido de esa identidad local, tanto mas fuerte la resistencia a ser globalizada.
Sin desmedro de todas las razones presentadas para explicar la votación de una parte de los 60 millones de votantes a favor de Trump este es un factor a tomar en cuenta; y ocurre algo en EEUU. Como el país se ha formado de una oleada tras otra de inmigrantes, muchos creen en la carencia de una identidad local. Sin embargo, esa identidad si existe y los trabajos publicados a la firma de Gary Young en “The Guardian” sobre “Middletown” durante 2016 lo ilustra con creces. El nacionalismo que se le atribuye a Trump contiene ese elemento local, provinciano, parroquial y aunque no hubo invocación expresa del tema, el mismo estuvo presente subliminalmente a lo largo de toda la campaña y ciertamente en todos los discursos.