¿Quién se bebió mi trago?- exclamó con fingido enojo mientras con una sonrisa, largos pasos y a media mañana atravesaba el salón de “La Negra” donde tomábamos cerveza en espera de que el mediodía desatara el apetito. A mi espalda la playa hermosa y virgen. El mar apacible y azul como cercado por una ancha bahía y cerca de su centro un grupo de pescadores afana con un chinchorro. No hay música en el negocio de “La Negra” y cuando el eco de la ola se hubo apagado la risa irreverente de la voz resonó en el salón y descendió del techo de canas hasta nosotros. Fue entonces que además de oírla, la vimos.

K. es de piel oscura y facciones suaves, casi hermosas. Es menuda, no ha dejado atrás la adolescencia para mostrar un cuerpo de mujer terminada y es por eso que llama la atención de R.

¿y de que era el trago?

-De ron- responde con aplomo.

¿Y cuántos años tu tienes?

Quince.

-Pero eres menor de edad. Tu no puedes consumir alcohol-

-Ella estuvo casada- intervino La Negra.

Ligeramente turbada ante la revelación, K. se detiene, se acerca a la mesa y con porte y mirada nos confronta.

¿De verdad? Inquiero.

Si, pero ya estoy separada. Estuvimos como un año juntos- explica mas que responder a mi pregunta.

Hago los números, se que K. empezó como muy tarde a los trece años y el porte tranquilo que ostenta ante nosotros y el hecho mismo de que permanece de pie sin marcharse dice mucho de ella.

¿Vivían en casa aparte o donde los padres de él?

-Uhm uhm. El me mudó-

¿Qué hace él, en que trabaja?

-Corta hojas de cana para techar. .  .así como este negocio- dice mirando al techo.

-Uff- suspiro.  ¿y que tu haces aquí, en este negocio?

-No tengo escuela ni nada que hacer. La Negra me dijo que viniera a ayudar, pero todavía no hay a quien servirle nada.

-Pero ya tu no estás en eso de escuela. Yo creo que tu te vas con otro cuando aparezca-

-No se crea- se defiende- aunque si la proposición es buena-

-Claro que te vas- completo el discurso y advierto que K. no se ha movido, no tiene ni muestra interés por marcharse y parece interesada en la conversación. Entonces de repente, se me ocurre apreciar su grado de adhesión a la “modernidad”. Es una chica muy joven, en un lugar muy pobre pero ya expuesto a un flujo turístico marginal y como casi todos urgido de parecer moderno, con prisa por vivir como los otros, consumir lo que le dicen que es bueno y hacer lo que la publicidad instruye que debe hacerse porque si no lo haces, estás “quedado”.

¿Tu me permitirías hacerte algunas preguntas “intimas” –digo recalcando la palabra y añado: no tengo ningún interés personal en ti. Soy demasiado viejo para una muchacha como tú, le digo para tranquilizarla aunque ella no había mostrado la más mínima señal de desagrado.

Con frecuencia indago el grado de penetración de esta nueva cultura auspiciada, bendecida y propagada por la publicidad para beneficio de los fabricantes y comercializadores de productos de uso personal.

¿Tu te rasuras?

-Claro- me fulmina la respuesta como si fuera impensable no hacerlo.

¿Cuándo te lavas después de hacer el amor?

Desde que termino.

¿Cada qué tiempo hacías el amor con tu pareja?

-Todos los días- una duda breve asuma en su rostro- bueno casi todos los días.

¿Y cuantas veces, mas o menos, tu sabes llegabas al final o sea, tu sabes lo que te quiero decir?

-Dos o tres veces- responde segura y sin turbación alguna.

¿Y que tiempo durabas haciéndolo?

-Bueno- sonríe pícara- esa no se la voy a responder.

Pero como sigue sonriente y no se aleja le hago señas de hablarle al oído sin que R. pueda escuchar.

¿Media hora?

-Más- susurra sonriente.

¿Una hora?

Cierra el pulgar y el índice acercando el uno al otro. Me doy por enterado. Es un poquito mas. K. se divierte. No puedo creer que esté coqueteando con nosotros. Es simplemente que no le importa y me animo a una última pregunta:

¿Y en tu escuela, hay alguna otra muchachita así como tu, que ya haya tenido pareja, tu sabes?

-Casi todas- Responde con aplomo.

K. se arrima al mostrador. Ha llegado gente para otra mesa. Empieza música en el salón y dos horas después el ruido de motores, una camión con turistas y varios bárbaros indeseables con música escandalosa en sus autos nos recuerdan que debemos marcharnos. K. se ha sentado con otra joven en una mesa a escuchar reggaetones. La Negra le ordena bajar el volumen. Ya hemos comido calamares y  pescado; los hombres que faenaban en la bahía descargan la captura abundante para nosotros, escasa para ellos, de cojinúas que venden a 70 pesos la libra. La tarde del domingo asoma por entre nubes dispersas. Karina aborda la moto de la amiga rumbo a su casa y nosotros nos afirmamos en la convicción de que, quienes en la capital, los medios de comunicación, el Congreso, la fiscalía y demás instituciones vinculadas opinan, legislan y anuncian medidas o enarbolan discursos sobre la violencia de género, el embarazo de adolescentes y la sexualidad temprana no tienen ni siquiera idea de lo que están hablando. No conocen o prefieren no conocer este país erotizado, sexualizado y hedonista. Como hipócritas condenan cada mujer asesinada pero se hacen de la vista gorda ante todo el entorno que lo prepara, alienta, condiciona, promueve y desata.