La familia dominicana está deshecha y la nación también. Primero aconteció una y luego la otra; ambas van a la cuenta de la modernidad. Los años 60 trajeron la píldora, la tarjeta de crédito, el espectáculo, los transistores. El fin de siglo trajo la agenda LGBT, payasos y empresarios se hicieron cargo del Estado.
Cuando nuestra sociedad empezó a mandar mujeres para las zonas francas y para el extranjero los niños pasaron al cuidado de los abuelos, de los parientes, de los vecinos y después del primero que se ocupara de ellos. Fue el principio del fin de la familia dominicana. Luego, las ciudades con bares, hoteles y restaurantes sustrajeron las mujeres de los campos, “las modernizaron” y dejaron los hombres desamparados y en consumo masivo de drogas. La relación hombre-mujer ha sufrido los embates de un cambio en la correlación de fuerzas para cuya asimilación no estaba preparada ninguna de las partes. Por eso tantos asesinatos de mujeres.
Compre ahora y pague después en cualquiera de sus múltiples modalidades subvirtió una de las mas antiguas premisas: primero debía ahorrarse antes de comprar. No es relevante ahora precisar si fue la tarjeta de crédito, la publicidad, las ventas a plazos, la expansión económica o la democratización del consumo lo que desató la explosión consumista que aun vivimos. Fue un proceso a diferentes velocidades y todos los ingredientes enumerados jugaron su papel.
La consumación del proceso durante los últimos 30 años tuvo un impacto profundo y duradero, trastornó el orden de prioridades. El bienestar, el progreso personal o familiar ya no dependen del avance y la prosperidad del país sino del esfuerzo individual. Era solo cuestión de tiempo para que el enfoque político cambiara de la búsqueda de soluciones nacionales hacia la persecución de metas personales. El PLD lo entendió, justificó e institucionalizó.
La expansión del consumo, modificó gradualmente la conducta alentando la competencia de personas y familias entre si por consumir, por tener cosas y exhibirlas pero también y mas tarde fijó nuevos valores. Satisfacer el apetito por consumir se convirtió en la prioridad que definía y decide las conductas; nada era mas importante ni merecía mayor atención. Cualquier cosa que se hiciera para facilitar o garantizar el consumo estaba bien y los obstáculos morales, que dificultaran esa finalidad debían ser y fueron puestos de lado. Aunque esto vino con la época, el PLD lo consagró y lo glorificó.
El sector financiero, impone las políticas económicas, protege a rajatabla la industria farmacéutica, la militar, el entretenimiento; reina sobre los mercados nacionales e internacionales. El ejercicio político queda supeditado a ellos, ellos definen los temas y la agenda, sin embargo, el debate gira alrededor de la inmigración o de la agenda LGBT no de la desigualdad, el medio ambiente y la dominación. La máquina, el sistema, sigue intacto; solo los elementos de la periferia son atacados. Por eso la izquierda se hizo irrelevante.